Por: Ricardo Abud
La noción de evolución personal es a menudo paradójica. Es cierto que el crecimiento tiende a ocurrir en aquellas áreas donde ya poseemos cierta fortaleza o inclinación natural. Es más fácil perfeccionar lo que ya nos resulta familiar, mientras que nuestras debilidades más profundas a menudo persisten, tejiendo patrones repetitivos que se manifiestan de relación en relación.
Esto es como si fuésemos arquitectos expertos en construir el mismo tipo de edificio, refinando la técnica, pero rara vez cuestionando si el diseño fundamental necesita ser radicalmente diferente.
La máscara de las primeras citas revela una verdad inquietante sobre la condición humana: la intuición profunda de que nuestra versión "real" podría no ser suficiente. Por ello, surge una presentación mejorada, más pulida, más deseable. Pero esta actuación, lejos de ser liberadora, se convierte en una prisión progresiva. Cada día que pasa, mantener esa fachada exige más energía, más sacrificio de la autenticidad, hasta que el agotamiento emocional hace inevitable el colapso o la huida.
La tragedia no radica en haber pulido un poco la imagen al inicio algo que todos hacemos en cierta medida, sino en seguir representando ese personaje mucho después de que el telón debería haber caído. Perpetuar una mentira por miedo al abandono es, en sí misma, una forma de abandono: el abandono de la propia verdad y del deseo de ser conocido y amado por quien realmente se es.
La Brutal Honestidad de la Responsabilidad y el Cliché de la Reconstrucción
Lo que se indica en el subtitulo sobre la responsabilidad personal es brutalmente honesto. Resulta más cómodo culpar a las circunstancias, a la otra persona, o al "timing" incorrecto. Sin embargo, reconocer que son nuestras propias elecciones, tanto conscientes como inconscientes, las que construyen los patrones, las que sabotean o alimentan las dinámicas relacionales, requiere un tipo de valentía que pocos están dispuestos a enfrentar. En el fondo, las relaciones no son juicios ni trincheras; la responsabilidad, si existe, no siempre recae en un único "culpable". A veces, simplemente hay decisiones difíciles, dolorosas, pero necesarias.
El "quiero reconstruirme" se ha convertido, lamentablemente, en el equivalente emocional de un "no eres tú, soy yo". Una frase que suena noble y progresista, pero que a menudo esconde un miedo profundo: miedo a la intimidad real, a ser conocido completamente, a la vulnerabilidad que implica quedarse y trabajar en algo difícil junto a otra persona. Es más fácil huir hacia una "transformación individual imaginaria" que enfrentar el trabajo arduo y vulnerable de evolucionar junto a el otro.
Quizás la verdadera madurez emocional no reside en reconstruirse constantemente en solitario, como si fuéramos proyectos individuales eternos, sino en aprender a habitar las contradicciones sin huir de ellas. Implica elegir conscientemente a alguien con quien ser imperfecto sin vergüenza, donde la evolución sea un proceso compartido en lugar de una excusa para el escape.
Esta dinámica revela una comprensión distorsionada del amor y del crecimiento. La cultura contemporánea ha romantizado la idea de que las personas deben llegar "completas" a las relaciones, cuando la realidad es que el amor auténtico emerge precisamente en los espacios de incompletud mutua. Las relaciones más profundas no son la unión de dos totalidades prefabricadas, sino la co-creación de algo nuevo desde la fragilidad y la vulnerabilidad compartida.
La frase "quiero reconstruirme" es, sin duda, una de las más complejas y debatidas al final de una relación. Para muchos, se siente como una excusa conveniente para huir, un disfraz noble para una retirada que busca evitar el conflicto o el trabajo real que implica enfrentar los problemas de la pareja.
Cuando se utiliza como excusa, la "reconstrucción" se convierte en un refugio individualista. Permite a quien la pronuncia desvincularse de la responsabilidad compartida en el deterioro de la relación y de la difícil tarea de buscar soluciones en conjunto. Es más fácil proclamar la necesidad de un viaje personal y solitario que reconocer la incomodidad de crecer con el otro, enfrentando las propias imperfecciones y las del vínculo. En este escenario, la culpa, o al menos la carga de la decisión y sus consecuencias, recae fuertemente en quien invoca la "reconstrucción" como vía de escape. Huye de la confrontación, de la vulnerabilidad de ser completamente conocido y de la ardua labor de reparar lo que se ha roto.
Sin embargo, es importante reconocer que la necesidad de "reconstruirse" también puede ser un proceso genuino y doloroso. A veces, una persona llega a un punto donde siente que ha perdido su centro, su identidad, o que la relación se ha vuelto compleja que continuar en ella sería autodestructivo. En estos casos, la reconstrucción no es una excusa, sino una urgencia vital para la propia supervivencia emocional. Es un reconocimiento de que, para poder amar de nuevo y de forma sana (ya sea a otro o a uno mismo), primero hay que sanar y reintegrar las piezas rotas.
