Caminando ando sobre las sombras de la indulgencia


Por: Ricardo Abud

Caminando ando ,y no es un simple gerundio ni una repetición caprichosa, sino un fatigado rito de supervivencia, sobre las sombras de una indulgencia que promete mÔs de lo que concede. Avanzó con la terquedad de quien ha aprendido que el suelo no siempre sostiene, que el horizonte es un gesto mÔs que un destino, que la esperanza, esa criatura esquiva, a veces se disfraza de indulgencia para no sentirse tan desnuda frente a nuestras manos. Y así, sin tintes ni razón, con una voluntad a medio pulso, dejo que mis pasos golpeen los restos de lo que fui, lo que soy y lo que todavía no sé si seré.

La sombra, en su sabidurƭa silenciosa, me acompaƱa. Nunca exige, nunca reclama; simplemente existe, como una memoria plegada al cuerpo. En ella reconozco mis temores, mis deseos enterrados, mis renuncias pequeƱas. La indulgencia esperanzadora, en cambio, se presenta como un respiro: una pausa que me permito para no juzgarme demasiado, para aceptar que fallƩ, que olvidƩ, que incluso a veces mentƭ. Somos criaturas de contradicciones; negarlo serƭa como teƱir la noche de un color inexistente. De allƭ que camine sin tintes: porque toda mƔscara, tarde o temprano, se derrite ante la luz de lo vivido.

Hay días en que la razón se esconde detrÔs de un arbusto, riéndose de mi empeño en comprenderlo todo. Entonces, camino sin ella, como quienes han aprendido que el razonamiento no siempre salva, que hay verdades que solo se palpan con la piel herida. Al dejarla ir, descubro que la ruta sigue siendo ruta, que los pasos se siguen enhebrando unos sobre otros, que el mundo no se deshace solo porque decidí dejar de explicarlo. En ese abandono temporal ,casi devocional, encuentro un extraño alivio. Como cuando un niño deja de buscar la respuesta perfecta y se permite simplemente mirar, tocar, hundir los dedos en la tierra viva.

La indulgencia, esa palabra que suena a suspiro, tiene doble filo. Puede volverse un refugio cÔlido o un laberinto cómodo en el que uno se queda demasiado tiempo. La mía es esperanzadora porque no busca excusarme del pasado, sino empujarme hacia un posible futuro. No existe en ella la complacencia sino un pacto frÔgil: la promesa de que, aunque me equivoque, sigo mereciendo caminar. Caminando ando, sí, quizÔ por pura terquedad, quizÔ por esa chispa invencible que aparece incluso cuando la noche amenaza con tragarse el último candil.

Mientras avanzo, noto que cada sombra tiene su forma, su historia. Algunas se extienden largas y definidas; otras tiemblan, como si también ellas dudaran de sí mismas. Las mÔs antiguas son densas, casi tÔctiles; las recientes, en cambio, son delgadas y movedizas, como si no quisieran confesar aún qué significan. Me doy cuenta entonces de que caminar sobre sombras es un acto de valentía: uno se arriesga a pisar recuerdos incómodos, dolores escondidos, decisiones que preferiría no revisitar. Pero también es caminar sobre pruebas de vida: si hay sombra es porque hubo luz, aunque fuese mínima.

El cuerpo, siempre tan sincero, me recuerda que los pasos no se dan en el vacío. Cruje, pesa, reclama. Y sin embargo continúa. Hay en él un conocimiento antiguo, previo a cualquier teoría: el saber que avanzar es parte de la naturaleza, que detenerse demasiado tiempo oxida, que toda pausa prolongada se convierte en un espejo que deforma. Por eso sigo. Porque necesito sentir la tierra moviéndose bajo mis pies, esa vibración que solo entienden quienes caminan con el alma despierta.

A veces la esperanza es solo una grieta luminosa en la piedra. No un camino completo, no un mapa, sino un resplandor que anuncia que quizƔ haya algo mƔs allƔ. Y me aferro a ese resplandor, no como quien se engaƱa, sino como quien sabe que la vida estƔ hecha de pequeƱas luces que uno mismo enciende sin darse cuenta. La indulgencia llega entonces como una mano en el hombro, recordƔndome que no debo ser perfecto para seguir intentando. Que nadie lo es. Que la humanidad se construye mƔs con dudas que con certezas, mƔs con tropiezos que con pasos impecables.

He aprendido que la razón no siempre es la brújula mÔs fiel. A veces se pierde, se obstina, se ensucia con juicios ajenos. Entonces prefiero caminar intuitivamente, dejando que el cuerpo recuerde lo que la mente olvida. Ese caminar imperfecto es mÔs honesto, mÔs mío. Es un trazo humano sobre un lienzo de sombras cambiantes. Y en esa humanidad encuentro un consuelo inesperado: no soy el único que avanza tanteando, dudando, corrigiendo. Todos caminamos así, aunque algunos lo disimulen mejor.

La vida, al final, es un largo andar sobre superficies inestables. A veces creemos tener firmeza bajo los pies, y es solo el eco de una convicción pasajera. Otras veces, cuando todo parece resquebrajarse, descubrimos que podemos sostenernos incluso en el borde. La esperanza ,esa palabra tan maltratada, no siempre es un grito; a veces es un murmullo suave que apenas se escucha, pero suficiente para no detenerse. La indulgencia, cuando es sana, es ese permiso que nos damos para fallar sin destruirnos, para caer sin etiquetarnos de derrotados.

Caminar sin razón es un acto poético. Implica confiar en algo que no se ve, algo que no tiene nombre y sin embargo respira dentro de nosotros. Un pulso tenue, una vibración íntima que pide movimiento. No importa cuÔnto pretendamos racionalizar la existencia; siempre habrÔ un misterio que nos exceda. Y en ese misterio se funda nuestro paso. Caminando ando, entonces, no para llegar a un lugar concreto, sino para sostener la danza interior que me mantiene vivo.

Las sombras que piso no son enemigas ni obstÔculos; son compañeras necesarias. Me recuerdan quién he sido, qué he amado, qué he perdido, qué aún me duele. Me enseñan a no repetir errores, pero también a no castigarme eternamente por ellos. En su silencio oscuro, me muestran mis bordes humanos: vulnerables, frÔgiles, luminosos en ciertos Ôngulos. Y yo, al caminar sobre ellas, las honro sin detenerme en su pena.

Así, cada paso se vuelve un acto de reconciliación. Una humilde forma de decir: sigo aquí. No perfecto, no indemne, no completamente seguro, pero aquí. Vivo. Moviéndome. Respirando. Abriéndome a lo que venga, incluso sin entenderlo. Porque la vida no exige claridad absoluta para continuar; exige presencia.

Por eso sigo caminando. Porque aunque a veces el mundo parezca un corredor interminable de sombras, también sé que cada paso tiene la posibilidad de encontrarse con una rendija de luz. Y si no la encuentro hoy, quizÔ mañana; y si no mañana, algún día. No por destino ni por magia, sino por insistencia humana, por ese anhelo invencible que nos empuja incluso cuando la razón calla.

Caminando ando, finalmente, porque es la manera mƔs sencilla ,y a la vez mƔs profunda, de recordarme que todavƭa espero. Que sigo creyendo, aunque no sepa en quƩ. Que en medio de las sombras, la indulgencia es una mano que me perdona y la esperanza, una pequeƱa llama que no termina de apagarse.

Y mientras ambas existan, aunque sea en forma de susurro, mis pasos seguirƔn marcando territorio sobre la noche.

Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y mƔs allƔ. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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