Hay un nuevo género literario en nuestra época: no son las novelas, no son los ensayos, ni siquiera los tweets virales. Son los comentarios de YouTube, esa especie de Biblia apócrifa donde se mezcla la crueldad con la poesía involuntaria, el ingenio con el sadismo, y la risa con el vértigo existencial. Uno no sabe si reír, llorar o apagar el wifi.
Ah, la dulce melodía del reconocimiento público en tiempos de redes sociales. Nada como abrir la sección de comentarios de tu obra maestra audiovisual para recibir esa validación tan necesaria que todo artista busca. Porque, seamos honestos, ¿qué sería de nosotros sin esos críticos anónimos que dedican su valioso tiempo a ofrecernos perlas de sabiduría desde la comodidad de sus sofás?
Tomemos, por ejemplo, ese comentario tan edificante: "Muchachos, se nota el esfuerzo, solo falta ver en qué dirección". Qué hermosa forma de decir "no tengo idea de qué están haciendo, pero algo están haciendo". Es como recibir un aplauso con guantes de box.
O ese otro usuario tan motivacional que escribió: "Continúen así, van por buen camino... hacia algún lugar". Nada más alentador que la ambigüedad geográfica aplicada al arte. Es como un GPS roto que te dice que sigas derecho, pero no especifica hacia dónde.
Pero mi favorito absoluto es aquel sabio que aconsejó: "No escuchen los comentarios negativos". Seguido inmediatamente por: "Excelente trabajo, ojalá sea el primero y último". Es la versión moderna del "no es por ofender, pero..." que precede invariablemente a la ofensa más creativa del día.
Y qué decir de esa joya intelectual: "Muy buena la presentación, ojalá la próxima sea desde la azotea". Porque aparentemente, en el mundo de los comentarios de YouTube, la altitud es directamente proporcional al talento artístico. Quizás deberíamos considerar trasladar todos los conciertos al Everest.
Pero donde realmente brilla la creatividad de estos críticos es en las comparaciones tecnológicas. "No sé si cantás mal o no eres compatible con iPhone" es, sin duda, la forma más innovadora de decir que hay problemas de sincronización entre el artista y la realidad. Es como si la música fuera una aplicación que necesita actualizarse.
Y esa reflexión filosófica profunda: "No sé si compusiste la canción, pero definitivamente la descompusiste". Aquí tenemos un juego de palabras que habría hecho llorar de orgullo a Quevedo. Es la versión musical del principio de entropía: todo tiende al desorden, especialmente las melodías.
Los comentarios médicos son particularmente reveladores. "Mi bisabuela estaba en coma y se despertó solo para cambiar de canal" nos habla de los poderes curativos inexplorados de ciertas manifestaciones artísticas. Quién necesita medicina moderna cuando tienes el poder de resucitar audiencias con tu interpretación.
O ese diagnóstico tan preciso: "Mamá, veo borroso". Aparentemente, ciertos videos tienen la capacidad de afectar no solo el oído, sino también la vista. Es arte multisensorial en su máxima expresión, aunque quizás no en la dirección esperada.
"Si te llaman para un trabajo, no contestes" es prácticamente un consejo de vida. Es como tener un agente artístico que trabaja en sentido contrario, protegiendo al mundo de tu talento y protegiendo tu talento del mundo.
Y esa reflexión evolutiva tan profunda: "Y pensar que este fue el espermatozoide que ganó la carrera". Aquí tenemos una contemplación sobre el destino, la casualidad y las ironías del proceso de selección natural. Darwin habría tomado notas.
"Ojalá las sustancias te alejen de la música" representa una nueva escuela de terapia ocupacional. Es la versión invertida de "las drogas te llevan por mal camino". En este caso, aparentemente cualquier camino que te aleje de cierta actividad musical sería considerado una mejora terapéutica.
El comentario sobre la consanguinidad familiar es, quizás, el más creativo de todos. "Esto pasa cuando hay matrimonio entre parientes" eleva la crítica musical al nivel de análisis genealógico. Es como si fuera necesario un árbol familiar para entender ciertos fenómenos artísticos.
Pero aquí viene la ironía suprema: todos estos comentarios, por devastadores que sean, representan engagement. Cada insulto creativo es una interacción, cada crítica despiadada es participación del público. Es el equivalente digital de no poder apartar la vista de un accidente de tráfico.
Los números no mienten: miles de visualizaciones, cientos de comentarios, decenas de shares. En el ecosistema de las redes sociales, la viralidad no distingue entre admiración y horror. Un video puede ser un éxito rotundo precisamente porque es un fracaso espectacular.
Quizás la lección más profunda aquí es que en la era digital, el éxito se mide en métricas, no en críticas. Un millón de visualizaciones de gente riéndose de ti siguen siendo un millón de visualizaciones. Es la democratización de la fama: ya no necesitas talento para ser famoso, solo necesitas ser memorablemente malo en algo.
En el fondo, los comentarios de YouTube no hablan de música, ni de talento, ni siquiera del algoritmo. Hablan de nosotros. De nuestra risa fácil, de nuestra crueldad disfrazada de ingenio, y de nuestra necesidad casi infantil de dejar huella, aunque sea en forma de insulto. Y quizá eso sea lo más satírico de todo: que mientras alguien sueña con cantar, los demás competimos por ver quién escribe la frase más hiriente.
YouTube es, entonces, el gran espejo. Un espejo donde el artista ve su reflejo distorsionado, y el público descubre que, en lugar de críticos de arte, somos apenas comediantes involuntarios. Y en ese vaivén de aplausos y abucheos, la vida digital sigue: entre memes, canciones desafinadas y abuelas milagrosamente rehabilitadas.
Y al final del día, mientras estos artistas leen comentarios como "Hoy vi tres videos de gente que canta horrible, con este van cuatro", también pueden ver que su contador de suscriptores sigue subiendo. Porque en YouTube, como en la vida, no existe la mala publicidad, solo existe la publicidad.
Es el triunfo del arte involuntario sobre la crítica voluntaria. Un fenómeno tan hermoso como perturbador, tan exitoso como inexplicable.
Porque a veces, ser incomprendido es la forma más efectiva de ser comprendido por todos.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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