Praga: La Ciudad Dorada


Por: Ricardo Abud

Sinfonía de Cien Torres

En el corazón de Bohemia, donde el río Vltava (Moldau) traza meandros caprichosos entre colinas que parecen escenografías de óperas románticas, se alza Praga, la ciudad que conquistó el sobrenombre de "Dorada" no solo por los reflejos áureos de sus torres al atardecer, sino por ser el tesoro más preciado de Europa Central. Esta metrópolis de cien torres, donde cada campanario cuenta una historia y cada cúpula guarda un secreto, es la materialización arquitectónica de los sueños más hermosos que puede concebir la imaginación humana.

Praga no es simplemente una ciudad; es un poema épico escrito en piedra gótica, barroca y art nouveau, una sinfonía urbana donde cada distrito es un movimiento musical diferente, cada puente una estrofa que conecta épocas aparentemente distantes pero profundamente entrelazadas. Es la capital que supo preservar intacta su belleza medieval mientras abrazaba cada corriente artística europea, creando un museo al aire libre donde caminar es siempre descubrir, donde perderse es encontrar tesoros inesperados.

Dominando la ciudad desde la colina de Hradčany como una corona milenaria que hubiera decidido quedarse para siempre, el Castillo de Praga se extiende como el complejo castral antiguo más grande del mundo según el Libro Guinness de los Récords. Con sus 70,000 metros cuadrados de superficie, este no es solo un castillo, sino una ciudad fortificada que ha sido durante mil años el corazón político, religioso y cultural de las tierras checas.

Sus murallas abrazan palacios, iglesias, conventos, jardines y residencias que forman un microcosmos donde se puede leer la historia completa de Europa Central. Cada patio cuenta un capítulo diferente: el Primer Patio, con su monumentalidad barroca, recuerda la época en que Praga era capital del Sacro Imperio Romano Germánico; el Segundo Patio, con su fuente renacentista, evoca los tiempos del emperador Rodolfo II, que convirtió Praga en centro de las artes y las ciencias; el Tercer Patio, dominado por la Catedral de San Vito, es el núcleo sagrado donde late el corazón espiritual de la nación checa.

Desde las terrazas del castillo se contempla toda Praga como un tapiz urbano bordado con hilos de diferentes épocas: los tejados rojos del casco antiguo creando ondulaciones cromáticas que parecen olas petrificadas, las torres góticas alzándose como dedos señalando al cielo, los palacios barrocos reflejándose en las aguas del Vltava como en un espejo que duplica la belleza terrenal.

En el corazón del complejo castral se alza la Catedral de San Vito, una obra maestra del gótico que tardó seis siglos en completarse y que representa la culminación arquitectónica de las aspiraciones espirituales checas. Sus agujas gemelas, que se elevan 96 metros hacia el cielo, definen el perfil de Praga con su silueta que parece una plegaria de piedra eternamente ascendente.

El interior de la catedral es una sinfonía gótica donde cada elemento arquitectónico contribuye a crear una experiencia de elevación mística. Los vitrales art nouveau de Alfons Mucha, instalados en el siglo XX, demuestran que el arte sacro puede renovarse sin perder profundidad espiritual. Estos cristales de colores, que filtran la luz creando arcoíris sagrados sobre el pavimento, transforman cada momento del día en espectáculo lumínico diferente.

La Capilla de San Wenceslao, decorada con más de 1,300 piedras preciosas y semipreciosas incrustadas en muros que parecen joyeros gigantescos, conserva las reliquias del santo patrón de Bohemia. Este espacio, donde se guardan las joyas de la corona checa, es sancta sanctorum nacional donde lo sagrado y lo político se funden en símbolo de continuidad histórica que trasciende cambios de régimen y fronteras.

