sábado, 21 de diciembre de 2024

El Regalo Envenenado de tu Amistad


Dicen que el amor y la amistad son los regalos más preciados de la vida. También dicen que la Tierra es plana y que los unicornios existen. Al menos los defensores de estas últimas teorías tienen la decencia de parecer locos; los primeros andan sueltos dando consejos y escribiendo libros de autoayuda.

Ella —porque darle nombre sería dignificar demasiado a mi verdugo emocional— es el equivalente humano a un cartel de neón que dice "Bienvenidos al club de la amistad". Tiene esa sonrisa de comercial de pasta dental y una personalidad que hace que hasta las plantas se inclinen a su paso, como si fuera una especie de Mesías de las relaciones platónicas. Su superpoder: convertir cualquier intento de romance en una tarjeta de membresía al club de los amigos eternamente frustrados.


"¿No es hermoso lo especial que es nuestra amistad?", me dijo un día, mientras yo intentaba descifrar cómo mis evidentes señales románticas se habían transformado en un certificado de "mejor amigo del año". Sus ojos brillaban con la misma intensidad que los de un cachorro que acaba de destruir tu sofá favorito y espera que lo encuentres adorable.


Mis supuestos amigos, esos gurús de bar que confunden la sabiduría con el efecto del alcohol, son igual de útiles que un salvavidas de plomo. "Deberías estar agradecido por tener una amiga así", me dice uno, mientras sorbe su cerveza artesanal con el mismo entusiasmo que yo sorbo mis lágrimas por las noches. Sí, claro, y también debería estar agradecido por tener un papel protagónico en la comedia más cruel del universo.


El colmo del absurdo fue cuando intenté crear un momento romántico. Velas, música, ambiente perfecto... básicamente, todo el kit de "cómo ser un cliché romántico para dummies". ¿Su respuesta? "¡Aww, eres tan considerado! Por esto eres mi mejor amigo". En ese momento, pude escuchar claramente cómo mi dignidad hacía las maletas y se mudaba a otro continente.


Mi círculo de "apoyo" no se queda atrás en esta sinfonía del despropósito. Una amiga, bebiendo su té de hierbas orgánicas (porque aparentemente el café normal no es lo suficientemente profundo para sus consejos), me asegura que "la amistad es la forma más elevada del amor". Claro, y el karaoke es la forma más elevada de la ópera.


Lo más hilarante es que ella colecciona amigos como quien colecciona figuritas: tiene el amigo deportista, el amigo intelectual, el amigo gracioso... y yo, por supuesto, soy el amigo que suspira patéticamente cada vez que ella menciona la palabra "amistad". Una colección verdaderamente impresionante de almas en pena orbitando alrededor de su resplandeciente presencia.


Cada mensaje suyo es un pequeño ejercicio de masoquismo digital. Envía emojis de corazones "amistosos" como quien lanza confeti en un funeral: completamente fuera de lugar y dolorosamente inapropiado. Sus mensajes de "buenos días, mejor amigo" son como pequeñas dosis de cianuro emocional servidas con una sonrisa.


En el gran mercado de las relaciones humanas, me vendieron una amistad de segunda mano al precio de un amor de primera. Y ni siquiera aceptan devoluciones o tienen política de reembolso. Es como comprar un Ferrari y recibir un patinete: técnicamente ambos te llevan a lugares, pero la experiencia no es exactamente la que esperabas.


Así que aquí estoy, presidente honorario del club de los eternamente friendzoneados, coleccionando momentos "especiales" de amistad como quien colecciona deudas: sin quererlas, sin pedirlas, pero acumulándolas de todas formas. Mientras tanto, ella sigue construyendo su imperio de amistades, como una versión millennial de un señor feudal, pero en lugar de tierras, acumula almas en pena en su corte de admiradores platónicos.


En una noche de reflexión profunda (y un par de copas de vino barato), comprendí que recibir amistad en lugar de amor es como recibir un regalo de cumpleaños que ya habías regalado. Agradable, sí, pero nunca suficiente. Y así, entre risas y lágrimas, me quedé con la amarga certeza de que la verdadera tragedia no era la falta de romance, sino que, en esta comedia de la vida, jamás se me había permitido ser el protagonista.


Así que aquí estoy, el rey de la amistad, con un corazón repleto de anhelos y un álbum de fotos que solo sirve para recordarme que, a veces, el amor se parece demasiado a una broma pesada.


Y quizás, en algunos años, cuando mi corazón se haya momificado lo suficiente, miraré atrás y me reiré de todo esto. O tal vez no. Tal vez solo seré otro capítulo en el libro "Cómo convertir el amor en amistad y otras tragedias modernas", disponible próximamente en todas las librerías de autoayuda, justo al lado de "Manual para sobrevivir a la friendzone: edición de lujo". 


Definitivamente no me quiso dar su corazón, ni su cuerpo y terminó dándome su amistad, lo más pendejo que puede dar una mujer. 



Nos vemos en el espejo, donde no se puede mentir. 

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