Por: Ricardo Abud
Ah, la escena clásica. Luz tenue, música suave, el aire cargado de intenciones camufladas. Y de pronto, como si el universo conspirara para burlarse, ella lanza la bomba con una voz casi angelical: "Es mi primera vez".
Frase legendaria que ha causado más desastres cognitivos que un GPS desactualizado en una rotonda europea. Cuando una mujer declara solemnemente "es mi primera vez", es como si el universo entero se detuviera para aplaudir esta interpretación digna de un Oscar... o para llamar a los servicios de emergencia.
¡Ah, la mentira más vieja que la hipocresía política! Una frase tan usada que debería venir con manual de usuario, certificado de deshonestidad y una advertencia sanitaria: "Puede causar pérdida de fe en la especie humana". Lo dice con la misma convicción con la que un gato jura que no derribó el florero. Y uno, claro, obligado por el protocolo masculino de no reír en el peor momento, hace el gesto de sorpresa, como si el universo acabara de revelarnos que la Tierra es plana y el horóscopo es ciencia.
Pero vamos a los hechos: su "primera vez" venía envuelta en un vestuario de alto voltaje, un maquillaje diseñado por la NASA y una experiencia coreográfica que haría sonrojar a una bailarina de Moulin Rouge. ¡Por favor! ¡Que horror! Si eso era una primera vez, yo soy virgen de pensamiento, palabra, obra y omisión. Porque hay algo mágico en esa frase, ¿no? "Primera vez"... suena a inocencia, a desorden emocional, a torpeza encantadora. Pero lo que hay detrás suele ser más complejo que un contrato de banco. Es una pequeña traición al sentido común. Un guiño cómplice a la manipulación emocional. Un acto de prestidigitación sentimental: te hacen creer que estás entrando en terreno virgen, cuando en realidad estás pisando una autopista con peaje y señalización LED.
No me malinterpreten: no hay nada malo en tener historial. Lo que resulta fascinante y profundamente cómico es la necesidad de envolverlo en papel de regalo de "yo no sabía nada", cuando claramente la universidad de la experiencia ya les dio hasta posgrado. Es como ver a alguien afirmar que es la primera vez que maneja... mientras estaciona un tráiler en paralelo con los ojos cerrados.
Él, el ingenuo protagonista de esta telenovela, cree que ha sido elegido como el héroe de una película romántica cuando en realidad es el reparto de una comedia de situación. Su cerebro ejecuta una traición épica, abandonándolo justo cuando más necesita funcionar, como un teléfono que se queda sin batería en una emergencia.
El caos que se desata es épico. Él, pobre criatura, se convierte instantáneamente en una mezcla entre un instructor de yoga, un técnico de la NASA de emociones, todo mientras intenta recordar si alguna vez leyó un manual para estas situaciones (spoiler: no existe). La mentira llega vestida de gala, con más accesorios que una quinceañera. Las pestañas parpadean con la frecuencia de un semáforo descompuesto, mientras la voz adopta un tono tan dulce que podría causar diabetes auditiva. Es una actuación tan elaborada que Aleksander Pushkin se levantaría de su tumba para tomar notas.
Pero bueno, hay que respetar la tradición. Porque si ella dice "es mi primera vez", uno no puede responder con sinceridad brutal, tipo: "Ah, qué curioso, porque ese movimiento acrobático que hiciste recién tiene nombre en cinco idiomas". No. Uno debe asentir con ternura, respirar hondo y jugar el papel del ingenuo, como si estuviéramos en una obra de teatro escrita por Molière y dirigida por el Diablo.
Al final, la ironía es más gruesa que la niebla londinense: ambos participan en este teatro con la seriedad de jueces de la Corte Suprema, mientras ejecutan una rutina más ensayada que un espectáculo de Broadway en su temporada número 500. Es un pacto tácito de deshonestidad elegante. Un carnaval de mentiritas piadosas que ayudan a lubricar el teatro social. Tú haces como que le crees, ella hace como que no sabe, y el universo ríe desde las sombras con un Martini en la mano.
Es un engaño tan refinado que podría ser materia de estudio en universidades prestigiosas. Ella, interpretando a la Virgen de Guadalupe con un toque de Marilyn Monroe, mientras él adopta el papel de Sir Lancelot mezclado con un instructor de primeros auxilios.
La falsedad es tan palpable que podría cortarse con cuchillo y servirse como postre. Y el colmo del ridículo es que ambos saben que saben, pero pretenden que no saben que saben. Es como un juego de ajedrez donde ambos jugadores mueven las piezas con los ojos vendados, pero de alguna manera siguen las reglas perfectamente.
La hipocresía alcanza niveles estratosféricos cuando ella susurra "sé gentil" con la misma credibilidad que un político prometiendo transparencia. Es un momento tan artificial que las plantas de plástico parecen más auténticas.
"Es mi primera vez" se ha convertido en el equivalente adulto de "el perro se comió mi tarea", pero con mejor vestuario y efectos especiales. La moraleja de esta fábula moderna es que todos somos actores en este circo llamado vida, donde la autenticidad es tan rara como un político cumpliendo promesas, y donde "primera vez" es un concepto más flexible que las reglas del fútbol explicadas por diferentes árbitros.
¡Bravo por esta representación que merece un premio a la creatividad narrativa!
Y eso, al final, ya no es tu carga.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.
0 Comentarios