El Paradójico Dilema del Corazón: Cuando el Alma se Debate Entre lo Seguro y lo Intenso


Por: Ricardo Abud

Existe una verdad incómoda que pocas personas se atreven a susurrar en voz alta, pero que late en el corazón de millones: a veces, quien nos ama de la manera más pura y noble, no es quien despierta en nosotros la pasión más intensa. 
Esta contradicción no es una falla moral, sino una complejidad profundamente humana que merece ser explorada con compasión y honestidad.

La sociedad nos ha enseñado que el amor debe ser lineal: encontrar a alguien bueno, enamorarse, ser felices. Pero la realidad emocional es mucho más matizada. El corazón humano no siempre se inclina hacia lo que la razón considera correcto, y esto genera una disonancia que puede atormentar a quienes la experimentan.

El "hombre bueno"  y aquí hablamos también de mujeres, pues este arquetipo trasciende el género  representa todo lo que, en teoría, deberíamos valorar en una pareja. Es confiable, respetuoso, considerado. Ha crecido entendiendo que el consentimiento y el respeto son fundamentales, y esto es admirable. Sin embargo, en su deseo de ser correcto, a menudo pierde de vista que la pasión también requiere un elemento de espontaneidad, de riesgo emocional.

Este arquetipo sufre de lo que podríamos llamar "la parálisis de la perfección". Tan consciente está de hacer todo bien, que olvida que el deseo también se alimenta de lo impredecible, de lo ligeramente peligroso. No porque el peligro sea inherentemente atractivo, sino porque sugiere una intensidad emocional que puede estar ausente en la corrección excesiva.

¿Por qué entonces se casan con él? La respuesta es compleja pero comprensible. Después de experimentar relaciones tóxicas, el alma busca refugio. El hombre bueno representa estabilidad, seguridad emocional, la promesa de un hogar donde no hay que caminar sobre cáscaras de huevo. Es la elección racional del corazón cansado.

Además, existe una presión social enorme para "sentar cabeza" con alguien estable. La familia, los amigos, la sociedad entera aplaude cuando finalmente elegimos al "bueno". Es la decisión que todos entienden y aprueban. Pero aquí surge la verdadera tragedia: cuando nos casamos con alguien principalmente por su bondad, sin esa chispa de deseo genuino, estamos condenando a dos personas a una vida de mediocridad emocional.

El hombre bueno merece ser deseado con la misma intensidad con la que ama. Merece despertar pasión, no solo gratitud. Esta situación crea una dinámica destructiva donde él comienza a sentir que su bondad no es suficiente, que debe cambiar quién es para ser más "emocionante". Ella se siente culpable por no sentir la pasión que sabe que él merece. Ambos terminan interpretando roles en lugar de vivir auténticamente.

La cruel ironía es que, en nombre de la estabilidad, a menudo creamos inestabilidad emocional. El resentimiento crece lentamente: él por no ser deseado como es, ella por sentirse atrapada en una vida que se siente más como una obligación que como una elección apasionada.

Por otro lado, el "hombre malo" ha dominado algo que el bueno no comprende: la intensidad emocional. No estamos hablando necesariamente de abuso – aunque a veces se da – sino de alguien que no tiene miedo de ocupar espacio emocional, de ser impredecible, de generar fricción. Su atractivo no radica en su maldad per se, sino en su capacidad de hacer sentir a la otra persona completamente viva.

Genera emociones intensas: ira, pasión, deseo, frustración, euforia. En contraste con la previsibilidad del hombre bueno, el malo mantiene a su pareja en un estado de alerta emocional constante. Es como una droga emocional que crea adicción precisamente porque alterna entre el dolor y el placer de manera impredecible.

¿Por qué no se casan con él? Porque a nivel consciente, reconocemos que una relación basada únicamente en la intensidad emocional es insostenible a largo plazo. La montaña rusa emocional es emocionante durante un tiempo, pero eventualmente agota. El hombre malo, en su versión más tóxica, no está interesado en construir una vida estable. Su poder radica en mantener a la otra persona en un estado de incertidumbre. El matrimonio, con su promesa de compromiso y estabilidad, diluiría su influencia.

Reconocemos  aunque sea subconscientemente  que una relación con él sería destructiva para nuestro bienestar a largo plazo. Elegimos la supervivencia emocional sobre la intensidad. Pero el corazón guarda la memoria de esa intensidad como un fantasma que atormenta la tranquilidad del matrimonio seguro.