La tumba de San Juan Nepomuceno, tallada en plata maciza por artesanos que trabajaron durante décadas para crear esta obra maestra de la orfebrería barroca, atrae peregrinos de toda Europa que vienen a venerar al santo que prefirió morir antes que romper el secreto de confesión. Su lengua, conservada incorrupta según la tradición católica, se ha convertido en reliquia que simboliza el poder de la palabra sagrada sobre la tiranía temporal.

Conectando el castillo con la Ciudad Vieja, el Puente de Carlos se extiende sobre el Vltava como una galería de esculturas al aire libre que ha sido durante seiscientos años el corazón emocional de Praga. Sus 516 metros de longitud y 10 metros de anchura han visto pasar reyes y mendigos, ejércitos conquistadores y revolucionarios pacíficos, turistas contemporáneos y fantasmas de personajes históricos que parecen seguir transitándolo eternamente.

Las 30 estatuas barrocas que flanquean el puente no son decoración caprichosa, sino catecismo pétreo que narra la historia de la cristiandad bohemia. Cada escultura cuenta la historia de un santo: San Juan Nepomuceno, martirizado por el rey Wenceslao IV y arrojado al Vltava desde este mismo puente; Santa Brígida de Suecia; San Francisco Javier evangelizando en las Indias. Tocar la placa de bronce que marca el lugar donde fue arrojado San Juan Nepomuceno asegura, según la tradición popular, el regreso a Praga, convirtiendo cada visita en ritual supersticioso que conecta turismo con fe popular.

Al amanecer, cuando la niebla se levanta del río creando efectos fantasmagóricos que envuelven las estatuas como si fueran apariciones, el puente se convierte en escenario de una belleza tan intensa que resulta casi irreal. Los primeros rayos del sol, filtrándose entre la bruma matinal, iluminan las figuras de piedra creando juegos de luces y sombras que parecen dotar de vida a los santos barrocos.

En el centro neurálgico de Praga se extiende la Plaza de la Ciudad Vieja (Staroměstské náměstí), uno de los espacios urbanos más hermosos de Europa, donde cada edificio es una declaración arquitectónica que abarca desde el románico hasta el art nouveau. Esta plaza no es solo un accidente urbanístico, sino el escenario donde se ha representado durante mil años el drama de la historia checa.

La Iglesia de Nuestra Señora de Týn, con sus torres góticas asimétricas que se alzan como coronas de piedra sobre el paisaje urbano, domina la plaza con su silueta que define el perfil de Praga tanto como la torre Eiffel define París. Sus agujas, que parecen competir en altura con las nubes bajas que frecuentemente abrazan la ciudad, son faros espirituales visibles desde todos los rincones del casco histórico.

El Reloj Astronómico, instalado en la torre del Ayuntamiento Viejo, es una obra maestra de la relojería medieval que cada hora en punto se convierte en espectáculo que atrae multitudes. Sus figurillas móviles - los Doce Apóstoles, la Muerte con su guadaña, el Avaro con su bolsa de monedas - representan un auto sacramental mecánico donde se dramatiza la condición humana con la sabiduría alegórica del arte medieval.

Las casas que rodean la plaza crean una enciclopedia arquitectónica donde se pueden estudiar todos los estilos que han florecido en Europa Central: la Casa de la Campana de Piedra, gótica pura; el Palacio Kinský, barroco tardío con fachada rosa que parece tarta de bodas arquitectónica; las casas burguesas renacentistas con sus arcadas que una vez albergaron los talleres de los gremios artesanos.

En el corazón de la Ciudad Vieja se encuentra Josefov, el antiguo barrio judío que fue durante siglos una ciudad dentro de la ciudad, un microcosmos cultural autónomo donde floreció una de las comunidades hebreas más cultas y prósperas de Europa. Este barrio, que debe su nombre al emperador José II quien concedió derechos civiles a los judíos en 1781, conserva sinagogas, cementerios y edificios que testimonian ocho siglos de presencia judía en Bohemia.

