Por: Ricardo Abud
¡Ah, la enigmática figura de La Santa Bandida! No es solo una mujer, es un fenómeno, una entidad casi mística que ha elevado el arte de la obtestación y la distorsión de la realidad a una categoría olímpica.
Su historial amoroso no es un álbum de fotos, ¡es una saga de HBO Max donde ella, por supuesto, es siempre la heroína incomprendida y etérea, atrapada en un ciclo de desventuras orquestado por un elenco de villanos desechables!Después de dejar un rastro de corazones más numerosos y pisoteados que una alfombra de entrada en Black Friday, ahí llega ella. La Santa Bandida, la única fémina sobre la faz de la tierra que puede prometerte el paraíso mientras te entrega un boleto solo de ida al infierno, todo con la ternura de una virgen medieval y la astucia depredadora de un coyote con un doctorado en psicología emocional aplicada. Te sonríe, te escucha con una intensidad que te hace sentir el único ser consciente del universo, te susurra que el cosmos entero conspiró para que sus almas se entrelazaran justo aquí, justo ahora, como un castigo divino o un premio gordo, según tu nivel de docilidad. Y ahí estás tú, un pobre incauto, abriendo el alma como quien destapa una cerveza caliente en el desierto: sin la menor idea de que lo que se avecina no es amor ni conexión, sino una clase magistral de teatro sentimental en su nivel más avanzado, con ella como la indiscutible directora y protagonista.
Y comienza el sermón. Con esa vocecita meliflua (tierna), aterciopelada, que parece extraída directamente de una telenovela turca de sobremesa, te confiesa que ¡oh, sorpresa! solo ha tenido tres relaciones serias. ¡Solo tres, Dios mío! Como si el resto de sus conquistas fueran meras prácticas supervisadas por Cupido en servicio comunitario, o quizá una serie de webinars sobre "cómo romper corazones sin dejar huella legal". Porque para ella, todo aquello que no superó las seis semanas y media de duración, o donde no hubo un desayuno compartido al día siguiente, se desvanece en el limbo de la "no-existencia" romántica, entrando directamente en la categoría de “eso no cuenta, fue solo un error de GPS emocional”. Y tú, con la calculadora cerebral averiada y una fe más grande que la muralla china, ya estás convencido de que eres el cuarto, el especial, el definitivo, el que sí. Su corazón no es un órgano vital, es un club nocturno elitista donde solo unos pocos, muy pocos, obtienen membresía completa y un asiento VIP. El resto somos simples "visitantes ocasionales", meros extras en su filmografía personal, tan insignificantes que ni siquiera aparecen en el libro de registro de portería.
Después de esa primera joya, lanza la segunda perla de sabiduría, un clásico infalible en su repertorio: que está "sola desde hace meses". Meses que, en el peculiar calendario emocional de La Santa Bandida, equivalen exactamente a las cuarenta y ocho horas que transcurrieron desde que se bajó del Uber del último candidato desechado hasta que llegó a la supuesta "soledad" de su hogar. "Sola", dice, mientras su teléfono vibra con la frenética energía de una lavadora desbalanceada centrifugando ladrillos. Lo que realmente quiere decir, en su lenguaje codificado, es que está en una "fase de transición", haciendo casting intensivo para el nuevo coprotagonista de su drama personal. Sin contrato fijo, por supuesto, pero con entrevistas activas y un proceso de selección más riguroso que el de la NASA. Y tú, ¡oh, sorpresa!, te encuentras en la lista corta de finalistas, sin siquiera haberte postulado. Es una experta en la física cuántica de las relaciones, donde el tiempo se dilata y se contrae a su conveniencia narrativa, y la soledad es un concepto tan flexible como su conciencia.
Pero la joya de la corona, su propia Mona Lisa particular, es el relato desgarrador del ex demoníaco. ¡Nunca falla! Siempre hay un ex narcisista, tóxico, posesivo, celoso, manipulador, loco, obsesionado y, si se puede, con ligeras tendencias a la brujería o el vudú. El combo completo, con extras de fábrica. Ella, por supuesto, fue la víctima eterna, la santa sacrificada que solo quería amar y ser amada. Jamás, bajo ninguna circunstancia, te mencionará que el susodicho se volvió "loco" justo después de encontrarla in fraganti con el primo del entrenador, mientras ella, paradójicamente, posteaba frases inspiradoras de autoayuda en Instagram. No, eso lo omite. Misteriosamente. Este villano recurrente es su personaje comodín, su asesino a sueldo narrativo. Es como si hubiera un casting específico en el universo para hombres tóxicos, y ella fuera el imán oficial. Y lo más increíble es que este personaje siniestro siempre tiene las mismas características del anterior ex narcisista, y del que, con seguridad, vendrá después de ti. Es casi como si existiera una fábrica secreta de psicópatas, dedicada exclusivamente a arruinarle la vida, una conspiración universal para negarle la felicidad que tanto "merece". La Santa Bandida ha desarrollado una memoria extraordinariamente selectiva, capaz de recordar hasta el más mínimo detalle de las maldades ajenas, pero con una amnesia total respecto a sus propias contribuciones al desastre. En su universo particular, ella es la eterna víctima de circunstancias adversas y hombres defectuosos, una coleccionista involuntaria de relaciones fallidas donde la única constante, curiosamente, es su inocencia perpetua.
