La Mejor Religión: Ser una Buena Persona


 Por: Ricardo Abud

En un mundo cada vez más lleno de discursos sobre fe y espiritualidad, es vital recordar que la verdadera esencia de cualquier creencia debería reflejarse en nuestras acciones cotidianas. Más allá de las palabras y las apariencias, la espiritualidad genuina se mide por cómo vivimos y cómo tratamos a los demás. 

En un mundo donde muchas personas se enorgullecen de su religiosidad, de asistir a cultos o de compartir versículos bíblicos en redes sociales, surge una pregunta esencial: ¿Qué significa realmente servir a Dios?  

El texto que inspira este artículo nos invita a reflexionar sobre lo que verdaderamente define nuestra espiritualidad. No se trata de cuántas veces oramos, cuántas veces vamos a la iglesia o cuántos salmos memorizamos. La verdadera medida de nuestra fe está en cómo vivimos, cómo tratamos a los demás y cómo reflejamos los valores que decimos profesar.  

Dios se Revela en Nuestras Acciones

Dios se manifiesta en nosotros no solo a través de nuestras oraciones o nuestra asistencia a lugares de culto, también se manifiesta por:

El mensaje es claro: Dios no solo se encuentra en los templos, sino en nuestra conducta diaria. Él se muestra:  

  • En los pequeños y grandes actos de cada día
  • En cómo hablamos de los demás, especialmente cuando no están presentes.  
  • En cómo honramos y cuidamos a nuestra pareja, porque el amor verdadero se demuestra con hechos, no solo con palabras.  
  • En cómo tratamos a quienes nos sirven, porque la humildad y el respeto no tienen jerarquías.  
  • En cómo respetamos lo ajeno, porque la honestidad es un reflejo de nuestro carácter.  
  • En nuestra tolerancia y apertura mental, porque la verdadera espiritualidad no es rígida, sino compasiva.  

En nuestra capacidad de ser justos, bondadosos y nobles, porque estos son los frutos de un corazón alineado con Dios.  

La verdadera religión, la que realmente transforma y edifica, no está hecha solo de rezos o versículos memorizados. Está hecha de actos de justicia, bondad, nobleza y compasión. La vida enseña duras lecciones: no todo el que habla de Dios es bueno, ni toda persona humilde es necesariamente aquella que aparenta serlo por su sencillez exterior. Lo importante no es cuántas veces asistes a una iglesia o cuán devoto parezcas ser, sino cómo vives esa fe cuando nadie te está mirando.

El texto lo dice con claridad: "La mejor religión es ser una buena persona." No se trata de recitar oraciones para luego vivir en contradicción. De nada sirve rezar y luego criticar, juzgar o difamar. La hipocresía es una de las peores enfermedades del alma, porque engaña a los demás y, lo peor, nos engaña a nosotros mismos.  

Jesús mismo advirtió: "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:16). No es suficiente decir "Señor, Señor" si nuestras acciones no reflejan amor, justicia y misericordia. El Espíritu Santo no inspira chismes, mentiras ni juicios, sino amor, paz y verdad. El resentimiento ni el odio están motivados no por la palabra de nuestro amado dios, son subordinados por las sobras que habitan en muestra alma, lo que decimos por nuestra boca es lo que habita, lo que albergamos en nuestro corazón,

El odio es una de las emociones más destructivas que puede albergar el corazón humano. No solo daña a quien lo recibe, sino que también corroe el alma de quien lo guarda. Como dijo Martin Luther King Jr.: "El odio no puede expulsar al odio; solo el amor puede hacerlo".

En nuestro interior, el odio suele nacer del miedo, el dolor o la incomprensión. Es una respuesta natural, pero no por ello justa o inevitable. Cuando permitimos que el resentimiento se arraigue, nos convertimos en prisioneros de nuestra propia amargura.

Jesús enseñó: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen" (Mateo 5:44). Este mandato no niega el dolor, sino que busca liberarnos de su peso. El perdón no excusa el mal, pero rompe su poder sobre nosotros.

La justicia, la compasión y la verdad son caminos más nobles que la ira. Como escribió el apóstol Pablo: "No se ponga el sol sobre vuestro enojo" (Efesios 4:26). Porque al final, el amor no es solo un sentimiento, sino un acto de valentía: la decisión de no permitir que el mal defina quién eres.

La hipocresía espiritual es uno de los mayores peligros de nuestra era. ¿De qué sirve proclamar fe si en el hogar y en la comunidad se vive juzgando, criticando y hablando mal de los demás? La coherencia entre fe y vida es fundamental. Jesús enseñó que con la vara que medimos a otros, seremos medidos también. Es un llamado a la humildad, a la introspección y a la autenticidad.

Además, es crucial recordar que el Espíritu Santo para quienes creen no es un espíritu que inspira chismes, críticas destructivas, mentiras o difamaciones. Su verdadera presencia en nuestras vidas se traduce en frutos de paz, amor, templanza, bondad y dominio propio. No se trata solo de emociones momentáneas o manifestaciones externas como danzar o hablar en lenguas, sino de una transformación interior profunda y duradera.

La vida nos enseña que no todo el que habla de Dios es bueno, ni todo el que parece humilde lo es en realidad. Hay quienes predican en las iglesias pero en sus hogares siembran discordia. Hay quienes citan la Biblia, pero no practican la compasión que ella enseña.  

¿De qué sirve servir en la iglesia si en casa maltratamos de palabra e incluso físicamente, criticamos o menospreciamos? La verdadera espiritualidad se vive en lo cotidiano, en la forma en que tratamos al prójimo, en cómo enfrentamos las adversidades y en cómo perdonamos.  

No seamos hipócritas. "Con la vara que midáis, seréis medidos" (Mateo 7:2). Si queremos ser verdaderos hijos de Dios, debemos vivir lo que predicamos. La oración, la alabanza y la lectura bíblica son importantes, pero si no hay coherencia, todo queda en ruido.  

Dios no busca adoradores perfectos, sino corazones sinceros. Él prefiere a quien, aunque tropiece, se levanta con humildad y trata de ser mejor cada día. Porque al final, lo que cuenta no es cuánto sabes de religión, sino cuánto amas y sirves.  

¿Eres de los que hablan de Dios o de los que viven como Él enseña? La respuesta está en tus acciones.  

En definitiva, la mejor religión es ser una buena persona. Una persona que actúa con justicia, bondad y amor, sin importar si alguien la observa o no. La fe verdadera se ve en las obras y en la manera en que elegimos vivir día tras día.

Y eso, al final, ya no es tu carga.  

Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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