S.O.S. Divino: ¡Mi Príncipe Azul es Mi Mejor Amigo!


Por: Ricardo Abud

¡Dios mío, mándame un hombre bueno!... Pero que no sea tan bueno, porque me aburro.

Hay plegarias que suben al cielo con tanta insistencia que los ángeles ya tienen tapones en los oídos. Una de las favoritas del departamento celestial de Quejas y Lamentos es esa que empieza así: “Diosito lindo, mándame un hombre bueno… pero bueno de verdad, de esos que no mienten, que no engañan, que no tienen una lista de mujeres como si fueran álbum Panini. Uno que sepa escuchar, que me mande mensajes de buenos días, que me abrace sin querer otra cosa, que me lleve al cine y me sujete la cartera mientras entro al baño”.

Cuenta la leyenda celestial que una mujer, después de una serie de relaciones más desastrosas que un reality show, decidió dirigirse directamente a la fuente suprema de todo lo bueno en el universo. Con la desesperación de quien ha probado todas las aplicaciones de citas conocidas por la humanidad, alzó sus ojos al cielo y pronunció la súplica más antigua de la historia femenina:

"¡Dios mío! Te pido que me envíes un hombre bueno, fiel, cariñoso, detallista, trabajador, que me respete, que me ame tal como soy, que me haga reír, que me escuche cuando hable de mis sentimientos, que recuerde nuestro aniversario sin que se lo tenga que recordar tres veces, que no deje la ropa interior tirada en el suelo, que sepa cocinar algo más elaborado que fideos instantáneos, que no se quede dormido durante las películas románticas, que me defienda de mi suegra, que tolere a mis amigas, que no ronque como un tractor averiado, que tenga buen trabajo pero que no sea workahólico, que sea gracioso pero no payaso, que sea inteligente pero no sabelotodo, que sea seguro de sí mismo pero no arrogante, que tenga músculos pero que no viva en el gimnasio, que sea tierno pero masculino, que sea espontáneo pero predecible cuando se trata de nuestros planes... ¡En fin, el hombre perfecto!"

Y resulta que Dios, quien aparentemente había estado esperando esta petición durante milenios con la paciencia de un santo (literalmente), decidió responder con el sarcasmo divino que solo las décadas de observar la condición humana pueden proporcionar:

"¡Te mandé uno, pendeja! ¡Y lo tienes de amigo!"

En ese momento, la mujer experimentó lo que los teólogos modernos han denominado "la revelación cósmica". Porque efectivamente, ahí estaba él: su mejor amigo. El que siempre la escuchaba hablar de sus problemas amorosos durante horas sin quejarse. El que le llevaba sopa cuando estaba enferma. El que recordaba que no le gustaba el cilantro en la comida. El que la defendía cuando otros hablaban mal de ella. El que conocía todos sus defectos y seguía considerándola maravillosa. El que nunca había intentado cambiarla. El que la hacía reír hasta que le dolía el estómago. El que la había visto sin maquillaje y sin arreglar el cabello y seguía pensando que era hermosa.

Y entonces pasa lo inevitable: ella lo ve, lo analiza, lo mide emocionalmente otra vez… y lo sentencia: “Eres tan lindo. No sé qué haría sin ti… ¡Eres como mi hermanito!”. ¡Bum! El “friendzone exprés” sin anestesia ni vaselina. Y mientras él se revuelca en la confusión existencial, allá arriba Dios se toma una aspirina celestial y le grita al arcángel Gabriel: “¡¿Ves por qué ya no fabrico de esos?! ¡Los mandas y los regresan como si fueran paquetes de Amazon sin factura!”.

Pero claro, ese hombre tenía un defecto imperdonable: había cometido el error capital de ser amable desde el primer día. No había generado esa tensión romántica que nace de la incertidumbre. No había jugado el juego del gato y el ratón. No había sido un proyecto de reparación emocional. No había llegado montado en una motocicleta con actitud de malo bueno. Había sido simplemente... bueno. Desde el principio. ¡Qué aburrido!

Y es que la psicología femenina, esa ciencia más compleja que la física cuántica, dicta que lo que está disponible no puede ser valioso. Es como ir de compras: si algo está en oferta, inmediatamente sospechamos que debe tener algún defecto oculto. Si un hombre está ahí, siendo consistentemente maravilloso, sin drama, sin montañas rusas emocionales, sin necesidad de descifrarlo como si fuera un código enigma, entonces obviamente no puede ser "el indicado".