Y ahí apareces tú, el nuevo elegido, el último eslabón de la cadena, creyendo que has descubierto el tesoro escondido, la mujer incomprendida que solo necesitaba a alguien "como tú" para finalmente florecer y ser feliz. Te sientes como el protagonista de una película romántica de bajo presupuesto, el héroe sin capa que va a demostrar que no todos los hombres son iguales, el elegido que finalmente la va a hacer feliz y le sanará todas las heridas de guerra. Porque si algo tiene La Santa Bandida es ese don sobrenatural de hacerte sentir especial, único, diferente a todos los "monstruos" que la precedieron en su grotesca galería de horrores amorosos. Pero la cruda y desoladora realidad es que has entrado, sin saberlo, en un guion ya escrito y predeterminado, donde tu papel está estrictamente asignado y el final es tan tristemente predecible como el aumento de la gasolina. Porque La Santa Bandida no está buscando una pareja para compartir la vida; ella busca material fresco para su próxima historia de victimización, el siguiente capítulo de sus "memorias" como la eterna superviviente del amor. Y cuando todo, inevitablemente, se vaya al traste por razones que, misteriosamente, nunca tendrán nada que ver con ella, te convertirás en el próximo ex narcisista y controlador de su vasta colección, otra anécdota más en su museo personal de relaciones fallidas.
¡Ah, la ruptura! Ese momento sublime donde tu corazón se convierte en un mueble de IKEA sin instrucciones y tu cerebro en un loro repitiendo "¿Por qué a mí?". Pero vamos a ser sinceros, y a reírnos un poco de la tragedia ajena (o propia, si es el caso). Cuando te encuentras con la novedad de que te han "despedido" del puesto de pareja, y empiezas a montar tu propio drama digno de Netflix, hay una verdad incómoda que deberíamos tatuarnos en la frente con tinta invisible: la otra persona, muy probablemente, ya está en la fase de "casting" para el próximo coprotagonista, o peor, ¡ya está grabando su próxima telenovela! No te sorprendas si te enteras que llevan más semanas saliendo que tú tratando de entender el WiFi del vecino. Es como esa vez que te invitan a una fiesta en casa de la abuela, con karaoke y todo. Tú te quedas cantando "canciones de Roció Dúrcal, con el vaso de refresco en la mano y la mirada perdida, mientras el resto ya está en la pista de baile con el DJ poniendo reguetón a todo volumen, ¡y el que te invitó ya se fue de rumba con el cura y la monja! Así que sí, mi querido amigo del corazón roto: deja de revisar su última conexión en WhatsApp. Esa página ya está más pasada que la moda de los pantalones a la cadera. El sermón de la "culpa", del "qué hicimos mal", del "pudimos haberlo salvado", ese ya lo predicaron, pero el cura, el que tenía las respuestas y el micrófono, ¡ya se fue de rumba! Y no solo se fue de rumba, seguro ya publicó historias en Instagram brindando con margaritas y bailando cumbia. Tu función de mártir ya expiró. El telón de la tragedia bajó, pero el de la comedia de tu vida apenas está por subir. Así que sacúdete el polvo, búscate un buen plan, y recuerda que, mientras ella baila "La Gasolina" con su nuevo "amiguito", tú puedes estar en el sofá comiendo helado y eligiendo tu próximo capítulo, ¡uno donde tú eres el protagonista y el final es feliz, sin necesidad de rezar ni de entender guiones ocultos!
Así funciona el círculo vicioso de La Santa Bandida, una rueda infinita donde los hombres entran con el corazón lleno de esperanza y la mente llena de ilusiones, para salir, poco después, convertidos en los villanos de una historia que ella ya tenía escrita mucho antes, incluso, de conocerlos. Es una experta consumada en el arte de la victimización permanente, una maestra del desapego emocional que ha convertido su vida amorosa en un reality show de alto rating donde ella siempre ostenta el papel de la protagonista sufrida, y los demás son meros actores secundarios, figurantes desechables en su drama personal inagotable.
Así que, si en tu oído resuenan estas palabras con un tono angelical que te eriza la piel, pero el guión te suena sospechosamente reciclado, por favor, te lo ruego: abre los ojos, guarda el corazón bajo siete llaves y, por el amor de Dios, ¡no firmes ningún contrato emocional sin haber leído la letra pequeña con lupa de detective! Porque, permíteme aclararte algo crucial: La Santa Bandida no miente, no. Ella simplemente reinterpreta la realidad... a su absoluto y descarado favor.
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