Por Ricardo J. Abud (o, como dicen por ahí, un tipo con la misma cara de "¿qué rayos acaba de pasar?")
En un mundo donde todo se hace en línea trabajo, citas, terapia, incluso peleas familiares, parecía inevitable que la tecnología llegará al sagrado arte de la procreación.
Y así, con la elegancia de un meme viral, nos llega la noticia más innovadora, desde que alguien intentó cargar una tostadora con USB: ¡Un embarazo por conexión remota!
Amigos, soy un hombre serio. De esos que se afeitan los domingos con la esperanza de que el futuro les guiñe un ojo. Hace tres años, mi corazón se hizo trizas y mi maleta se llenó de calcetines solitarios y sueños en liquidación. Dejé a mi santa esposa y a mis dos retoños en mi país natal, y aquí me tienen, sobreviviendo en el exilio como buen venezolano: con una nostalgia que ni el aguardiente más fuerte me quita, arepas recicladas y una billetera más anémica que influencer sin seguidores.
Con la devoción de un cura sin parroquia, o mejor dicho, con la desesperación de quien no quiere ver su casa embargada, le envío dinero religiosamente todos los meses. Pago útiles, comida, zapatos, y por supuesto, ese internet satánico que se cae justo cuando quiero ver a mis hijas, pero que funciona de maravilla cuando mi esposa necesita el filtro de conejo para sus selfies. ¡El horror de la tecnología y sus prioridades!
Y como si fuera poco, llamo todos los días. ¡TODOS LOS DÍAS! Soy el tipo que más le ha sacado el jugo al Wi-Fi comunitario del edificio. En la mañana, la reunión familiar tipo junta directiva; en la noche, el “momento íntimo” con mi esposa. Hemos montado toda una coreografía erótico-tecnológica, con juguetes que le mandé por encomienda, dignos de un catálogo: peluches que ya tienen personalidad propia, una lámpara LED que parece discoteca portátil y un masajeador que, bueno… digamos que no está diseñado precisamente para la espalda.
Pero la vida, esa comediante cruel, siempre guarda un as bajo la manga. Ayer, llamo a mi esposa con mi mejor sonrisa de hombre sacrificado y corazón destrozado, preparado para mi monólogo diario sobre lo duro que es el exilio… y me suelta, con la naturalidad de quien anuncia que va por el pan:
"Mi amor, estoy embarazada."
¡Zas! Si me hubieran caído cien rayos a la vez, el efecto hubiera sido menos impactante. Yo, que me considero un hombre de ciencia (nivel Discovery Channel en día de maratón de ovnis), en un primer momento, sentí un orgullo inexplicable. “¡Carajo! ¡Mis espermas han cruzado océanos! ¡Son como Navy Seals microscópicos! ¡Hemos creado una nueva especie: el cyberesperma! ¡El futuro es hoy, vieja!”.
Sí, señores, aparentemente los espermas móviles no necesitan pasaporte, ni visa, ni condón. Les basta con una buena señal de Wi-Fi, un router de fibra óptica y una pareja dispuesta a dejar la cámara encendida. ¡Un verdadero milagro de la telecomunicación moderna!
¡Va a ser niño! dice ella, mientras suelto el teléfono y miro fijamente mi router, preguntándome si, sin querer, había activado la opción "Modo Crianza" en la configuración.
Ante semejante revelación, las preguntas brotan como actualizaciones de software no deseadas: ¿Acaso los cyberespermas viajaron por fibra óptica? ¿El Bluetooth de sus juguetes tenía función "Fertilizar"? ¿Mi esposa descargó algún torrent sospechoso? Los científicos (o al menos los que tienen tiempo para teorías absurdas) especulan: "Si el WiFi puede transmitir películas en 4K, ¿por qué no un espermatozoide en Ultra HD?". Otros sugieren que, tal vez, el verdadero milagro fue que el algoritmo de WhatsApp detectó compatibilidad genética y autorizó la concepción.
Mi esposa, serena como un antivirus sin licencia, asegura que el niño es mío. "Claro que es tuyo, mi amor", dice. ¿Acaso no has estado aquí… en espíritu… y en llamadas de Zoom?".
