Por: Ricardo Abud
Es curioso cómo las personas más valientes pueden volverse frágiles cuando se trata del corazón. A veces construimos muros tan altos que, aunque protegen lo que más tememos perder, también alejan lo que más necesitamos.
Es profundamente humano responder al amor con distancia cuando hemos aprendido que acercarse duele. No es una elección consciente, sino un reflejo automático que se desarrolla cuando somos vulnerables. Es como si el alma dijera: "Si mantengo distancia, no podrán lastimarme", pero olvida susurrar que tampoco podrán amarte plenamente.
Esta danza de acercamiento y distancia no nace de la falta de amor, sino de su intensidad. Surge cuando el amor se siente tan real que activa todos los sistemas de alarma internos. Paradójicamente, cuanto más profundo es el sentimiento, más fuerte se vuelve el impulso de huir. No es que no se quiera estar ahí, sino que quedarse requiere una vulnerabilidad que puede sentirse aterradora.
La infancia nos enseña lecciones sobre el amor. Algunos aprenden que el amor es seguro y constante; otros, que puede desaparecer o que abrirse completamente lleva a un dolor insoportable. Estas lecciones se graban en lo más profundo del ser, como un código invisible que influye en cada relación futura. El apego evitativo no es una falla de carácter; es una estrategia de supervivencia, una forma en que un corazón joven decidió protegerse cuando el mundo se sentía impredecible. Es comprensible, humano, y algo que muchas personas cargan sin siquiera darse cuenta.
Reconocer este patrón es el primer paso hacia la libertad. Darse cuenta de que el impulso de alejarse no es una verdad sobre el amor, sino una reacción aprendida, abre la posibilidad de elegir diferente. Sanar estas heridas invisibles no es fácil, porque requiere hacer exactamente lo que el sistema interno está diseñado para evitar: quedarse presente cuando todo dentro grita que es tiempo de huir. Significa sentir la incomodidad de la intimidad real, esa que va más allá de las conversaciones superficiales y toca los lugares más tiernos del corazón.
Es un trabajo silencioso, que se hace en los momentos donde surge el impulso de crear conflicto para justificar la distancia, o cuando la felicidad se siente tan intensa que parece peligrosa. Es ahí cuando se puede elegir quedarse, respirar profundo y recordar que no todos los finales son iguales, que no todas las personas se van, que el amor puede ser diferente esta vez. Sanar significa aprender a distinguir entre el pasado y el presente, entre la historia que vivimos y la que estamos escribiendo ahora. Significa reconocer que la persona que está frente a nosotros no es responsable de las heridas que otros dejaron, y que merece la oportunidad de mostrarse sin las sombras del pasado nublando la visión.
A veces, el acto más valiente no es luchar o conquistar, sino simplemente quedarse. Quedarse cuando es difícil, cuando es incómodo, cuando cada fibra del ser dice que es más seguro estar solo. Quedarse y permitir que alguien vea las partes más vulnerables, esas que hemos aprendido a esconder tan bien. El amor verdadero no es solo el sentimiento hermoso en los momentos fáciles; es también la decisión consciente de no huir cuando las cosas se ponen reales, cuando las máscaras caen y queda expuesta la humanidad cruda de dos personas tratando de conectar genuinamente.
Hay algo profundamente sanador en darse cuenta de que huir del amor no es una protección, sino una prisión. Una prisión construida por nosotros mismos, con llaves que solo nosotros podemos usar para abrir las puertas. El primer paso es reconocer que estamos ahí dentro; el segundo es tomar la decisión de que queremos salir. No es un proceso que se hace de la noche a la mañana, pero cada pequeño momento de quedarse en lugar de huir, cada vez que se elige la vulnerabilidad sobre la protección, cada conversación difícil que se tiene en lugar de evitar, es un paso hacia una forma diferente de amar y ser amado.
La ironía es que, al final, lo que más tememos perder por amar completamente es exactamente lo que perdemos al no hacerlo. Al protegernos tanto del dolor de ser abandonados, terminamos abandonándonos a nosotros mismos. Al cuidar tanto nuestro corazón del riesgo de romperse, terminamos partiéndolo nosotros mismos. Pero cuando se encuentra el valor de quedarse, de amar sin huir, de permitir que alguien realmente nos vea, se descubre que el amor no es el enemigo. El miedo lo es. Y el miedo, aunque se sienta tan real, tan presente, tan convincente, es solo un eco del pasado que podemos aprender a escuchar sin obedecerle.
