En el vasto firmamento de la existencia, brillamos como estrellas dispersas que el destino, en su infinita sabiduría, decidió entrelazar. Somos ocho luceros, cada uno con su brillo particular, ninguno pretendiendo opacar al otro, todos danzando en una coreografía celestial que solo el universo comprende en su totalidad.
Urbano y Jeanne, como binarias celestiales, giran el uno alrededor del otro en una danza eterna, irradiando una luz que ilumina nuestro camino. Arelis y Amado, cual nebulosas gemelas, expanden su calidez hasta los confines de nuestra galaxia compartida. Andreina, como una supernova de bondad, esparce su energía vital en todas direcciones. Pietro, cual púlsar constante, marca el ritmo de nuestros encuentros con su presencia confiable. Efraín, como una estrella errante, trae consigo historias de otros horizontes que enriquecen nuestro cosmos.
Y yo, Ricardo, humilde cronista de esta constelación de almas, observo y registro cómo nuestras órbitas se entrelazan en patrones que desafían la soledad del espacio infinito.
Somos como un río de ocho afluentes, cada uno trayendo sus aguas únicas para formar un caudal de solidaridad que nutre las riberas de nuestras vidas. Cuando las aguas de uno se agitan, los demás fluyen con más fuerza, sosteniendo, calmando, sanando. No hay sequía que nos detenga cuando fluimos juntos, ni tormenta que nos separe cuando nuestras corrientes se unen.
En este abrazo colectivo que formamos, cada latido encuentra su eco en siete corazones más. La empatía fluye entre nosotros como la savia en un árbol ancestral, nutriendo cada rama, cada hoja, cada flor de nuestra existencia compartida. Cuando uno ríe, la alegría reverbera como campanas en una catedral de amistad; cuando uno llora, las lágrimas son recogidas en siete pañuelos diferentes.
Nuestros momentos juntos componen una sinfonía única: las risas de Urbano y Jeanne son las notas altas que danzan en el aire, la sabiduría de Arelis y Amado forma el bajo continuo que sostiene la melodía, la energía de Andreina añade acordes brillantes, la constancia de Pietro marca el compás, y la creatividad de Efraín improvisa variaciones que enriquecen la composición. Mis palabras intentan ser la partitura que capture esta música celestial.
Somos un faro de ocho caras, cada una reflejando su luz única, pero todas trabajando en armonía para guiar a otros en la oscuridad. En las noches más negras, nuestro resplandor colectivo corta la penumbra como un rayo de esperanza. No hay tormenta que pueda apagar nuestra luz cuando brillamos juntos.
Esta unión nuestra no es solo un testimonio de amistad; es un monumento viviente a la capacidad humana de trascender el individualismo y formar algo más grande que la suma de sus partes. Somos prueba de que la humildad no disminuye nuestra luz, sino que la hace más brillante al reflejarse en los demás. Somos evidencia de que la solidaridad no nos hace más débiles, sino que multiplica nuestra fuerza por ocho.
La empatía que sienten entre sí se manifiesta como un abrazo colectivo, donde cada dolor se convierte en un eco que resuena en todos. En este abrazo, las lágrimas se convierten en perlas de comprensión, y cada risa se entrelaza en un lazo de complicidad. A través de la empatía, construyen un refugio donde las voces se alzan en armonía, donde cada historia personal se convierte en un capítulo compartido de su narrativa común.
Los momentos compartidos son melodías en una sinfonía vibrante, donde cada risa y cada lágrima se entrelazan para formar una obra maestra de la vida.
En el vaivén de las experiencias, descubren que la amistad es un refugio en las tormentas, un faro que guía a cada uno en la oscuridad. Así, en las noches más sombrías, cuando las nubes amenazan con oscurecer el cielo, la luz de su conexión brilla con más fuerza, recordándoles que nunca están solos.
En este universo de infinitas posibilidades, hemos encontrado el milagro de la conexión verdadera. No somos solo amigos; somos guardianes de las almas del otro, custodios de sueños compartidos, tejedores de un tapiz de memoria que el tiempo no podrá desteñir.
Y así, en esta constelación de ocho puntas, seguimos brillando, fluyendo, creciendo, unidos por lazos que trascienden el tiempo y el espacio, recordando siempre que en la humildad encontramos grandeza, en la solidaridad hallamos fuerza, en la empatía descubrimos sabiduría, y en la amistad... en la amistad encontramos el verdadero sentido de estar vivos.
Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis,.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan,.
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