lunes, 30 de julio de 2012

El metro de Caracas

El metro de Caracas
Ricardo Abud

Desde un tiempo a la fecha he tratado de conciliar mi vida con el metro de Caracas, es una vaina sumamente arrecha, ya que por más que trato, siempre terminamos mal. Siento que es una relación masoquista entre él y yo. Por más molesto que esté, siempre termino en sus entrañas, tratando de conseguir la estación de destino.



Algo tiene el metro, y es la cantidad de vainas que se vive en las profundidades de sus vagones, tiene mucha similitud con vivir una experiencia cargada de mucho traumatismo, algo similar a una mujer que no sabe qué carajo quiere de la vida. El metro pretendió humanizar nuestras vidas, así como cuando conocemos a alguien que llena ese vacío que tenemos, que nos de ilusión, paz. El metro no nos da ni una vaina, ni la otra.

El metro es una serpiente inhumana, una cuaima pues, pa’ ser más exactos, donde hacer turismo de aventura es una rutina. Plaza Venezuela, Capitolio o Plaza Sucre, sin menoscabar la influencia de la estación Petare, son los puntos de partida para adentrarse a vivir una experiencia cibernética. Todo puede ocurrir. Te pueden hasta embarazar y no sabes quién es el padre de la criatura, tremenda ventaja para la cantidad de hombres irresponsables que viven jodiendo mujeres por ahí. Pero el metro es así. La tocadera de culos y recueste es interminable en las horas pico, algunas gozan y otros también.

El metro es pura tecnología, hoy nuestros jóvenes, a parte de joder con la música a todo volumen que dispensan sus teléfonos, se han inoculado con un chip que los despierta en la estación de destino, sin importarles que tengan al frente a una mujer embarazada por algún recuesta paloma profesional de los que abundan en el metro, o si ya pario y lleva a la criatura en brazos, la gorra es la mejor herramienta de estos, nuestros jóvenes, se tapan los ojos, y disfrutan el éxtasis que les produce el reggaetón.

Las colas para abordar los vagones son muy circunspectas, cuando el tren llega a cada estación (si viene lleno), basta que manden un tren vacío para que el despelote comience, se desatan todos los demonios, los últimos siempre son los primeros en ocupar los vagones, todos quieren sentarse, el peo se prende y con ello, las descargas de aquellos que no pudieron sentarse.

Montarse en el primer vagón es todo un vacilón, nuestros adultos de la tercera edad son en demasía ocurrentes. En días pasados escuché una discusión muy variopinta en la cual algunos hablaban sobre la diversidad sexual, en eso un adulto mayor exclamó: “con tantos raros por la calle, ahora resulta que por cada hombre hay treinta mujeres”, no había terminado de decirlo, cuando una señora le replicó: “que bolas, no pueden con una y quieren treinta, qué le pasa al viejo baboso ese, que de seguro no se le para”, pa’ que dijo eso esta señora, el peo se armó, el señor ofendido le respondió: “claro que si puedo y si se me para, acaso usted no ha escuchado de la pastilla azul, esa vaina es mágica, si ustedes se ponen tetas y se hacen el culo, porque yo no puedo tomarme mi pastilla….” De inmediato un joven (diverso sexual) exclamó: “que le pasa al viejo estúpido este”, ese señor se levantó y de vaina le da un carajazo al muchacho, “se prendió el coge culo” dijo una anciana, y todo el mundo se cagó de la risa. En fin, el metro es una suerte de relax mañanero recomendable para aquellos(as) amargados(as) que salen muy temprano, o muy tarde, tratando de llegar a sus puestos de trabajo.

Vivir la experiencia del metro caraqueño es algo sumamente recomendable para pasar arrecheras y como detonante de risa.

No mencionar los olores propios de aquellos que se llevan las empanadas, los que tienen mal aliento, o aquellos que se bañan en colonia, sería una torpeza, eso es parte de la idiosincrasia de nuestro metro.

Vale decir, que nadie me ha podido responder, por qué desde la estación Propatria hasta la estación Chacaito, el metro funciona muy lento y a partir de Chacao, pareciera le pusieran un cohete en el culo y anda durísimo, el trayecto Propatria-Chacaito es un calvario, las paradas entre las estaciones son interminables, pero eso es materia de otra reflexión.

Se le quiere que jode, y sobre todo de gratis,.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan,.

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