Dejar Ir: Una Reflexión Sobre el Amor Propio


Por: Ricardo Abud

Las palabras más difíciles de pronunciar son también las más necesarias: "que se vaya". Tres palabras que pesan como montañas, que se atascan en la garganta como espinas, pero que a veces son el único camino hacia la paz interior.

Es una de las paradojas más crueles del corazón humano: cuanto más amamos, más dispuestos estamos a mendigarlo. Nos encontramos en esa encrucijada dolorosa donde hemos dado todo —atención, cuidado, tiempo, energía— y aún así no es suficiente. No para quien decidió que nuestro valor necesita ser constantemente probado, como si fuéramos estudiantes eternos en un examen que nunca termina.

¿Cuándo fue que el amor se transformó en una negociación constante? ¿En qué momento comenzamos a creer que teníamos que ganarnos lo que debería fluir naturalmente? El amor verdadero no es una moneda que se gana con buenas acciones; es un regalo que se ofrece libremente o simplemente no es amor.

Cuando alguien nos hace dudar constantemente de nuestro valor, construimos sin darnos cuenta un laberinto emocional del cual es casi imposible escapar. Cada pared está hecha de inseguridades, cada pasillo lleva a más cuestionamientos sobre quiénes somos y si merecemos ser amados tal como somos.

En este laberinto, perdemos de vista una verdad fundamental: no vinimos a este mundo a jugar por migajas de afecto. No nacimos para ser mendigos emocionales, tocando puertas que se abren a medias y rogando por un lugar en el corazón de alguien que ya decidió que no somos suficientes.

Decir "que se vaya" requiere una valentía que trasciende el miedo al abandono. Es la valentía de apostar por nosotros mismos cuando nadie más parece dispuesto a hacerlo. Es entender que retener a alguien que no quiere estar con nosotros no es amor, es apego desesperado a una ilusión.

No eres tú el problema. Ya lo diste todo. Ya mostraste quién eres con transparencia brutal, con esa honestidad que duele porque nos deja completamente expuestos. Si eso no fue suficiente, si tu esencia auténtica no logró tocar su corazón, entonces la incompatibilidad no está en ti —está en la ecuación completa.

Cuando alguien se va, no nos deja vacíos. Nos deja un espacio sagrado. Un espacio que habíamos llenado con dudas, con esfuerzos desesperados por encajar en moldes que no eran para nosotros, con la energía agotadora de ser alguien que no éramos para complacer a alguien que jamás estaría satisfecho.

Ese espacio que ahora parece un abismo, en realidad es una oportunidad. Es el lugar donde puede llegar alguien que no necesite que cambiemos nuestra esencia, alguien que vea nuestro valor sin que tengamos que subrayarlo con marcador fluorescente en cada interacción.

Existe una paradoja cruel en las relaciones humanas: quienes realmente nos merecen jamás nos harán sentir que no lo hacemos. El amor verdadero no es ciego a nuestros defectos, pero tampoco nos hace sentir que somos un proyecto a medio terminar que necesita constante corrección.

Si alguien necesita perderte para entender tu valor, entonces su percepción estaba distorsionada desde el principio. No es tu trabajo ser el manual de instrucciones de tu propio valor. No es tu responsabilidad enseñarle a alguien cómo amarte cuando ya pusiste toda tu verdad sobre la mesa.

Dejar ir a quien no nos valora es un acto revolucionario en una sociedad que nos enseña a aferrarnos, a luchar por cualquier migaja de atención, a creer que estar solos es peor que estar mal acompañados. Pero hay una diferencia abismal entre la soledad elegida y la soledad impuesta por quien decide que no somos suficientes.

La soledad elegida es empoderamiento. Es decir: "Prefiero estar conmigo, que me amo y me conozco, antes que con alguien que constantemente me hace dudar de quién soy". Es reconocer que nuestra compañía tiene valor, que nuestros sueños, nuestras risas, nuestras lágrimas, nuestros silencios, merecen ser compartidos con alguien que los reciba como el regalo que son.

Al final del día, nuestro valor no lo determina quien se queda o quien se va. Lo determinamos nosotros con cada decisión, con cada límite que ponemos, con cada vez que elegimos no rogar por un lugar en la vida de alguien más.

Tu valor no está sujeto a la validación externa. No necesita el sello de aprobación de quien ha decidido que eres prescindible. Tu valor existe independientemente de quien logre verlo, como el sol existe independientemente de quien decida cerrar los ojos ante su luz.

Así que dile que se vaya, no como un acto de crueldad, sino como un acto de amor propio. Dile que se vaya porque mereces estar con alguien que no necesite un mapa para encontrar las razones por las que vale la pena quedarse contigo.

Dile que se vaya porque el espacio que deja puede ser llenado por alguien que entienda que el amor no es una audición constante, sino una danza donde ambos conocen los pasos sin necesidad de pisarse los pies.

Y cuando lo hagas, no lo veas como una derrota. Véelo como la primera victoria en una guerra que declaraste en favor de tu propia felicidad. Véelo como el primer día del resto de tu vida, donde no tendrás que demostrar que mereces ser amado.

Porque ya lo mereces. Siempre lo mereciste. Y si alguien no logró verlo, el problema nunca fuiste tú.



Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

Publicar un comentario

0 Comentarios