Hay lágrimas que no nacen del desamor ni de la derrota. Hay un llanto que es memoria, que es peso del alma, que es la herencia de quien ya sufrió bastante y aprendió que no todas las batallas se pelean con el corazón en la mano.
"Si me ven llorando, no es que no sea feliz", dice el alma que ha comprendido la complejidad de existir. Porque la felicidad no es la ausencia de lágrimas, sino la presencia de verdad. Y esa verdad, a veces, pesa. Pesa como pesa el recuerdo de ese abuelo que saliĂł a comprobar si lo que le decĂan era cierto, pesa como pesan las mentiras que alguna vez nos vencieron, pesa como pesa el amor que se dio a quien no supo recibirlo con honra.
JesĂşs llorĂł, nos recuerda esta voz. Y en esa remembranza hay sabidurĂa ancestral: hasta lo divino conoce el quebranto. Llorar no es debilidad; es la valentĂa de quien no teme sentirse completo, de quien no huye de su propia humanidad. Es el lenguaje del cuerpo cuando las palabras ya no alcanzan, cuando el pecho necesita exhalar lo que guarda, lo que carga, lo que ya no puede sostener en silencio.
"Yo ya sufrĂ por alguien que solo me venciĂł con mentiras", confieso. Y en esa confesiĂłn late una liberaciĂłn. Porque reconocer el dolor pasado no es revivirlo, es honrarlo. Es decirle al presente: aquello fue, pero esto que soy ahora naciĂł tambiĂ©n de aquella herida. Las mentiras hieren, sĂ, pero quien las sobrevive aprende a distinguir el oro de la hojalata, la verdad del espejismo.
No se llora por lo mismo que antes. Ahora el llanto es distinto. No es por amor perdido ni por agua que haga falta en el desierto del corazón. Es, quizás, por ese cansancio honesto de quien no se siente bien y tiene el coraje de decirlo. "No me siento bien", dice, y en esa simplicidad hay grandeza. Porque admitir el malestar es el primer paso para sanar, para no cargar con máscaras, para no fingir fortalezas que agotan más que las propias fragilidades.
Y cuando alguien pregunta si está bien, la respuesta es compleja como la vida misma: "Si me tamĂ©n está bien, dime que dure para' sempre". Que si hay un momento de luz, que se quede. Que si hay tregua en la tormenta, que eche raĂces. Porque quien ha conocido el dolor profundo sabe el valor de la paz, asĂ sea breve, asĂ sea fugaz.
"Menos tĂş, no me siento bien", termino. Y en ese "menos tĂş" hay una peticiĂłn silenciosa: no necesito consuelos vacĂos, no necesito que minimices esto que siento. Necesito que entiendas que puedo llorar y seguir siendo fuerte, que puedo no sentirme bien y aun asĂ estar en pie, que puedo recordar el dolor sin habitarlo, que puedo ser feliz y complejo al mismo tiempo.
Este es el testimonio de quien aprendiĂł que la vida no es blanco o negro, sino un arcoĂris de grises, de colores que se mezclan, de emociones que conviven. Es la voz de quien ya no teme su propia profundidad, de quien llora sin pedir permiso, de quien siente sin traducir cada emociĂłn en categorĂas simples.
Y tal vez eso sea, al final, la verdadera madurez del alma: poder decir "lloro, pero soy feliz; sufrĂ, pero sigo aquĂ; no me siento bien, pero no necesito mentiras para sostenerme". Poder ser todo eso a la vez, sin contradicciĂłn, sin disculpas, sin explicaciones que nadie pidiĂł.
Porque algunas lágrimas no apagan la luz. Algunas lágrimas, simplemente, la limpian.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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