La agridulce incertidumbre de empezar de cero


Por: Ricardo Abud

Hay un momento en la vida que se siente como un silencio abrupto. Como si el ruido constante del mundo se apagara de repente y solo quedara el eco de lo que fue. Es el instante después del "ya no": después de la renuncia, del despido, del adiós, de la mudanza, de la pérdida. Es el territorio vasto y aterrador de lo desconocido, el reino de la incertidumbre. 

Empezar de nuevo no es un acto de valentía instantánea; es, primero, un duelo íntimo y un forcejeo titubeante con la sombra de lo que pudo ser y ya no es.

Empezar de cero es como pararse en la orilla de un océano en plena noche. Sabes que el agua está ahí, sientes la brisa salada, escuchas el rumor de las olas, pero no distingues el horizonte. No sabes qué criaturas habitan las profundidades, ni si la corriente te llevará a un puerto seguro o te arrastrará mar adentro. El primer paso es el más difícil porque implica soltar la tierra firme de lo conocido, aunque ese "conocido" fuera incómodo o doloroso. La miseria de lo familiar a veces parece más segura que la promesa vacía de lo nuevo.

Esta incertidumbre no es un concepto abstracto. Se encarna en lo cotidiano. Es el currículum que se envía al vacío, el saludo tímido en un lugar donde nadie sabe tu nombre, el silencio de una casa que aún no huele a hogar, el calendario vacío que antes estaba lleno de "nos vemos". Es el vértigo de preguntarse: "¿Y si me equivoqué? ¿Y si no soy lo suficientemente bueno? ¿Y si esto fue el mayor error de mi vida?"

Nos han vendido la idea del "nuevo comienzo" como algo luminoso y emocionante, un renacer fénix de cenizas gloriosas. Y lo es, pero solo al final. Lo que omiten es el proceso lento y doloroso de juntar esos fragmentos carbonizados. La incertidumbre es la compañera incómoda de ese proceso. Nos obliga a mirarnos sin los títulos, las parejas, las rutinas o las posesiones que nos definían. Nos reduce a nuestra esencia más pura y vulnerable: ¿Quién soy yo cuando no tengo nada que mostrar?

Pero he aquí el secreto más controvertido y humano de todos: en ese vacío, en esa terrible incertidumbre, reside también nuestra mayor libertad.

Cuando el mapa se quema, no queda más opción que confiar en la brújula del instinto. Cuando no hay un plan maestro, cada pequeño paso se convierte en un acto de fe creativa. La incertidumbre, por cruel que parezca, nos despoja de las capas de autoengaño y nos fuerza a ser auténticos. No hay lugar para lo superficial cuando estás luchando por construir cimientos.

Es un proceso profundamente humanizador. Nos recuerda que somos frágiles, que tropezamos, que tenemos miedo. Pero también nos revela una resiliencia que desconocíamos. La primera taza de café en una nueva cocina, la primera conversación que derriba una pared, el primer pequeño logro que solo tú celebras… estos son los faros minúsculos que iluminan, poco a poco, la oscuridad del océano.

Empezar de nuevo no se trata de borrar el pasado. Ese pasado, con sus alegrías y sus heridas, es la arcilla con la que moldeamos lo nuevo. La incertidumbre no es el enemigo a vencer, sino el espacio de posibilidad a habitar. Es el terreno fértil donde la ansiedad y la esperanza se entrelazan.

Al final, la belleza de empezar de cero no reside en la garantía del éxito, sino en el coraje de abrazar la pregunta sin respuesta. Es el viaje de quien, a pesar del miedo que le hiela los huesos, decide mojarse los pies, luego las rodillas, y luego, un día, se da cuenta de que está nadando. Y quizás aún no ve la costa, pero ya conoce la textura del agua, la fuerza de sus propios brazos y la extraña paz que viene de saber que, después de todo, uno puede flotar.

La incertidumbre es el precio de una vida vivida en presente, la incómoda pero necesaria antesala de todo nuevo capítulo. Y tal vez, solo tal vez, ese miedo que sentimos no sea el presagio de un naufragio, sino la emoción primal de quien está a punto de descubrir un nuevo continente en sí mismo.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

Publicar un comentario

0 Comentarios