Reconocer esto no es el final del trabajo, es el comienzo. Es la invitación a escribir una historia diferente, una donde el amor no sea algo de lo que huir, sino algo hacia lo que caminar, incluso cuando las piernas tiemblen y el corazón lata fuerte. Porque al final del día, todos merecemos amor, y todos merecemos la oportunidad de darlo sin reservas, sin muros, sin miedo.
Hey, sé que las cosas entre nosotros no terminaron como hubiéramos querido, y tal vez ahora estemos en caminos separados, pero hay algo que necesito decirte, algo que viene desde un lugar profundo, desde esa parte de mí que aún guarda los recuerdos de lo que fuimos. No es un reproche, no es una súplica, sino una reflexión que, espero, resuene en algún rincón de tu corazón, como esas canciones que solíamos escuchar juntos.
El amor, ¿sabes?, es un terreno complicado, lleno de luces y sombras. A veces, sin darnos cuenta, cargamos con heridas que no elegimos, marcas que se formaron en nosotros mucho antes de que nos conociéramos. Hay personas que, sin querer, terminan alejando a quienes más quieren, no porque no sientan amor, sino porque algo dentro de ellas les susurra que acercarse demasiado es peligroso. Es como si el corazón tuviera un escudo invisible, levantado hace mucho tiempo, tal vez en la infancia, cuando el mundo no era un lugar seguro para confiar plenamente. Ese escudo no es rechazo ni desinterés; es un mecanismo de supervivencia, una forma de protegerse de un dolor que alguna vez se sintió demasiado grande.
Cuando pienso en lo nuestro, me pregunto si alguna vez sentiste ese miedo. Ese impulso de dar un paso atrás justo cuando las cosas se ponían intensas, cuando el amor empezaba a pedir más de lo que parecía seguro dar. No te culpo, porque sé que no es algo que hagas a propósito. Nadie elige tener miedo al amor. Nadie decide construir muros alrededor de su corazón. Es algo que se aprende, algo que se graba en nosotros cuando somos pequeños y el mundo nos enseña que confiar puede doler. Pero ese miedo, aunque te protege, también te roba. Te aleja de lo que más anhelas, de esa conexión profunda que, en el fondo, todos buscamos.
Quiero que sepas que entiendo. Entiendo que a veces huir no es porque no quieras quedarte, sino porque quedarse se siente como arriesgar demasiado. Pero también quiero decirte, con toda la suavidad que puedo, que el amor no siempre tiene que ser un campo de batalla. Amar es también sanar, es mirar esas heridas viejas, esas que te hacen retroceder, y decidir que mereces algo diferente. Mereces sentir sin temor, acercarte sin que el corazón tiemble, quedarte sin que una parte de ti quiera correr. Y no te digo esto para que vuelvas a mí, sino porque, en algún lugar de mi alma, aún deseo que encuentres esa paz, esa libertad de amar sin cadenas.
Si alguna vez sentiste que entre nosotros había un abismo que no explicábamos, tal vez no era por falta de amor, sino por esos miedos que cargamos sin darnos cuenta. Yo también tengo los míos, no creas que no. Pero estoy aprendiendo, poco a poco, que sanar no es solo dejar de huir del dolor, sino también dejar de huir del amor. Es un camino largo, pero cada paso vale la pena, porque al final del día, lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de conectar, de sentir, de arriesgarnos a pesar de todo.
No sé si estas palabras llegarán a ti, o si las leerás con el mismo cariño con el que las escribo. Pero si algo de esto toca tu corazón, si algo resuena, no te vayas de ti mismo. No te alejes de lo que sientes, de lo que eres capaz de dar y recibir. El amor, cuando lo dejas entrar, no siempre hiere. A veces, solo a veces, también salva. Y yo, desde este lado del camino, solo deseo que encuentres esa versión del amor que no te haga correr, sino quedarte, con el corazón abierto, sin miedo a lo que venga.
Nota: Bastante veces te dije que no te gustaba ser feliz, seguro no encontré antes las palabras para explicarte en su momento porque no querías o no te gustaba ser feliz, o simplemente te alejabas, hoy encontré esas palabras, espero te lleguen.
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