El Legado de Modesta: Un Relato de Amor y Memoria


Por: Ricardo Abud


Hoy Sábado 2 de agosto del 2025 cuando las palabras fluían por mis dedos, estructurando recuerdos de niñez con una memoria que a veces me engaña, escribía sobre el amor de familia, ese amor que los Rodríguez supimos cultivar y regalar a manos llenas. 


Hombres y mujeres que forjaron con sus propias manos el hogar que nos cobijó, que eligieron compañeros (as) de vida con la sabiduría del corazón y la certeza de quien construye para la eternidad.


Entre todos esos recuerdos luminosos, destacan como faros en la bruma del tiempo Humberto y Modesta, una pareja que se amó con la locura hermosa de quienes entienden que el amor verdadero es acto y no solo sentimiento. Juntos criaron diez hijos e hijas, once semillas que plantaron con sacrificios inimaginables, regándolas con sudor, lágrimas de alegría y esa determinación férrea que solo poseen quienes saben que están construyendo algo más grande que ellos mismos.


Hilda Coromoto y Andresito fueron los hilos maestros que tejieron con nosotros ese mundo mágico que nos tocó vivir, ese universo particular donde cada domingo tenía sabor a familia y cada abrazo era promesa de permanencia.


Pero el destino, ese constructor silencioso, tenía otros planes. Casi a las siete de la tarde, cuando la luz dorada del atardecer comenzaba a pintar las paredes de mi cuarto, llegó la noticia que nadie quiere recibir: Modesta había partido a las tres de la tarde, llevándose consigo una parte irreemplazable de nuestro mundo.


De inmediato, mis dedos temblaron sobre el teléfono. El grupo de WhatsApp de hermanos y hermanas se llenó de mensajes entrecortados, de esas palabras que nunca alcanzan para nombrar el vacío. Llamé a Andresito, y en su voz quebrada escuché el eco de todos nuestros corazones partidos. Hablé con Johana, esa compañera con quien he construido un ecosistema de complicidad y comprensión, donde las palabras sobran porque el alma se entiende en silencio.


Y aquí estoy nuevamente, sentado frente a la computadora en este ritual nocturno que se ha vuelto mi refugio, el sueño se me ha perdido. Las palabras sonoras ya no me ejercitan como antes; la soledad ha sido implacable pero, extrañamente, también sabrosa. En esta quietud que abraza mi mundo, habló con las manos en el teclado, porque es aquí donde encuentro las palabras justas para honrar la memoria, hoy solo utilizo letras, el verbo sonoro lo he perdido con los años. 


Mi tío Humberto, bonachón como nadie en este mundo, siempre llegaba a casa acompañado de su Modesta. Y qué espectáculo era verlos llegar. Ella se bajaba del carro con esa sonrisa que iluminaba la tarde, y antes de que pudiera cerrar la puerta ya estábamos corriendo hacia ellos, porque sabíamos que traían consigo algo más valioso que cualquier regalo: traían alegría pura, destilada en carcajadas y cuentos interminables.


Las risas de Modesta eran como campanadas de felicidad que resonaban por toda la casa. Sus cuentos no tenían fin, se desenrollaban como cintas de colores, cada uno más divertido que el anterior. Escucharla a ella y a Humberto era recibir una inyección de vida, un relajante total que nos hacía olvidar cualquier preocupación. En su presencia, el mundo se volvía más simple, más luminoso, más humano.


Incluso cuando la enfermedad comenzó a tocar su puerta con dedos insistentes, Modesta no dejó de visitarnos. Siempre llegaba del brazo de Humberto, porque ellos eran así: inseparables como dos notas de una misma melodía. Venía más frágil, quizás, pero con la misma luz en los ojos, con la misma capacidad infinita de regalarnos momentos de felicidad genuina. Repetía y repetía, la enfermedad era la responsable.


Cuando Humberto partió primero, como suele suceder en estas historias de amor que duran toda una vida, algo se quebró también en Modesta. Dejó de venir a casa, como si sin él ya no supiera el camino, como si la casa hubiera perdido el sentido sin su compañero de aventuras para compartir las risas y los cuentos, ya no había quien la sujetara del brazo, Carlitos ya no manejo mas para traerla a ella..


