La estafa moderna que pocos hombres se atreven a nombrar


Por; Ricardo Abud

Durante décadas, el matrimonio ha sido la culminación de un sueño romántico: un hogar, una familia y un futuro juntos. Sin embargo, en los últimos años, una pregunta incómoda resuena cada vez con más fuerza: ¿sigue siendo esta institución un camino justo y equitativo para ambas partes? 

La realidad actual nos confronta con dinámicas complejas que desafían el ideal tradicional.

Casarse… qué palabra tan cargada de sueños y promesas. Para muchos hombres, es la  historia que comienza con miradas, risas, complicidad y planes de futuro. La idea de tener una esposa, un hogar, un carro, hijos corriendo por la casa y un perro moviendo la cola en el jardín ha sido, durante generaciones, el guion perfecto que la sociedad nos enseñó a seguir. Y no está mal soñar. Lo que está mal es no advertir que, en la letra pequeña, hay un costo que no siempre se paga en dinero, pero casi siempre en dolor.

Las estadísticas son un espejo de esta transformación. Estudios recientes indican que aproximadamente el 70% de los divorcios son iniciados por mujeres. Este dato, a primera vista, parece simple, pero esconde una compleja red de factores sociales, económicos y emocionales. Aquí surge una pregunta que muy pocos se atreven a hacer: ¿Cuántas de esas separaciones seguirían adelante si, en caso de divorcio, ninguna de las dos partes recibiera beneficios automáticos? ¿Seguirían siendo “irreconciliables” las diferencias si no existiera un incentivo económico oculto? Tal vez, y solo tal vez, muchos problemas podrían resolverse antes de que se convirtieran en guerras legales.

La liberación femenina ha sido un pilar del progreso social, otorgándole a la mujer una independencia económica y personal sin precedentes. Esta autonomía es un avance innegable, pero plantea una pregunta crucial sobre la institución matrimonial: ¿es posible que el matrimonio, concebido históricamente como un pacto de roles complementarios, ya no se adapte a una sociedad donde ambos géneros tienen las mismas oportunidades? La mujer moderna tiene la libertad de abandonar una relación insatisfactoria, y esta libertad, aunque celebrada, genera una nueva encrucijada.

Para muchos hombres, el matrimonio se ha convertido en un acto de riesgo. El sueño de construir un futuro se ve ensombrecido por el miedo a perderlo todo con una sola firma. Es una realidad dolorosa donde, tras un divorcio, un hombre puede encontrarse pagando pensiones que consumen gran parte de sus ingresos, perdiendo la custodia de sus hijos y viendo cómo sus exparejas mantienen un estilo de vida que a él le cuesta sostener.

Esta desconfianza no surge de la nada. Los medios y las redes sociales están llenos de historias sobre divorcios devastadores que, aunque no representan la totalidad de los casos, generan una profunda ansiedad. El resultado es una crisis de confianza masculina que lleva a muchos a evitar el matrimonio, prefiriendo relaciones sin compromisos legales para proteger su patrimonio y su futuro.

La división de bienes en el divorcio, a menudo percibida como injusta, busca compensar las contribuciones no monetarias de la mujer: el cuidado del hogar, la crianza de los hijos y los sacrificios profesionales realizados por el bienestar de la familia. Es un intento del sistema legal por reconocer el valor de estas aportaciones invisibles.

Entonces, ¿por qué cada vez más hombres dicen “no” al matrimonio? No es por falta de amor, ni por miedo al compromiso, sino por miedo a perderlo todo con una sola firma. Porque no hablamos de un riesgo imaginario: hablamos de realidades donde un hombre puede levantarse un día y descubrir que su casa ya no es suya, que sus hijos lo visitarán solo algunos fines de semana, y que debe pagar una pensión que a veces ni siquiera le permite rehacer su vida.

Sí, existe el acuerdo prenupcial. Pero intenta ponerlo sobre la mesa y observa el cambio de clima. Para muchos, pedir un acuerdo es casi una declaración de desconfianza. La ironía es que no es un acto de desconfianza: es un acto de prevención, tan válido como ponerse el cinturón de seguridad aunque no esperes chocar. En un mundo justo, el acuerdo prenupcial debería ser obligatorio. No para proteger a uno contra el otro, sino para proteger a ambos contra lo peor de sí mismos en un momento de enojo o desilusión.

Frente a estas tensiones, el acuerdo prenupcial emerge como una posible solución. En teoría, protege a ambas partes y establece reglas claras antes de que los conflictos surjan. Sin embargo, su mención a menudo es vista como una traición al ideal romántico, un acto de desconfianza que rompe con la magia de la promesa eterna. La ironía es que no es un acto de desconfianza, sino de prevención, un intento pragmático de proteger a la pareja de lo peor de sí mismos en un momento de enojo y desilusión.

La resistencia a los acuerdos prenupciales no es un problema de dinero, sino un síntoma de una dificultad más profunda: la tensión entre el pragmatismo y el sentimiento, entre el amor romántico y la cruda realidad económica.

La pregunta ya no es si el matrimonio es una "estafa" o un "sueño", sino si, como institución, puede evolucionar para adaptarse al siglo XXI. Las expectativas han cambiado; ya no buscamos solo roles complementarios, sino compatibilidad emocional, crecimiento mutuo y una asociación genuinamente equitativa.

No se trata de odiar el matrimonio. No se trata de dejar de creer en el amor. Se trata de quitarle la venda a los ojos a quienes todavía piensan que casarse hoy es igual que hace 50 años. Las reglas han cambiado, y no para protegerte a ti. Si vas a casarte, que sea con amor, pero también con conciencia. Porque el verdadero compromiso no se mide en promesas hechas bajo un arco de flores, sino en lo que uno está dispuesto a hacer para ser justo… incluso cuando el amor se ha acabado.

El futuro del matrimonio requerirá más transparencia, flexibilidad y, sobre todo, un diálogo honesto sobre nuestras expectativas, miedos y esperanzas. La conversación, aunque incómoda, es necesaria para construir relaciones que sean verdaderamente satisfactorias y sostenibles para ambos.


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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