El amor más allá de los cuentos de hadas


Por: Ricardo Abud

Desde que tenemos uso de razón, nos han contado una historia sobre el amor. Una historia de príncipes azules, de flechazos instantáneos y eternos, de finales felices que se dan por sentado. El cine, la literatura y los medios de comunicación han construido un poderoso ideal romántico que, aunque hermoso, es profundamente engañoso. 

Este amor idealizado, que parece surgir de la magia y no del esfuerzo, ha creado expectativas casi imposibles de cumplir en la vida real, llevando a muchas relaciones al fracaso cuando la fantasía choca con la realidad. La pregunta crucial es: ¿Qué sucede después del "y vivieron felices para siempre"? 

La verdad es que la felicidad no es un estado permanente que se alcanza, sino el resultado de una construcción diaria, basada en pilares mucho más sólidos y menos glamurosos que los que muestran las películas.

El gran espejismo que enfrentamos es la diferencia entre el amor idealizado y la realidad. En la pantalla grande, el conflicto es un mero obstáculo narrativo que se resuelve en una escena dramática con un beso apasionado. La vida real, sin embargo, no tiene un guionista que asegure un desenlace satisfactorio. 

En las películas, el amor es un evento cataclismo e instantáneo. En la realidad, el amor es más un verbo que un sustantivo. No es solo ese sentimiento abrumador inicial, que es maravilloso, sino la decisión consciente de elegir a esa persona todos los días. El amor duradero se construye con paciencia, respeto y tiempo, no nace completamente formado de una mirada. 

Los cuentos terminan justo cuando la pareja se une, insinuando que todos los problemas han terminado. La realidad nos enseña que los problemas comienzan ahí. Las finanzas, las diferencias de carácter, el estrés laboral y la crianza de los hijos son desafíos normales. La clave no es evitarlos, pues es imposible, sino aprender a navegarlos juntos.

Los pilares del amor real se sostienen sobre bases mucho más terrenales que la magia. El primero y más fundamental es la comunicación. En las películas, los malentendidos son románticos y se solucionan con un discurso perfecto. En la vida real, la comunicación requiere vulnerabilidad y valentía. 

Es sentarse a hablar de lo que duele, de lo que asusta y de lo que se necesita, incluso cuando es incómodo. Es escuchar con la intención de entender, no de responder. Es en esos momentos de diálogo honesto, lejos de los guiones perfectos, donde se forja la verdadera intimidad.

Junto a la comunicación, camina el perdón. El amor de cuento de hadas es impecable; no hay traiciones, resentimientos o decepciones profundas que perdonar. El amor verdadero, en cambio, está tejido con hilos de perdón. Reconocer que ambos son humanos, imperfectos y que cometerán errores es esencial. 
El perdón no significa olvidar o aceptar comportamientos dañinos, sino elegir soltar el resentimiento para darle a la relación la oportunidad de sanar y seguir adelante. Es un acto de liberación mutua.

Y por último, pero no menos importante, está el esfuerzo constante. La idea del amor como algo que simplemente "es" o "no es" es una trampa. Las relaciones no se mantienen solas por la fuerza de un sentimiento inicial. Requieren dedicación, como un jardín que debe regarse, podarse y cuidarse. 

Ese esfuerzo se manifiesta en los detalles pequeños: en hacerle un café a la pareja, en planear una cita noche aunque se esté cansado, en ceder en una discusión sin importancia, en preguntar "¿cómo estás?" y esperar sinceramente la respuesta. Es el trabajo silencioso y diario lo que convierte a una pareja en un equipo inquebrantable.

Al final, desmitificar el amor no significa volverse cínico o perder la ilusión. Al contrario, se trata de intercambiar una fantasía pasiva por una realidad mucho más profunda y satisfactoria. 

Es entender que el "felices para siempre" no es un destino al que se llega, sino un camino que se construye. Un camino que se recorre con conversaciones difíciles, con perdones valientes y con el esfuerzo consciente de elegir el amor cada día. Ese amor, lejos de los cuentos de hadas, es menos perfecto pero infinitamente más real, resistente y transformador. Es, en definitiva, el amor que de verdad perdura.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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