Hoy la recuerdo vestida de blanco, siempre de blanco, como si intuitivamente hubiera elegido el color de la pureza y la paz. Aún me resuena en los oídos la sonoridad única de su voz cuando me decía "Ricardito", con esa ternura que solo las tías verdaderas saben dar. Era una forma especial de pronunciar mi nombre, como si lo envolviera en papel de regalo, como si cada vez que lo decía me estuviera bendiciendo.


Con su partida se va una leyenda viviente, una de esas personas que parecían talladas en madera noble, resistente y hermosa. Se va una generación completa, templada en el yunque del trabajo honesto, forjada en la fragua de los valores que ya no se enseñan. Eso era Modesta en esencia: una mujer que nunca le rehuyó al trabajo, que entendía que la vida se construye día a día, con las manos ocupadas y el corazón abierto.


Nunca la vi quejarse, nunca la escuché decir que algo era imposible. Para ella, cada desafío era simplemente otro escalón que subir, otra oportunidad de demostrar que el amor de familia se sostiene con hechos, no con palabras. Crió diez hijos con la paciencia infinita de quien sabe que está moldeando el futuro, que cada caricia, cada regaño, cada noche en vela valía la pena porque estaba construyendo personas de bien.


Era de esas mujeres que sabían que el hogar no es un lugar sino un sentimiento, y ella tenía el don de crear ese sentimiento dondequiera que estuviera. Su risa era contagiosa, sus abrazos eran curativos, y sus historias eran pequeñas cápsulas de sabiduría envueltas en humor y cariño.


Ahora que ya no está, siento como si una biblioteca entera hubiera desaparecido, como si se hubieran perdido miles de historias que solo ella sabía contar. Pero también sé que algo de su esencia permanece en cada uno de nosotros, en cada risa que compartimos, en cada abrazo que damos, en cada historia que contamos a las nuevas generaciones.


Modesta no se va del todo porque vive en la memoria de quienes la amamos, en las lecciones que nos enseñó sin darse cuenta, en la forma en que aprendimos a amar viendo cómo ella amaba. Vive en cada domingo familiar, en cada carcajada compartida, en cada momento en que elegimos la alegría por encima de la tristeza.


Esta noche, mientras escribo estas líneas con el corazón encogido pero también lleno de gratitud, entiendo que Modesta nos dejó el regalo más valioso: el ejemplo de una vida bien vivida, de un amor bien amado, de una familia bien construida. Y eso, querida tía, eso sí que es eterno.


Descansa en paz, Modesta. Gracias por enseñarnos que el amor de familia es el tesoro más grande que podemos dejar en este mundo. Tu "Ricardito" te recordará siempre con una sonrisa, tal como tú hubieras querido.


Fragmentos de mi nuevo libro: "Mi Niñez, Mi Historia" (Mi yo del presente)



Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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7 Comentarios

  1. Primo ese don que tienes nos deja perplejo, has descrito increíblemente la manera que esa generación nos crió, y leyendo todo me llega a la mente cada pareja de esos años dorado, mi tio padrino Antonio Rodriguez y tía Mercedes a mi tía madrina Aura de Abud y mi tío Alfredo Abud a mi tía Rosa Ojeda y mi tío Felipe a mi tía Mercedes y mi tío Rafael por dios gracias primo que bendición tu mente para llevarnos a tan bellos recuerdos, se que me faltaron muchas parejas, pero aquí el escritor eres tu, se te quiere un mundo un gran abrazo y nuevamente mil gracias.

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  2. Cómo no llorar con todas esas lindas líneas, esas lindas historias, y si como dicen el mejor legado que nos pusieron dejar fue el amor de familia así no nos veamos siempre, así estemos a miles de kilómetros unos dentro del país otros fuera pero al llamado de algo que afecte a la familia siempre vamos a estar unidos, yo siempre recordaré esos domingos de sopa en el 23 donde mi Abuela Carmen y mi Abuelo Antonio era algo religioso para mí papá ir los domingos familiares los quiero mucho primos y a la nueva generación que sigan el legado

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  3. Braulio Hernandez4 de agosto de 2025, 8:46

    Primo Ricardo excelente retrospectiva, se vinieron a mi mente hermosos recuerdos de aquellos años que significaron mucho para todos nosotros, esa gran Familia Rodríguez, donde crecimos y fuimos criados como hermanos, Dios bendiga tus manos para que nos sigas deleitando con tus Obras Literarias, saludos y abrazos.

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