Ante tal argumento, me quedo más confundido que un influencer leyendo un libro. Por un lado, no he pisado mi país en años, pero por el otro, mi esposa jura que el bebé tiene mis ojos… aunque aún no nace.
¿Qué hacer en esta situación? Aceptar la paternidad digital: Sí Netflix puede ser tu papá emocional, ¿por qué tú no puedes serlo por WiFi? Exigir una prueba de ADN… y de IP: Que confirmen que el paquete de datos vino de mi servidor. Invertir en un firewall íntimo: Para evitar que otros hackers dejen malware en el sistema.
Al final, esta historia nos deja una reflexión profunda: en la era digital, hasta los milagros tienen cobertura de 5G. Si las videollamadas pueden transmitir amor, ¿por qué no un embarazo?
Y mientras me preparo para conocer a mi "hijo cloud" (que, seguramente, nacerá con una app de paternidad incluida), el mundo espera ansioso la próxima innovación tecnológica: ¿Abuelos por suscripción? ¿Primos por blockchain?
Vamos a tener un niño. ¡Un varón! ¡Un hacker de la genética! Le pondré por nombre WiFilito, dependiendo de qué tan fuerte estaba la señal ese día. ¿O tal vez “Megabyte Jr.”? Las opciones son infinitas como las teorías de conspiración.
Ahora, yo me pregunto (y ustedes también, no se hagan los santos, sé que lo están pensando): ¿Es realmente mío ese niño? Y aquí es donde entramos en el terreno de la ciencia-ficción realista, esa que te hace dudar si lo que viste fue un sueño o la cuenta bancaria después de pagar la renta. Porque uno no sabe si es que Elon Musk, en un ataque de aburrimiento intergaláctico, inventó un nuevo tipo de transmisión de esperma por satélite, o si mi esposa, aburrida de tanto Zoom amoroso, decidió instalarle un antivirus a su cuerpo con otro “técnico” que sabe más de conexiones que yo.
¡Ay, Virgen de la Candelaria con Wi-Fi! ¿Y si el muchachito sale con acento que no es el nuestro? ¿Y si desde el vientre ya le gusta el reggaetón y viene con coreografía incluida? ¿Y si cuando nazca dice “bro” antes de “mamá”? ¡Mi hombría llanera no soportaría tal afrenta!
Pero yo, optimista empedernido (o masoquista crónico, no estoy seguro), me mantengo positivo. ¡Tal vez soy el primer padre virtual biológico del mundo! ¡Quizás fundé una nueva religión: los Telepadres de los Últimos Días! ¡Aleluya, hermanos de la distancia, que el ancho de banda los bendiga! Porque si algo me ha enseñado esta experiencia, es que en este mundo de redes, datos, conexiones y emociones 5G, cualquier cosa puede pasar. Menos que te devuelvan el pasaje, claro está. Eso sí que es pedirle peras al HORNO (Frase del buen amigo de Cervantes, Manuelito).
Y así, amigos míos, concluye la épica historia del hombre que envió remesas y recibió una noticia preñada de ironías, de gigabytes y de un futuro incierto. Si ves a tu esposa con la señal del celular full y una barriga sospechosamente nueva… desconéctate, papi. Desconéctate y llama al técnico. ¡Y reza para que el bebé no nazca con un cable USB en lugar de cordón umbilical!
Nota del Editor (para los que se lo tomaron muy en serio): Esta historia está basada en hechos completamente ficticios. Cualquier parecido con avances científicos reales es pura coincidencia tecnológica, o el resultado de demasiadas horas frente a la pantalla. No intente reproducir estos métodos en casa sin la supervisión de un técnico en telecomunicaciones certificado y un abogado, por si acaso.
Próximamente en sus pantallas: El documental "Cyberespermas: La Película" (¡con efectos especiales de primer nivel!) y el libro de autoayuda "Cómo Embarazar a tu Esposa Vía WhatsApp en 10 Pasos Sencillos (y no Morir en el Intento)" del Dr. Rodolfo Pérez, Ph.D. en Conexiones Inalámbricas y Padre de la Humanidad Digital. ¡No se lo pierdan!
Y eso, al final, ya no es tu carga.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.
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