La Metamorfosis de Esperanza: Un Estudio Científico sobre la Amnesia Selectiva

 


Por: Ricardo Abud

Desde que el mundo es mundo, existe un fenómeno más misterioso que la formación de los agujeros negros y más predecible que la llegada del lunes: la metamorfosis instantánea de Esperanza cada vez que alguien le recordaba algo de su pasado.

Como si poseyera poderes sobrenaturales dignos de un superhéroe de comic barato, Esperanza tenía la extraordinaria habilidad de reescribir la historia universal con una simple frase: "Yo no soy así, a mí tú me conociste en..."

El laboratorio natural donde se podía estudiar este fascinante espécimen era cualquier reunión social. Ahí, entre risas y anécdotas, Esperanza desplegaba su arsenal de contradicciones con la precisión de un cirujano y la sutileza de un elefante en una cristalería.

"¿Te acuerdas cuando te emborrachaste tanto que terminaste cantando karaoke en ropa interior?" le preguntó su amiga Maria, con la inocencia de quien no conoce las consecuencias de despertar al monstruo.

Los ojos de Esperanza se encendieron como alarmas de incendio. Su cerebro, que funcionaba como una computadora programada exclusivamente para la negación, comenzó a procesar la información a velocidades cuánticas. En 0.3 segundos había calculado todas las variables: cantidad de testigos presentes, nivel de vergüenza potencial, y posibles escape rutas para su dignidad.

"¿Yo? ¡Yo no soy así! A mí tú me conociste en la iglesia, Maria. Yo soy una persona decente, de familia conservadora. Nunca en mi vida he tocado una gota de alcohol."

El silencio que siguió fue tan denso que podría haberse cortado con un cuchillo de mantequilla. Los presentes intercambiaron miradas como si estuvieran presenciando un fenómeno paranormal. Porque, claro, todos recordaban perfectamente qué Esperanza había organizado esa misma fiesta donde había improvisado un strip-tease con "My Way" de Frank Sinatra.

Pero Esperanza, armada con su memoria selectiva de última generación, había borrado automáticamente ese archivo de su disco duro mental. Su cerebro funcionaba como un editor de videos profesional, cortando y pegando recuerdos según las necesidades del momento.

"Además," continuó, ajustándose una blusa que nunca había usado para ir a misa, "yo vengo de una familia muy respetable. Mi abuela fue fundadora del comité de damas de la sociedad." 

Lo que omitía mencionar era que su abuela había sido expulsada de dicho comité por apostar en peleas de gallos y vender aguardiente casero los domingos después de misa.

La obsesión de Esperanza por mantener una imagen que existía únicamente en su imaginación la había convertido en una especie de arqueóloga de su propia ficción. Cada día desenterraba nuevos "recuerdos" de su pasado aristocrático, mientras enterraba sistemáticamente cualquier evidencia de su verdadera historia.

"Yo siempre he sido muy selectiva con mis amistades," declaró con aire de grandeza, dirigiendo una mirada despectiva hacia el grupo, como si fuera la reina de Inglaterra inspeccionando a los plebeyos.

La ironía era tan espesa que prácticamente se podía respirar. Esperanza, que había suplicado durante años ser incluida en ese mismo grupo, ahora actuaba como si les estuviera haciendo un favor con su presencia divina.

Su paranoia sobre cómo otros la percibían había alcanzado niveles clínicos. Interpretaba cada sonrisa como una burla, cada saludo como una conspiración, y cada silencio como una prueba de que el mundo entero estaba en su contra. Era como si viviera en una película de espionaje donde ella era simultáneamente la protagonista y la villana.

"A mí no me gusta la gente que bebe," continuó su discurso, mientras nerviosamente escondía su copa de vino detrás de la espalda con la destreza de un mago amateur. "Yo prefiero las conversaciones intelectuales, los temas profundos."

Maria, que había perdido toda paciencia, decidió probar los límites de la realidad alternativa de Esperanza: "¿Entonces por qué el sábado pasado me llamaste llorando porque terminaste besando al mesero del bar?"

El procesador mental de Esperanza entró en modo de emergencia. Sus ojos se movieron freneticamente, como si estuviera leyendo un manual de instrucciones invisible. Finalmente, como un político experimentado, encontró la respuesta perfecta:

"Eso... eso fue un malentendido. Yo estaba consolando a ese pobre muchacho que había perdido a su abuela. Era un acto de caridad cristiana. ¡Yo no soy así! A mí tú me conociste en el grupo de voluntarias del hospital."

La capacidad de Esperanza para reinventarse había superado todos los límites conocidos de la creatividad humana. En su universo paralelo, ella era una combinación imposible de Madre Teresa, Grace Kelly y Albert Einstein, todo envuelto en un aura de superioridad moral que brillaba más que una discoteca en los años 80.

Pero lo más fascinante de todo era su alergia crónica a la felicidad. Cada vez que algo positivo amenazaba con infiltrarse en su vida, Esperanza activaba su sistema de defensa anti-alegría. Era como si la felicidad fuera kriptonita para su superpoder de victimización perpetua.

"Yo no entiendo por qué la gente se ríe tanto", declaró con solemnidad, mientras todos a su alrededor trataban de contener las carcajadas. "La vida es seria, hay que mantener la compostura."

En el clímax de su transformación, Esperanza había alcanzado tal nivel de negación que prácticamente había borrado su propia existencia. Ya no era la misma persona que había llegado a la reunión. Era un personaje completamente nuevo, construido con retazos de fantasías y pegado con el adhesivo de la desesperación.

"Ustedes me conocieron cuando yo era diferente," concluyó con aire trágico, como si estuviera narrando una telenovela. "Yo he evolucionado, he crecido espiritualmente."

Y así, mientras el sol se ponía sobre otra velada arruinada por la metamorfosis de Esperanza, los presentes se dispersaron con la sensación de haber presenciado un espectáculo único en la historia de la humanidad: la transformación de una persona común en un mito viviente de sus propias contradicciones.

Esperanza se retiró esa noche convencida de que había demostrado su superioridad moral, sin darse cuenta de que, una vez más, había confirmado que la realidad es opcional cuando se tiene un ego del tamaño de un planetoide y la creatividad suficiente para reescribir la historia universal cada vez que alguien tiene la audacia de recordar quién eres realmente.

Porque al final del día, en el fascinante mundo de Esperanza, la frase "yo no soy así, a mí tú me conociste en..." no era solo una negación. Era una declaración de independencia de la realidad, un manifiesto de resistencia contra los hechos, y sobre todo, una obra maestra del autoengaño que merecía estar en el museo de las contradicciones humanas más extraordinarias jamás documentadas.

Y eso, al final, ya no es tu carga. 

Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.


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