La Llegada Incierta: Cuando el Alma Presiente lo que Viene


Por Ricardo Abud

Hay momentos en la vida donde el tiempo se vuelve espeso, como miel derramándose lentamente sobre los días. 
Es entonces cuando percibimos esa presencia indefinible que se acerca: la llegada. No sabemos exactamente qué forma tomará, si será dulce o amarga, si nos encontrará preparados o nos sorprenderá con las manos vacías y el corazón tembloroso.

Los golpes del sueño comienzan a resonar en las cavidades más profundas del alma, como ecos de una campana que dobla en la distancia. Son señales, presagios que el inconsciente reconoce antes que la mente consciente pueda descifrarlos. El sueño se vuelve territorio sagrado donde las verdades se revelan sin el filtro de la vigilia, donde los miedos y las esperanzas danzan juntos en una sinfonía de símbolos.

Y mientras esto sucede, las mariposas despiertan en el interior de nuestras entrañas. No es hambre lo que sentimos, sino esa inquietud ancestral que precede a los grandes cambios. Son las mismas mariposas que revolotearon en el vientre de nuestros antepasados cuando contemplaron el horizonte incierto, cuando tuvieron que decidir si quedarse en lo conocido o aventurarse hacia lo desconocido.

La preparación para la llegada es, en sí misma, una paradoja. ¿Cómo prepararse para lo que no conocemos? ¿Cómo entrenar el corazón para recibir aquello que puede transformarnos completamente? Quizás la única preparación posible sea el cultivo de la receptividad, el arte de mantener los brazos abiertos al misterio, incluso cuando tiemblan de incertidumbre.

Hay algo profundamente humano en esta experiencia de la espera. Es el reconocimiento de que somos seres de transición, eternos viajeros entre lo que fuimos y lo que seremos. La llegada que presentimos puede ser un amor, una pérdida, un cambio de rumbo, o simplemente una nueva versión de nosotros mismos que pugna por nacer.

Los golpes del sueño que resuenan en el alma no son perturbaciones, sino invitaciones. Nos llaman a descender a las profundidades de nuestro ser, a ese lugar donde las verdades esenciales esperan pacientemente ser reconocidas. Cada sueño es una carta enviada desde el futuro, escrita en el lenguaje simbólico que solo el corazón sabe interpretar.

Las mariposas en las entrañas, esas criaturas de transformación por excelencia, nos recuerdan que todo cambio significativo viene acompañado de una metamorfosis interior. Son mensajeras de la mutación necesaria, de la muerte pequeña que precede a cada renacimiento.

No saber si estamos preparados es, en realidad, la respuesta más honesta que podemos dar. Porque la verdadera preparación no consiste en tener todas las respuestas, sino en mantener vivas las preguntas. No es acumular certezas, sino desarrollar la capacidad de permanecer en la incertidumbre con gracia.

La llegada vendrá como siempre lo han hecho las cosas importantes: sin previo aviso, cuando menos la esperemos y cuando más la necesitemos. Y tal vez, en ese momento de encuentro entre lo esperado y lo real, descubramos que la preparación verdadera era precisamente esta: haber aprendido a escuchar los golpes del sueño, haber honrado a las mariposas de las entrañas, haber permanecido despiertos en la espera.

Porque al final, no se trata de estar preparados para la llegada, sino de estar presentes para recibirla. Y la presencia, esa capacidad de habitar plenamente el momento que se despliega, es quizás la única preparación que realmente importa.

El alma sabe antes que la mente. Los sueños saben antes que los pensamientos. Y las mariposas del interior conocen el camino hacia la transformación mucho antes de que nosotros seamos capaces de nombrarlo.

La llegada se acerca, y con ella, la posibilidad de convertirnos en quienes estamos destinados a ser.

Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.


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