Por: Ricardo Abud
Vivimos en una época donde los discursos sobre amor, pareja y valor personal se repiten constantemente, pero muchas veces se quedan en la superficie. Cuando decimos"El hombre correcto no ruega" no es una simple exaltación del ego masculino ni una apología del orgullo. Es un mensaje que habla de dignidad, autoestima, límites emocionales y madurez afectiva. Vamos a desmenuzar para que incluso quienes tienen una visión rígida o prejuiciosa puedan comprenderlo en profundidad.
Aquí no se trata de altanería ni de frialdad emocional. Se habla de un hombre que sabe reconocer cuándo no está siendo valorado. Retirarse en silencio no es huida ni indiferencia, es una forma de respeto hacia sí mismo. Es la respuesta de alguien que no desea forzar vínculos donde no hay reciprocidad.
Esta perspectiva, aunque expresada en términos masculinos, contiene principios que pueden resonar con muchas personas independientemente de su género.
Comienza estableciendo una premisa fundamental: el hombre digno no suplica atención ni afecto. Esta afirmación nos invita a reflexionar sobre el valor del autorrespeto en cualquier relación humana. La dignidad personal no es negociable y constituye un pilar esencial para construir vínculos saludables. La persona que se valora a sí misma establece límites claros y reconoce cuándo una situación no le brinda el reconocimiento que merece.
Se hace necesario diferenciar entre orgullo y dignidad, una distinción sutil pero importante. Mientras el orgullo puede surgir de la vanidad, la dignidad nace del autoconocimiento y la valoración auténtica de uno mismo. No se trata de creerse superior, sino de reconocer el propio valor y actuar en consecuencia. Esta capacidad para honrar los propios sentimientos y necesidades refleja una madurez emocional que resulta fundamental en las relaciones maduras. A pesar de algunas críticas, YO, se quien soy y las palabras que pretenden humillarme o descalificarme ya no les doy crédito vengan de donde vengan. Mi dignidad no es negociable, quien quiera ir puede hacerlo. Aquí no se trata de altanería ni de frialdad emocional. Se habla de un hombre que sabe reconocer cuándo no está siendo valorado. Retirarse en silencio no es huida ni indiferencia, es una forma de respeto hacia sí mismo. Es la respuesta de alguien que no desea forzar vínculos donde no hay reciprocidad.
El orgullo busca validación externa; la dignidad nace del amor propio. Dejó claro que el hombre correcto no actúa desde el ego, sino desde la conciencia de su propio valor. Rogar amor es entregarse a una relación desequilibrada, y eso, con el tiempo, solo desgasta. La idea de no competir por amor desafía las nociones convencionales de conquista romántica. En muchas narrativas culturales, el esfuerzo persistente por conseguir atención romántica se celebra como prueba de devoción. Sin embargo, este texto sugiere un enfoque diferente: cuando existe interés genuino, no hay necesidad de competir. Las relaciones más significativas se desarrollan desde la elección consciente y recíproca, no desde la lucha por la atención.
Un aspecto particularmente interesante es la forma en que se aborda la claridad en las relaciones. Cuando alguien realmente valora a otra persona, lo demuestra con decisiones inequívocas, no con ambigüedades. Esta perspectiva desafía la normalización de situaciones donde una persona mantiene múltiples opciones románticas simultáneas sin transparencia. La exclusividad, según esta visión, no es algo que deba imponerse, sino que surge naturalmente cuando existe un interés auténtico.
El concepto de retirarse en silencio representa una manifestación de madurez emocional poco común en una cultura que a menudo celebra las expresiones dramáticas de descontento. En lugar de crear conflictos, exigir explicaciones o intentar provocar culpa, la persona simplemente elige alejarse cuando percibe que no es valorada adecuadamente. Este comportamiento no nace del despecho, sino de la claridad interior y el respeto por uno mismo.
El punto más profundo de este escrito es la idea de reciprocidad como fundamento de cualquier relación significativa. Las relaciones equilibradas y saludables se construyen sobre el interés mutuo, el esfuerzo compartido y el compromiso recíproco. Cuando solo una parte está verdaderamente comprometida mientras la otra mantiene múltiples opciones abiertas, la relación carece de base sólida. Esta observación invita a reflexionar sobre la calidad de nuestros vínculos y las dinámicas que permitimos en ellos.
En un mundo donde las opciones parecen infinitas y siempre existe la posibilidad de algo "mejor" a un clic de distancia, la capacidad para comprometerse y valorar genuinamente a otra persona se ha vuelto más escasa y, por tanto, más valiosa.
Es importante señalar que la dignidad descrita no implica inflexibilidad o falta de comprensión. No se trata de alejarse ante el primer desacuerdo o dificultad, sino de reconocer patrones de desvalorización consistentes. Ejemplos significativos: CUANDO NUESTRA PAREJA SE ENCUENTRA EN SU TRABAJO Y NO TIENE TIEMPO, PARA ESCRIBIRTE MUCHO MENOS PARA ATENDER UNA LLAMADA QUE LE HACES, algo esta pasando, y son alertas que debes tomar en cuenta.