La Sinagoga Vieja-Nueva (Staronová synagoga), construida en 1270, es la sinagoga activa más antigua de Europa, un templo gótico donde han resonado oraciones en hebreo durante más de setecientos años. Su arquitectura, que combina elementos góticos cristianos con tradiciones constructivas judías, crea un espacio sagrado único donde dos culturas religiosas se funden sin perder sus identidades específicas.

El Cementerio Judío Viejo, con sus 12,000 lápidas apiñadas en estratos superpuestos que crean un laberinto de memoria pétreo, es uno de los espacios más conmovedores de Europa. Las tumbas, amontonadas debido a la imposibilidad religiosa de profanar sepulturas anteriores, han creado colinas artificiales donde cada nivel cuenta una época diferente de la historia judía praguense.

La tumba del Rabino Löw, creador legendario del Golem según la tradición cabalística, se ha convertido en lugar de peregrinación donde visitantes de todo el mundo depositan pequeñas piedras según la tradición hebrea y papelitos con peticiones como si fuera un muro de los lamentos bohemio. La leyenda del Golem, criatura de barro animada por el rabino para proteger la comunidad judía de los pogromos, ha trascendido lo religioso para convertirse en mito universal sobre la creación artificial de vida.

Al pie del castillo, en la orilla occidental del Vltava, se extiende Malá Strana (Ciudad Pequeña), el barrio que durante el período barroco se convirtió en competencia aristocrática donde cada palacio pretendía superar a los demás en magnificencia arquitectónica. Este distrito, reconstruido completamente después de la Guerra de los Treinta Años, es un conjunto urbano barroco de una coherencia estilística que no tiene parangón en Europa.

Los palacios que bordean sus calles empedradas no son solo residencias, sino manifiestos arquitectónicos donde la nobleza bohemia demostró que podía rivalizar con Versalles o Schönbrunn en refinamiento artístico. El Palacio Wallenstein, con sus jardines que parecen salones verdes al aire libre decorados con estatuas que recrean escenas mitológicas, estableció el modelo de residencia aristocrática que sería imitado por toda la nobleza centroeuropea.

La Iglesia de San Nicolás, obra maestra del barroco bohemio, es catedral de la teatralidad sagrada donde cada elemento decorativo contribuye a crear una experiencia de elevación mística que utiliza todos los recursos del arte total. Sus frescos, que cubren 1,500 metros cuadrados de bóvedas y cúpulas, narran la gloria de San Nicolás con un realismo que parece dotar de movimiento a las figuras pintadas.

Las laderas meridionales de la colina del castillo han sido transformadas en jardines en terraza que crean un paisaje de viñedos, parterres florales y miradores que rivalizan con los jardines más famosos de Europa. Estos jardines, diseñados durante el Renacimiento y perfeccionados durante el Barroco, demuestran que el arte de la jardinería puede crear belleza comparable a la arquitectura.

El Jardín Real, con su Palacio de Verano de la Reina Ana (Belvedere), es joya arquitectónica renacentista que parece pabellón de música petrificado. Sus arcadas, decoradas con relieves que narran episodios de la mitología clásica, crean un ambiente de refinamiento cortesano donde cada detalle ornamental contribuye a la sensación de estar en un mundo aparte, diseñado exclusivamente para el placer estético.

Los Jardines del Sur del Castillo ofrecen vistas panorámicas de Praga que abarcan desde las torres góticas hasta las cúpulas barrocas, desde los tejados medievales hasta los rascacielos contemporáneos que se alzan en los nuevos distritos. Estos miradores naturales permiten contemplar la ciudad como un libro abierto donde se puede leer la evolución urbana de mil años.

Descendiendo del casco histórico hacia los barrios construidos durante el siglo XIX, la Plaza de Wenceslao se extiende como boulevard que conecta la Praga medieval con la Praga moderna. Esta plaza, que es más bien avenida monumental, fue escenario de los momentos más dramáticos de la historia checa contemporánea: aquí se proclamó la independencia de Checoslovaquia en 1918, aquí protestaron estudiantes contra la invasión soviética en 1968, aquí comenzó la Revolución de Terciopelo en 1989.