La complejidad radica en discernir cuándo es una huida y cuándo es una necesidad auténtica. La diferencia a menudo reside en la intención y en las acciones posteriores. ¿Se usa para evitar responsabilidades y desaparecer, o es el inicio de un proceso real de introspección, sanación y crecimiento que, si bien doloroso para ambas partes, busca un bienestar más profundo?
Cuando alguien es dejado con la frase "necesito reconstruirme", la percepción de una excusa para huir es casi inevitable. Desde esta óptica, la "reconstrucción" no es un proceso de crecimiento, sino un acto de evasión. Se evade la responsabilidad compartida por la salud de la relación, el dolor de la confrontación, y el arduo trabajo de buscar soluciones o, al menos, de tener un final honesto y maduro.
Solo evolucionamos en las áreas donde tenemos el valor de afrontar lo que somos es fundamental aquí. Si ese "valor de afrontar" no se aplica a la relación misma, a las dificultades internas y a los desafíos que presenta el vínculo con otra persona, entonces la "reconstrucción" solitaria puede verse como una forma de cobardía emocional. Es inmoral en el sentido de que:
- Evade la responsabilidad: Se desvincula de la contribución propia al problema y de la necesidad de trabajar en ello junto a la pareja.
- Niega el dolor compartido: Aunque quien se va no sufre, su decisión ha mitigado el dolor y a menudo inexplicable a la otra persona, sin una resolución real ni un cierre conjunto.
- Prioriza el yo sobre el nosotros: Al invocar la "reconstrucción", se prioriza una supuesta necesidad individual por encima del compromiso y la interdependencia que implica una relación.
Para quien queda, el abandono, justificado con la necesidad de "reconstruirse", se siente como una traición. La moralidad de la acción se cuestiona precisamente porque parece que el crecimiento individual se persigue a costa del daño ajeno y de la ruptura de un compromiso.
Al final, la percepción de la "reconstrucción" dependerá mucho de la perspectiva: para el que es dejado, con el dolor del abandono fresco, a menudo se sentirá como una evasión y, por tanto, una acción moralmente cuestionable.
Sí, creo firmemente que una comunicación totalmente honesta y directa sobre el porqué del fin de una relación, incluso si es muy dolorosa, podría mitigar significativamente la percepción de "inmoralidad" de la "reconstrucción" o de cualquier otra razón detrás de una ruptura. La clave está en la transparencia y la responsabilidad.
Cuando la frase "necesito reconstruirme" se utiliza como una evasión, el dolor de quien es dejado se amplifica por la falta de claridad y el sentimiento de haber sido engañado o de no haber comprendido la verdad. La ambigüedad genera resentimiento, alimenta la fantasía de lo que pudo ser y dificulta enormemente el proceso de sanación. Es en esa opacidad donde anida la percepción de inmoralidad: la idea de que la otra persona huyó cobardemente, sin enfrentar las consecuencias de sus acciones o la realidad de la relación.
Una conversación directa, aunque sea brutalmente dolorosa, desarma gran parte de esa percepción negativa por varias razones:
- Valida el dolor del otro: Al ofrecer una explicación clara, se le está diciendo a la otra persona: "Te respeto lo suficiente como para ser honesto contigo, incluso si te duele". Esto valida su experiencia y su dolor, en lugar de dejarlos en la confusión. Sobre todo cuando ya se concoen las razones real
- Permite un cierre más sano: La información, por dura que sea, proporciona una base para el cierre. Permite a la persona dejada procesar lo sucedido con la verdad, en lugar de con suposiciones o la tortura de "qué hice mal". Saber por qué algo terminó, aunque no se esté de acuerdo, es un paso fundamental para seguir adelante.
- Fomenta la responsabilidad personal: Quien comunica la decisión de forma honesta, incluso si su razón es una necesidad de "reconstrucción", está asumiendo la responsabilidad de su elección. No se esconde detrás de un cliché, sino que se enfrenta a la difícil tarea de articular su verdad.
- Reduce la culpa y la vergüenza: Para quien es dejado, la falta de una explicación clara a menudo lleva a la auto-culpabilización. La honestidad ayuda a desmantelar esa carga innecesaria de vergüenza y culpa, redirigiéndola hacia los problemas reales de la relación o las necesidades genuinas de la persona que se va.
- Demuestra respeto por la relación: Una relación que termina con honestidad, por dolorosa que sea, es un reconocimiento del valor que esa conexión tuvo. Es un final más digno para lo que, en algún momento, fue significativo para ambas partes.
En última instancia, el mayor acto de amor y respeto, tanto hacia uno mismo como hacia el otro, es atreverse a ser auténtico. Si la "reconstrucción" es una necesidad genuina, comunicarla con claridad, explicando cómo se llegó a esa conclusión y por qué la relación actual no puede ser el marco para ese proceso, transforma el acto de "huir" en un acto de valiente honestidad.
Esto no significa que el dolor del abandono desaparezca. El dolor de una ruptura es intrínseco a la pérdida. Pero la amargura, el resentimiento y la sensación de haber sido tratado con desprecio o inmoralidad sí pueden mitigarse cuando la verdad, por cruda que sea, ha sido puesta sobre la mesa.
Y eso, al final, ya no es tu carga.
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