Teléfonos con claves y estar más tiempo del recurrente en sus teléfonos móviles. comienza a perderse el respeto, y la mentira y complicidad se hacen presente en su vida cotidiana.
Las relaciones saludables incluyen momentos de tensión y requieren trabajo, pero siempre mantienen como base el respeto mutuo.
Debemos reflexionar sobre nuestras propias relaciones y el valor que nos damos a nosotros mismos. Independientemente del género, todos merecemos vínculos donde seamos apreciados genuinamente, sin necesidad de mendigar atención o afecto. La verdadera fortaleza no está en imponer condiciones, sino en tener la sabiduría para reconocer cuándo una relación no nos aporta lo que merecemos y el valor para alejarnos con dignidad cuando sea necesario. Si te alejas no debes estar pendiente de sus redes sociales o escudriñando para atacar la paz de quien fuera tu pareja, no debe haber odio ni resentimientos, o amenazas, hoy la tecnología de los teléfonos móviles nos dan la posibilidad cierta de ser nuestros aliados, si no queremos recibir llamadas molestas, simplemente bloquear esos números y seguir adelante.
Cuando una relación llega a su fin, la honestidad es fundamental aunque sea dolorosa. Crear narrativas innecesarias, o victimizarse solo añade más daño emocional, las culpas, excusas, silencios que terminan distorsionando lo vivido y dejando un sabor amargo donde pudo haber claridad.
Ser directo con un "ya no siento lo mismo" o "mis sentimientos han cambiado" puede parecer duro en el momento, pero a largo plazo es más respetuoso para ambas personas. Permite procesar el duelo de manera auténtica y eventualmente sanar.
La tendencia a convertir a la ex pareja en "enemigo" suele ser un mecanismo de defensa para justificar la ruptura o aliviar la culpa, pero complica la recuperación emocional y puede dejar cicatrices innecesarias.
Las relaciones pueden terminar sin que nadie sea el villano de la historia. A veces simplemente las personas cambian, toman diferentes caminos o descubren incompatibilidades fundamentales.
Esta perspectiva desafía tanto a hombres como a mujeres a examinar sus patrones relacionales y preguntarse: ¿Estoy permitiendo ser tratado como una opción cuando merezco ser una prioridad? ¿Valoro adecuadamente a quienes me demuestran amor consistente? ¿Mis acciones reflejan el respeto que tengo por mí mismo?
En lo particular, puedo decir que me he marchado en silencio, utilizo mi blog para plasmar sentimientos, míos o de otros a través de la poesía o de cuentos, si en algún momento dedique algún poema a alguien en particular, (al momento de estar juntos) esta en mi publicarlo o no, o borrarlo si ya esta publicado, es como muchos acostumbrar a dar a conocer su relación a través de las redes sociales y al terminar dicha relación empiezan a eliminar todo rastro de la misma, como si eso fuera a posibilitar borrar lo vivido.
Cuando alguien me dice que no me ama más, lo más digno que puedo hacer es retirarme. No insistir. No convertirme en un fantasma que ronda, que espía, que implora. Porque en ese momento no se trata de lo que yo quiero, sino de respetar el deseo del otro. Y eso, aunque duela, es una forma de amor propio.
Terminar una relación va más allá del desamor romántico. Me recuerda que la vida, una y otra vez, me dice que no. Y no siempre es un no suave o negociable. A veces es definitivo. Como cuando un ser querido dice basta no quiero seguir tomando medicamentos, o como cuando no puedo cumplir un deseo tan profundo como tener una familia el día de hoy. Ahí, no hay a quién reclamarle. Solo queda aceptar. Me doy cuenta de que esos momentos son umbrales, fronteras que ponen a prueba mi capacidad de soltar y no es resignación ni lo veo como una derrota. Es un aprendizaje de lo inevitable, porque hay dolores que no puedes negociar, ni revertir, solo hay que habitarlos y vivir el duelo necesario para superarlos, sobre todo cuándo esa persona que fue tu pareja ya está con otro (a).
Para terminar nunca, me moleste si vi una foto de alguien que estuviera conmigo en ese presente y mantuviera fotos de sus ex en sus redes, esa persona tuvo una vida antes de conocerme y no soy yo quien iba a decir que podía tener y que no en sus redes.
La dignidad personal constituye un pilar fundamental para construir relaciones sanas y recíprocas. Quizás el mayor acto de amor propio sea reconocer cuándo debemos alejarnos de situaciones que no honran nuestro valor, no desde el resentimiento, sino desde la claridad y el autorrespeto. Al final, quien sabe lo que vale no necesita convencer a nadie de su valor; simplemente se dirige hacia espacios donde ese valor es naturalmente reconocido y celebrado.
P.D, Hago esta publicación en Jugando con la Luna como un medio de difusión, ya que es algo que nos motiva y nos interesa a todos (as)
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