Porque seamos honestos, las mujeres han sido programadas por años de novelas románticas y películas de Hollywood para creer que el amor verdadero debe incluir obstáculos, malentendidos épicos, separaciones dramáticas, reconciliaciones bajo la lluvia, y por lo menos una escena donde alguien grite "¡Te amo!" en un aeropuerto. Un hombre que simplemente dice "te amo" durante el desayuno mientras te pasa la mermelada no puede ser romántico. ¡Demasiado fácil!

Es como si existiera un manual secreto que dice: "Si él te trata bien desde el día uno, ponlo en la categoría de 'amigo'. Si te ignora, te confunde, aparece y desaparece como un fantasma emocional, y te hace cuestionar tu propia cordura, entonces ahí tienes material para una gran historia de amor".

Y mientras tanto, el pobre hombre perfecto que Dios envió se queda en la friendzone, viendo cómo su mejor amiga se enamora una y otra vez de tipos que la tratan como si fuera un hobby de fin de semana. La escucha llorar por teléfono a las dos de la mañana porque "él no me contesta los mensajes". La consuela cuando "él salió con otra". La abraza cuando "él dice que necesita espacio". Y él piensa: "¿Pero qué rayos tengo que hacer? ¿Tratarla mal para que se interese en mí?"

Pero aquí viene lo verdaderamente cómico: Dios, en su infinita sabiduría y aparente sentido del humor, no solo envió al hombre perfecto disfrazado de mejor amigo, sino que también le dio a este hombre la paciencia de Job y la esperanza eterna de que algún día ella se dará cuenta de que él ha estado ahí todo el tiempo, siendo exactamente lo que ella dice que quiere.

Es el esquema divino más elaborado de la historia: crear el amor perfecto y luego ver si los humanos son lo suficientemente inteligentes para reconocerlo cuando no viene envuelto en papel de regalo dramático.

Y cuando finalmente, después de años de relaciones fallidas, la mujer tiene esa epifanía y se da cuenta de que su alma gemela ha estado organizando sus cumpleaños y llevándola al doctor todo este tiempo, surge la pregunta existencial: ¿Cómo le dices a tu mejor amigo que acabas de descubrir que quieres casarte con él, después de haberle hablado durante cinco años de todos los otros hombres con los que querías casarte?

Porque resulta que el manual divino tiene letra pequeña, y en esa letra pequeña dice: "Una vez que lo pongas en la friendzone, sacarlo de ahí requerirá maniobras más complejas que un programa espacial de la NASA".

Y mientras tanto, Dios sigue ahí arriba, probablemente riéndose y pensando: "Les di libre albedrío, pero no dije que fuera a ser fácil de usar".

Al final, la moraleja de esta historia cósmica es que tal vez, solo tal vez, deberíamos prestar más atención a las personas que ya están en nuestras vidas siendo exactamente lo que pedimos en nuestras oraciones, en lugar de buscar el amor en lugares donde definitivamente no se encuentra, como aplicaciones de citas o bares a las tres de la mañana.

Pero claro, ¿dónde estaría la diversión en eso? ¿Dónde estarían las historias dramáticas que contar? ¿Dónde estaría la emoción de la incertidumbre? Porque al final del día, parece que preferimos el caos emocional a la paz del corazón.

Y Dios, con su paciencia infinita, sigue esperando a que entendamos que a veces la respuesta a nuestras oraciones más profundas está tomando café con nosotros todos los domingos por la mañana, preguntándonos cómo dormimos y si queremos que prepare el desayuno.

La verdad, si Dios cobrará por devoluciones emocionales, ya habría cancelado el proyecto “ser humano”. Y no es que las mujeres sean malas —¡por supuesto que no!— es que a veces hay una disonancia entre lo que se pide y lo que se quiere de verdad. Como quien va al nutricionista pidiendo ensalada pero con la mente en la hamburguesa con tocineta.

Porque sí, el buen tipo existe. Está ahí, esperando con su ramo de flores, su playlist de canciones románticas y un par de entradas al teatro que nadie pidió. Pero claro, no tiene tatuajes misteriosos, no te deja en vilo por días, no desaparece misteriosamente para luego reaparecer como si nada, y —horror de horrores— ¡contesta rápido los mensajes! ¿Dónde está el drama, la incertidumbre, la adrenalina del desamor? Pues no está, y por eso lo mandan directo al limbo sentimental de los “eres demasiado bueno para mí”.

Y así seguimos: los buenos llorando en silencio, los malos coleccionando excusas, y Dios ya considerando tercerizar la gestión de relaciones humanas a los extraterrestres.

Pero bueno, todo esto lo digo con cariño, claro. Porque al final, todos estamos buscando algo… aunque a veces no tengamos ni la más mínima idea de qué.

¡Es increíble la inconsistencia humana! Pero bueno, al menos le damos entretenimiento al universo entero.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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