Este patrón tiene raíces psicológicas profundas. Los hombres buenos a menudo han sido criados para suprimir aspectos de su personalidad que podrían ser percibidos como "agresivos" o "dominantes". En su noble intención de ser respetuosos, pueden haber perdido contacto con su propia intensidad emocional y sexual. Han aprendido a pedir permiso para existir, y esa timidez existencial se traduce en una presencia emocional débil.

Para algunas personas, especialmente aquellas que crecieron en ambientes caóticos o emocionalmente intensos, la tranquilidad puede sentirse extraña, incluso aburrida. Han sido condicionadas a asociar el amor con la intensidad emocional, lo que hace que las relaciones estables se sientan menos "reales". Es como si su sistema nervioso estuviera calibrado para el drama, y la paz les pareciera una señal de que algo está mal.

Nuestra cultura, además, romantiza relaciones tóxicas en el arte, la literatura y los medios. Esto puede llevar a confundir drama emocional con pasión genuina, y estabilidad con aburrimiento. Crecemos pensando que el amor verdadero debe doler, debe consumir, debe transformarnos hasta volvernos irreconocibles.

Pero la verdadera madurez emocional no consiste en elegir entre el bueno y el malo, sino en reconocer que esta dicotomía es falsa. El objetivo debería ser encontrar o cultivar una relación que combine lo mejor de ambos mundos: estabilidad emocional con intensidad auténtica.

Para los "buenos", es crucial entender que bondad no equivale a pasividad. Pueden mantener sus valores de respeto y consideración mientras desarrollan una presencia emocional más intensa. Esto significa aprender a expresar deseos con confianza, desarrollar comodidad con la intensidad emocional propia, y entender que ser "bueno" no significa ser predecible o carente de misterio.

Para quienes eligen, es importante reconocer que elegir pareja basándose únicamente en la estabilidad, sin considerar la compatibilidad emocional y física, es injusto para ambos. La gratitud por la bondad de alguien no debe confundirse con amor romántico. Es posible encontrar tanto estabilidad como pasión en la misma persona, pero esto requiere trabajo y honestidad sobre nuestras necesidades reales.

El trabajo en la propia salud emocional puede cambiar radicalmente lo que encontramos atractivo. Cuando sanamos nuestros traumas, cuando aprendemos a valorarnos, cuando desarrollamos una relación sana con nosotros mismos, la intensidad tóxica pierde su encanto. Comenzamos a reconocer la diferencia entre pasión auténtica y manipulación emocional.

Al final, no hay villanos en esta historia. El hombre bueno no es aburrido por elección; a menudo es el resultado de un condicionamiento social bien intencionado que le enseñó a esconder sus instintos más primitivos. La mujer que se debate entre estabilidad y pasión no es superficial; está navegando impulsos emocionales complejos y a menudo contradictorios que la sociedad misma ha creado.

Todos somos víctimas y cómplices de un sistema que nos enseña a fragmentar el amor, a creer que debemos elegir entre seguridad e intensidad, entre respeto y deseo, entre bondad y pasión. Pero estos no son opuestos; son facetas de una misma gema que, cuando se integran, crean algo hermoso y duradero.

Todos merecemos relaciones que nos nutran tanto emocionalmente como nos desafíen, que nos den seguridad sin sacrificar la pasión. Esto requiere trabajo tanto individual como en pareja, honestidad sobre nuestras necesidades y la valentía de construir algo mejor que los arquetipos limitantes que la sociedad nos presenta.

El verdadero amor maduro trasciende la dicotomía entre "bueno" y "malo". Busca la integración: una persona que pueda ser tanto el refugio seguro como la aventura emocionante, alguien que entienda que el respeto y la pasión no son mutuamente excluyentes. Alguien que pueda susurrar ternezas al oído y también despertar tormentas en el alma.

Quizás la pregunta no debería ser "¿por qué elegimos al bueno para casarnos y recordamos al malo?", sino "¿cómo podemos crear relaciones donde no tengamos que elegir entre seguridad emocional e intensidad auténtica?" La respuesta, como la mayoría de las verdades profundas sobre el amor, no es simple. Pero es una búsqueda que vale la pena emprender, tanto por nosotros como por aquellos que tienen la valentía de amarnos tal como somos, con todas nuestras contradicciones y anhelos secretos.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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