miércoles, 14 de mayo de 2025

Mi muerte y el tránsito del alma


Por: Ricardo Abud 

Al leer sobre la muerte, me encuentro ante una visión muy personal y espiritual del proceso de transición. "El cuerpo cuando muere, porque estuve la fortuna de verlo", Me impresiona cómo comienza mi lectura con una afirmación basada en experiencia directa.
Quien habla considera haber presenciado el proceso de la muerte, algo verdaderamente extraordinario, según lo que leo, observo que el alma abandona el cuerpo físico a través del "séptimo sello", aparentemente una referencia al séptimo chakra o corona, ubicado en la parte superior de la cabeza. En muchas tradiciones espirituales que he estudiado, este chakra representa el punto de conexión con la conciencia universal.

Encuentro fascinante cómo se presenta que, tras abandonar el cuerpo, el alma "divaga" por la habitación durante un tiempo, similar a lo que muchas tradiciones espirituales y testimonios de experiencias cercanas a la muerte mencionan como una fase de transición. No como algo trágico, sino como un pasaje lleno de sentido. "Pude ver cómo el cuerpo se apagaba y cómo, por un punto muy específico ese lugar al que llamo el séptimo sello salía algo más: la energía, el alma, la esencia".

Cuando eso sucede, el alma no se va de inmediato. Se queda un rato, flota, observa, casi como si se despidiera. A veces parece que divaga, que no tiene prisa. Hay una calma sagrada en ese momento. "Yo sentí que en ese espacio empiezan a llegar seres especiales, maestros. No los veo con ojos físicos, pero los percibo con claridad. Vienen a guiar. Acompañan con ternura, sin urgencia".

Me parece especialmente significativa la mención de "maestros" que vienen a guiar al alma. Esta idea resuena con varias tradiciones espirituales que conozco, donde figuras de guía facilitan la transición hacia otros planos.

Percibo una visión reconfortante del más allá en estas palabras, donde el alma se reencuentra con seres queridos que "trascendieron" anteriormente. Esta reunión está caracterizada como un momento de alegría y gozo, algo que personalmente encuentro consolador ante la idea de la muerte.

La división en tres campos o planos de existencia (físico, astral y espiritual) me recuerda conceptos presentes en muchas filosofías que he estudiado, como el hinduismo, el budismo y ciertas ramas del esoterismo occidental. El "campo astral" aparece como un estado intermedio donde aún existe cierta forma de materia y donde perduran emociones como el ego, la culpa y el rencor.

El primero es donde vivimos ahora, con el cuerpo, con la carne. Al morir, lo primero que se atraviesa es el campo astral. Y ahí aún hay materia, emociones densas. El ego, la culpa, el rencor no desaparecen de inmediato. Se quedan un poco más. Por eso, algunos no logran seguir adelante. Se quedan atrapados. Y por eso a veces los sentimos cerca, aunque ya no tengan cuerpo. No es que estén perdidos; es que necesitan ayuda.

Esta visión de la muerte combina elementos de diversas tradiciones espirituales que he explorado, presentando un panorama donde la muerte no es un final sino una transición, y donde existe continuidad de la conciencia más allá del cuerpo físico.

Y en algún instante, uno mira y ya no está. El alma partió. La presencia se deshizo. Entonces comienza otro viaje: uno de reencuentros, de abrazos con quienes ya se fueron, de gozo, de dicha. No hay sufrimiento ahí. Es como si todo lo que dolió se deshiciera. Me resulta hermoso imaginar que, cuando llegue mi momento, también podré ver esas caras, esas sonrisas que el tiempo no borró.

Después de ese tránsito, cuando ya se está listo, se entra en algo más grande. Yo lo siento como una conciencia infinita. Algunos la llaman Dios, otros universo. A mí me da igual el nombre. Lo importante es que ahí, uno ya no es lo que fue. Uno se vuelve algo distinto, tal vez una chispa, un jaconito, algo pequeño pero eterno, sin peso, sin miedo.

Yo he comprendido que es nuestra responsabilidad acompañarlos también. Liberarlos con amor, con comprensión. Porque el tránsito no siempre es fácil, pero puede ser más ligero si hay quienes sostienen.

Sinceramente, encuentro esta visión esperanzadora y reconfortante ante el misterio de la muerte, sugiriendo que las experiencias negativas de nuestra vida terrenal son temporales y que existe un estado de paz y trascendencia al que todos podemos acceder eventualmente.

Reflexión final: Sé que al morir no estaré terminando mi historia, sino comenzando el capítulo más sagrado de mi existencia. No será oscuridad lo que me reciba, sino una luz suave, amorosa, que me guiará sin temor hacia mi verdadero hogar.

Porque en lo más profundo de mi alma, siempre he sabido que este mundo es solo un paso, una estación en el camino. Mi alma, vestida de esperanza y gratitud, comenzará entonces su viaje: un viaje sin maletas, sin peso, sin despedidas, solo un llamado, una respuesta, una promesa cumplida.

No llevaré oro, ni títulos, ni miedos. Solo me acompañará lo vivido con amor, lo ofrecido con fe, lo perdonado y lo aprendido. Cada lágrima sincera, cada gesto de bondad, cada oración susurrada en silencio: serán mis credenciales ante Dios.

Y cuando llegue, no habrá juicio severo, sino el abrazo de un Padre que conoce cada rincón de mi historia. Un Dios que no espera perfección, sino verdad. Me mirará a los ojos no con reproche, sino con misericordia y yo comprenderé que siempre estuve en camino hacia Él, incluso en mis caídas, incluso en mis dudas.

Al morir, no estaré perdiendo la vida. Estaré caminando hacia su plenitud. Estaré, por fin, viajando al encuentro de Dios. No se si a través de un túnel, pero seguro estoy que me acompañaran en mi viaje quienes me han amado sinceramente. Aquellos que no me juzgan a pesar de mis errores. 

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