Por: Ricardo Abud
La vida familiar está llena de momentos que nos marcan, y muchas veces esos momentos se materializan en recuerdos que llevamos en nuestro corazón.
Los “regalos”, por ejemplo, se convierten en símbolos de amor y atención. Cuando pensamos en nuestras madres, muchos de nosotros recordamos esos pequeños obsequios que nos hicieron sentir especiales.En la simplicidad de un regalo descansa muchas veces la profundidad de un recuerdo eterno. Así como Ana, la madre de Samuel, entregó a su hijo una túnica nueva cada año como testimonio de su amor inquebrantable (1 Samuel 2:19), los regalos que recibimos de nuestras madres se convierten en anclas de memoria que nos conectan con momentos invaluables de nuestra historia familiar. Estos presentes, más allá de su valor material, son manifestaciones tangibles del amor maternal que reflejan el amor incondicional de Dios hacia nosotros.
Son muchos los regalos que atesoro en mi corazón de
Mi abuela Rafaela Natividad y de nuestra querida madre, quienes en vida sembraron tantos bellos recuerdos que perduran en nuestra mente, nuestros corazón y estarán presentes hasta el final de nuestros días. Gracias a ellas entendimos el valor de un regalo más allá de lo material, cada regalo es un recuerdo que atesoramos de esas dos mujeres maravillosas que llenan nuestra alma de felicidad al recirdar esos presentes de navidad.
Otro ejemplo bíblico que ilustra esto es la historia de Salomón, quien recibió regalos de la reina de Saba como muestra de respeto y admiración. Estos gestos no solo construyen lazos, sino que también crean recuerdos imborrables que perduran a lo largo del tiempo, recordándonos el amor que compartimos.
Al reflexionar sobre la “gracia y la esperanza”, encontramos que la gracia de Dios es un regalo aún más significativo. Esta gracia nos proporciona una base sólida para enfrentar las dificultades de la vida. En Romanos 5:1-2, se nos recuerda que "justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". Esta paz trae consigo esperanza, permitiéndonos ver más allá de los desafíos cotidianos. Así, al reconocer la gracia divina, nuestras acciones y pensamientos se transforman, reflejando una actitud de agradecimiento y optimismo que impacta a quienes nos rodean.
La gracia de Dios, ese regalo inmerecido que transforma vidas, se manifiesta como una fuente inagotable de esperanza. Esta gracia se refleja en cada amanecer, en cada nuevo comienzo, recordándonos que el amor de Dios nos sostiene y nos renueva.
Practicar “ejercicios de fe”, como la oración y la meditación es fundamental para experimentar el poder de Dios en nuestras vidas. Moisés, por ejemplo, cuando se enfrentó al faraón, no solo confió en su propia fuerza, sino que se comunicó con Dios, quien hizo lo imposible al abrir el Mar Rojo (Éxodo 14). De manera similar, David, enfrentando a Goliat, no se apoyó en su propia habilidad, sino que se armó de fe en el poder de Dios, logrando una victoria monumental (1 Samuel 17). Estas historias nos inspiran a cultivar nuestra fe, sabiendo que Dios puede intervenir de maneras sorprendentes.
La “comunicación con Dios”, es esencial para fortalecer nuestra relación con Él. Hablar con sinceridad sobre nuestras luchas, alegrías y preocupaciones nos acerca más a su corazón. En Filipenses 4:6-7 se nos instruye a presentar nuestras peticiones a Dios en oración, y se nos promete que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones. Este diálogo sincero no solo nos proporciona consuelo, sino que también nos permite crecer espiritualmente, aprendiendo a confiar en su guía.
Finalmente, es importante recordar que hay “una única verdad” que proviene del Padre Creador. En un mundo donde las opiniones y perspectivas pueden variar, es fundamental no dejarnos llevar por nuestras propias verdades. Proverbios 3:5-6 nos exhorta a "confiar en el Señor de todo nuestro corazón y no apoyarnos en nuestra propia prudencia". La verdadera sabiduría y dirección vienen de Dios, quien conoce el camino que debemos seguir. Al buscar su verdad, encontramos el propósito y la claridad que tanto anhelamos. Dios nos da señales, las entendemos pero el orgullo y el amor propio nos lleva a desobedecerlo transcribiendo una nueva verdad. Nuestra verdad, comienzan a suceder eventos que nos llevan a erróneamente a pensar que Dios no nos escucha y terminamos poniendo en entredicho la verdad revelada en tantas señales que nos dios, pedimos repuestas y no nos da la gana de aceptarlas, se rompen relaciones, vínculos el amor se diluye en nuestra propia estupidez. No tenemos la verdad. Hay una sola y es la del padre creador.
En conjunto, estos conceptos nos invitan a reflexionar sobre la importancia de los gestos de amor en nuestras familias, la gracia que nos llena de esperanza, la práctica de nuestra fe, la comunicación sincera con Dios y la búsqueda de Su verdad. Cada uno de estos elementos nos ayuda a construir una vida más plena y significativa, enraizada en el amor divino y la comunidad familiar.
Los regalos nos recuerdan el amor, la gracia nos sostiene en esperanza, los ejercicios de fe abren puertas a lo imposible, la comunicación sincera fortalece nuestra relación con Dios, y Su verdad nos guía en el camino. Al integrar estas dimensiones en nuestra vida diaria, experimentamos una transformación profunda que refleja la gloria del Padre Creador en cada aspecto de nuestra existencia.
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