"Si No Está Contigo, Es Porque No Quiere"


Por: Ricardo Abud

"Si esa persona no está contigo es porque no quiere"

Esta frase, aparentemente simple, contiene una de las verdades más difíciles de aceptar en el territorio del amor. No es cruel por malicia, sino por su desnuda honestidad. Es la navaja de Ockham aplicada al corazón: la explicación más simple suele ser la correcta, aunque duela.

Cuando una relación termina o cuando alguien que amamos se aleja, nuestro cerebro se convierte en un arquitecto de justificaciones. Construimos castillos de "tal vez": tal vez esté confundido, tal vez tenga miedo al compromiso, tal vez sus padres no lo dejaron ser feliz, tal vez el trabajo lo tiene estresado. Creamos narrativas complejas donde somos los héroes incomprendidos de una historia que, en realidad, ya terminó.

Esta tendencia no nace de la ingenuidad, sino de una necesidad profundamente humana: proteger nuestro ego y mantener viva la esperanza. Es más fácil imaginar obstáculos externos que aceptar que, simplemente, no fuimos la elección de esa persona. Es más cómodo creer en el amor complicado que en la ausencia de amor.

En nuestra era de comunicación instantánea, donde un mensaje llega en segundos a cualquier parte del mundo, el silencio se ha vuelto elocuente. Una llamada sin devolver, un mensaje leído pero sin respuesta, una invitación declinada una y otra vez: todo esto no son obstáculos técnicos, son decisiones conscientes.

Vivimos en un tiempo donde las barreras geográficas se han desvanecido, donde podemos mantener contacto con alguien al otro lado del planeta si realmente queremos hacerlo. Si alguien no está presente en nuestra vida, no es por falta de medios para estarlo. Es por falta de voluntad.

Aquí radica una de las lecciones más dolorosas del crecimiento emocional: amar a alguien no garantiza ser amado de vuelta. Podemos entregar nuestro corazón completo, ser la mejor versión de nosotros mismos, ofrecer comprensión, paciencia, cariño genuino, y aun así, no ser correspondidos. Y eso no nos hace menos valiosos ni menos dignos de amor.

El amor no es un contrato comercial donde si damos X cantidad de cariño, automáticamente recibiremos Y cantidad de vuelta. Es un fenómeno humano impredecible, que no siempre sigue la lógica de nuestras expectativas.

Cuando finalmente aceptamos que "si esa persona no está contigo es porque no quiere", sucede algo liberador: recuperamos nuestro poder de elección. Dejamos de ser víctimas de las circunstancias ajenas y nos convertimos en arquitectos de nuestra propia felicidad.

Esta aceptación no es resignación, es dignidad. Es reconocer que merecemos estar con alguien que nos elija activamente, no con alguien que permanece a nuestro lado por inercia, obligación o lástima. Es entender que el amor verdadero no se mendiga, no se persigue, no se convence. Simplemente surge, fluye y se comparte mutuamente.

Soltar no significa dejar de amar. Significa dejar de aferrarse a la fantasía de controlar los sentimientos ajenos. Significa honrar tanto nuestro propio amor como la libertad del otro para no corresponderlo.

En esta liberación encontramos espacio para algo nuevo: la posibilidad de amar a alguien que sí quiera estar con nosotros, que nos elija no por compromiso sino por deseo genuino, que vea en nosotros no un proyecto a reparar sino a una persona completa digna de ser amada tal como es.

Paradójicamente, aceptar esta verdad también es un acto de respeto hacia quien se fue. Le reconocemos su derecho a elegir, su autonomía emocional, su libertad de no amarnos. No lo convertimos en el villano de nuestra historia ni en víctima de circunstancias externas. Simplemente reconocemos que tomó una decisión y que esa decisión, aunque nos duela, es válida.

"Si esa persona no está contigo es porque no quiere" es una frase que duele, pero también es una promesa: cuando llegue alguien que sí quiera estar contigo, lo sabrás porque estará. No habrá ambigüedades, no habrá medias tintas, no habrá que descifrar señales confusas. El amor correspondido tiene la hermosa característica de ser claro.  Es el recordatorio de que mereces ser elegido, no una opción. Mereces ser un “sí, claro”, nunca un “a ver” o un “quizás”.

Abrázala. Duele, sí. Pero en ese dolor no hay ambigüedad, no hay laberinto. Hay una línea recta hacia tu propia recuperación. Porque si alguien no elige estar a tu lado, la respuesta más poderosa, humana y valiente que puedes dar es elegirte a ti mismo.

Mientras tanto, la ausencia de quien no nos eligió no es un vacío que debemos llenar desesperadamente, sino un espacio que podemos habitar con dignidad, creciendo, aprendiendo, convirtiéndonos en la persona que merece y puede recibir un amor verdadero.

Esta verdad incómoda se transforma en algo liberador: no somos responsables de hacer que alguien nos ame, pero sí somos responsables de amarnos lo suficiente para no contentarnos con menos de lo que merecemos. No eres lo suficiente para esa persona, así que da la vuelta y vete con dignidad. 


Y eso, al final, ya no es tu carga. 

 Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan. 
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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