El Museo Nacional, que cierra la perspectiva de la plaza con su fachada neorrenacentista, es templo laico dedicado al culto de la identidad nacional checa. Sus colecciones, que abarcan desde arqueología prehistórica hasta arte contemporáneo, narran la historia de un pueblo que supo conservar su identidad cultural a pesar de siglos de dominación extranjera.

Los edificios que bordean la plaza crean una enciclopedia del eclecticismo arquitectónico de finales del siglo XIX: art nouveau, neogótico, neobarroco se suceden creando una sinfonía visual donde la diversidad genera armonía. El Hotel Europa, joya art nouveau perfectamente conservada, mantiene intacta la atmósfera de refinamiento burgués que caracterizó la Belle Époque praguense.

En la orilla del Vltava se alza la Casa Danzante (Tančící dům), edificio contemporáneo diseñado por el arquitecto checo Vlado Milunić en colaboración con Frank Gehry. Esta construcción, cuyas formas curvas parecen una pareja bailando eternamente, demuestra que Praga puede integrar arquitectura contemporánea sin traicionar su identidad histórica.

La controversia que generó inicialmente este edificio, apodado irónicamente "Ginger y Fred" por su semejanza con los bailarines Fred Astaire y Ginger Rogers, se ha transformado en aceptación que reconoce la necesidad de que las ciudades históricas sigan creciendo artísticamente sin convertirse en museos petrificados.

Desde el restaurante que corona el edificio se contemplan vistas de Praga que permiten apreciar cómo la ciudad ha sabido integrar elementos contemporáneos en un conjunto urbano milenario sin perder coherencia estética.

Praga ha sido durante siglos una de las capitales intelectuales de Europa Central, y sus cafés históricos conservan la atmósfera de tertulia que los convirtió en laboratorios donde se forjaron movimientos literarios, artísticos y políticos que influyeron en toda Europa.

El Café Louvre, donde Franz Kafka discutía literatura con Max Brod mientras Einstein jugaba ajedrez en mesas vecinas, mantiene la decoración art nouveau original y la atmósfera de refinamiento intelectual que lo caracterizó durante la época dorada de la cultura centroeuropea.

El Café Slavia, frente al Teatro Nacional, conserva intacto el ambiente que lo convirtió en refugio de disidentes durante el régimen comunista. Sus ventanas ofrecen vistas del castillo que inspiraron conversaciones donde se planificaron cambios políticos que años después se convertirían en realidad histórica.

A orillas del Vltava se alza el Teatro Nacional, edificio neorrenacentista que es símbolo de las aspiraciones culturales checas. Construido íntegramente con donaciones populares bajo el lema "La nación para sí misma", este teatro representa el esfuerzo colectivo de un pueblo por crear instituciones culturales propias.

Su construcción, destrucción por un incendio y reconstrucción inmediata gracias a nuevas donaciones populares, demostró la importancia que los checos concedían a tener espacios culturales donde representar su identidad nacional en checo, no en alemán como exigían las autoridades austro-húngaras.

Los frescos que decoran su interior, realizados por los mejores artistas checos del siglo XIX, narran episodios de la historia y mitología eslavas, creando un programa iconográfico que es catecismo visual de la identidad nacional checa.

En una colina situada al sur del centro histórico se alza Vyšehrad, la fortaleza que según la leyenda fue la primera sede de los príncipes checos antes de que establecieran su corte en el castillo de Praga. Este complejo, rodeado por murallas que ofrecen vistas panorámicas del Vltava, conserva la atmósfera mítica de los orígenes legendarios de la nación checa.

