miércoles, 25 de diciembre de 2024

La Gran Ilusionista de la Navidad


Por: Ricardo Abud
En una ciudad donde las luces navideñas brillaban tanto que cegaban a sus habitantes, vivía una mujer a quien todos llamaban "La Gran Ilusionista". No porque fuera maga, sino porque poseía el extraordinario don de tejer realidades tan elaboradas como una bufanda navideña, cada punto un nuevo engaño, cada color una nueva versión de la verdad.

La Gran Ilusionista vivía en una casa de cristal que, curiosamente, proyectaba diferentes reflejos según quien la mirara. Para su esposo, las paredes transparentes mostraban a una dedicada ama de casa horneando galletas de caraotas y colgando las mentiras de su amor eterno. Para su amante del gimnasio, los cristales revelaban a una mujer libre y salvaje, tan ardiente como las brasas de la chimenea navideña. Y para sus amigas del club de lectura, las ventanas reflejaban a una intelectual comprometida que leía "Anna Karenina" mientras secretamente escribía su propia versión moderna.

Su teléfono móvil era como un árbol de Navidad: lleno de compartimentos secretos y aplicaciones ocultas que brillaban con notificaciones silenciadas. Las conversaciones de WhatsApp estaban más encriptadas que el código secreto de Santa Claus, y sus redes sociales eran un ejercicio magistral de prestidigitación digital. Cada foto publicada era un acto de malabarismo temporal: "En casa con mi amor" rezaba el pie de foto, sin especificar a cuál de sus amores se refería.

En las cenas navideñas de empresa, era la reina del desdoblamiento. Se movía entre las mesas como un copo de nieve danzante, dejando caer diferentes versiones de su vida en cada conversación. "Mi marido está en un viaje de negocios", susurraba en el oído del nuevo ejecutivo, mientras su alianza matrimonial descansaba segura en el bolso, como un adorno navideño que solo se exhibe en ocasiones especiales.

Los habitantes del pueblo habían desarrollado una peculiar afición por los gorros navideños, especialmente aquellos que cubrían los ojos. "Es para mantener el misterio de la Navidad", decían, mientras ignoraban deliberadamente las evidencias que flotaban en el aire como el aroma del ponche de huevo.

Su agenda era un prodigio de ingeniería temporal: podía estar en tres cenas de Nochebuena diferentes sin que el turrón se le atragantara. Para su familia política era la nuera perfecta, sirviendo bacalao tradicional. Para su amante era la mujer fatal que cenaba langosta, y para su círculo de admiradores secretos era la misteriosa dama que nunca estaba disponible en fechas señaladas, como un regalo de Navidad que siempre está agotado.

Mantenía una colección de perfumes tan variada como sus personalidades. "Es el espíritu de la Navidad", explicaba cuando alguien notaba un aroma diferente. "Cada día uso uno distinto para honrar la temporada", decía, mientras se aseguraba de no confundir el perfume de sus encuentros matutinos con el de sus compromisos vespertinos.

La noche más mágica del año, mientras las campanas de la iglesia repicaban anunciando la medianoche, sus diferentes vidas comenzaron a entrecruzarse como las luces del árbol de Navidad cuando hacen cortocircuito. Sus mentiras empezaron a brillar como estrella de Belén, amenazando con iluminar todos sus secretos.

Pero nadie pareció notarlo. Los habitantes del pueblo estaban demasiado ocupados cantando villancicos con los ojos cerrados, brindando con copas que reflejaban solo lo que querían ver, intercambiando regalos envueltos en papeles de fantasía tan elaborados como sus propias ilusiones.

Y así, en esta Nochebuena particular, mientras los copos de nieve artificial caían sobre la ciudad, La Gran Ilusionista envió el mismo mensaje a todos sus contactos: "Esta Navidad mi corazón solo late por ti". El mensaje se multiplicó como las galletas en una bandeja navideña, llegando a una docena de hombres que, cada uno en su burbuja de fantasía, sonrió pensando que era el único destinatario de tan exclusiva declaración.

¡Feliz Navidad a todos! Y recuerden: si ve a una mujer que parece estar en varios lugares a la vez durante estas fiestas, podría ser un milagro navideño... o simplemente otra de las ilusiones de La Gran Ilusionista, quien, por cierto, jura por el niño Jesús que esta historia es completamente ficticia.

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