La Basílica de San Pedro y San Pablo, reconstruida en estilo neogótico, alberga el Cementerio de Vyšehrad donde reposan las personalidades más importantes de la cultura checa: compositores como Antonín Dvořák y Bedřich Smetana, escritores como Karel Čapek, artistas que forjaron la identidad cultural moderna de Bohemia.

Los jardines que rodean la fortaleza, diseñados como parque romántico, ofrecen refugio contemplativo donde el paseo se convierte en meditación sobre la relación entre naturaleza y cultura, entre historia legendaria y realidad arqueológica.

Los mercados de Praga son catedrales de la vida cotidiana donde se pueden descubrir los sabores que definen la identidad culinaria bohemia. El Mercado de Havelské tržiště, instalado en una plaza medieval, ofrece productos locales que conectan la ciudad con su territorio rural: miel de los bosques bohemios, cervezas artesanales de pequeñas cervecerías familiares, pan de centeno que sabe a tradiciones campesinas conservadas intactas.

La cerveza checa, considerada la mejor del mundo por muchos expertos, encuentra en Praga su templo de culto. Las cervecerías históricas como U Fleků, en funcionamiento desde 1499, mantienen tradiciones de elaboración que se han transmitido durante cinco siglos. Cada cerveza es un documento líquido que narra la historia de una cultura que convirtió la elaboración de cerveza en arte refinado.

Praga ha sido durante siglos una de las capitales musicales de Europa, ciudad donde nacieron compositores que revolucionaron la música occidental y donde se estrenaron obras que cambiaron la historia del arte sonoro. Mozart encontró en Praga el público más entusiasta para sus óperas, y el estreno de "Don Giovanni" en el Teatro Estatal se ha convertido en leyenda operística.

La Filarmónica Checa, con sede en la Rudolfinum, mantiene tradiciones interpretativas que se remontan a Dvořák y Smetana. Sus conciertos en la Sala Dvořák crean experiencias donde la música se funde con la arquitectura neorrenacentista del edificio, generando emociones que trascienden lo meramente artístico.

Praga no es solo una ciudad que se visita; es una experiencia que redefine la comprensión de lo que puede lograr la civilización humana cuando la inspiración artística se funde con la habilidad técnica, cuando la historia se conserva sin impedir la evolución, cuando la belleza se convierte en compromiso cívico compartido por generaciones.

Quienes han contemplado el amanecer desde el Puente de Carlos mientras las torres góticas emergen de la niebla matinal, navegado el Vltava entre palacios barrocos que se reflejan en aguas que parecen espejos líquidos, subido al castillo para contemplar la ciudad extendida como tapiz urbano bordado con hilos de todas las épocas, y perdido por callejuelas empedradas donde cada esquina guarda una sorpresa arquitectónica, comprenden que Praga ha logrado algo único: convertirse en la materialización de todos los sueños románticos sobre cómo deberían ser las ciudades europeas.

Praga demuestra que la conservación del patrimonio puede convivir con la vitalidad contemporánea, que la turistificación no necesariamente destruye la autenticidad, que las ciudades pueden ser simultáneamente museos vivientes y metrópolis dinámicas. Es la prueba de que cuando una sociedad decide colectivamente que la belleza es valor fundamental, puede crear espacios urbanos que trascienden la funcionalidad para convertirse en arte total.

En Praga, cada torre que se recorta contra el cielo bohemio es una declaración de fe en la capacidad humana para crear belleza duradera, y cada calle empedrada es una invitación a comprender que las ciudades más hermosas son aquellas donde cada generación ha añadido su propio verso al poema urbano sin borrar los versos anteriores.

Porque Praga no es solo la capital de la República Checa; es una de las capitales mundiales del romanticismo arquitectónico, la demostración práctica de que las ciudades pueden ser simultáneamente funcionales y sublimes, habitables y oníricas, reales y legendarias. Es la ciudad que enseña que el verdadero lujo urbano consiste en despertar cada mañana en un lugar tan hermoso que parece diseñado por los sueños más ambiciosos de la humanidad.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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