Hoy me desperté con un nudo en el pecho. De esos que no se disuelven con el café ni con el paso de las horas. Un nudo que viene del alma, del rincón donde guardamos los amores más hondos y los miedos más callados. Hoy sentà que el tiempo me estaba jugando una mala pasada.
Que mientras el mundo sigue girando con su ruido y sus urgencias, dentro de mĂ, algo se va apagando en silencio.
TomĂ© el viejo álbum de fotos. Lo abrĂ con la misma devociĂłn con la que se abre un libro sagrado. AhĂ estaban ustedes. Mis hijos, mis nietos, mi niña. Las caritas pequeñas, las sonrisas abiertas, los ojos que un dĂa me buscaron con ternura, con curiosidad, con amor. Sus rostros me hablaron sin palabras. Me dijeron cuánto he vivido y cuánto he amado.
Pero tambiĂ©n me dijeron otra cosa. Me dijeron que me estoy yendo. Que poco a poco, como una vela que sigue encendida pero ya tiembla con el mĂnimo soplo, mis dĂas se están acortando. No lo digo desde el drama, lo digo desde la lucidez que sĂłlo la vejez sabe dar. No estoy enfermo, al menos no como para morir mañana. Pero sĂ© que el cuerpo ya no me acompaña igual. Las fuerzas me abandonan y el mundo, antes tan vasto y lleno de posibilidades, ahora se va haciendo más pequeño, más lejano, más borroso.
Y sin embargo, algo me empuja a escribir. A no callar. A dejar este testimonio, este legado invisible que no cabe en una herencia ni se mide en dinero. Porque sĂ© que cuando ya no estĂ©, mis palabras seguirán. Y si ustedes alguna vez me buscan, si alguna vez necesitan saber quiĂ©n fue su padre o su abuelito, encontrarán en estas lĂneas la respuesta más sincera que pude dar.
No escribo por nostalgia solamente. Escribo porque lo siento como una urgencia vital. Como si cada palabra que dejo en el papel fuera un pedacito de alma que queda para ustedes. No sĂ© si lo comprenderán ahora, quizás no. Pero algĂşn dĂa, cuando estĂ©n tristes, cuando el mundo se vuelva pesado, tal vez abran una de estas cartas y me sientan cerca. Como si aĂşn pudiera abrazarlos.
No tengo riquezas que dejarles. Mi vida fue sencilla, luchada, llena de errores y aciertos, de esperas y de milagros pequeños. Lo que tengo para darles son estas historias, estos pensamientos, esta tristeza que a veces me inunda pero que también me enseña a valorar lo vivido. Porque he vivido. Y he amado tanto que a veces me duele el pecho de solo recordarlo.
Ustedes son mi gran obra. Mis hijos, sus hijos. Cada uno de ustedes es una extensiĂłn de mi vida. En cada gesto de ustedes hay algo mĂo. En cada carcajada, en cada lágrima, en cada decisiĂłn que toman, yo estoy un poquito. Y eso me consuela. Me dice que, de algĂşn modo, no me voy del todo.
Hoy estoy lejos. La distancia pesa, pero más duele no poder verlos crecer con mis propios ojos. Quisiera estar ahĂ para cada cumpleaños, para cada caĂda, para cada triunfo. Pero la vida, como siempre, se encarga de ponernos caminos distintos. Y aĂşn asĂ, no me resigno. Porque escribir me permite estar. Porque estas letras me permiten regresar a ustedes cuando el cuerpo no puede.
Tal vez estoy hablando con la muerte. Tal vez simplemente estoy hablando con el tiempo. O con el recuerdo. Pero si algo quiero que sepan, si algo quiero que quede claro, es que cada palabra que escribo es un acto de amor. No de despedida, sino de presencia. Una forma de quedarme. De acompañarlos incluso cuando ya no pueda hacerlo con mis pasos.
AsĂ que si alguna vez sienten que me extrañan, que me necesitan, vengan a estas páginas. Lean despacio. Dejen que mi voz les hable entre lĂneas. AhĂ estarĂ©. Siempre. Con ustedes. En ustedes.
No hay final mientras alguien te recuerde. Y yo he sembrado amor suficiente para florecer muchas veces, en muchos corazones.
Porque más allá del cuerpo, soy esto:
Un hombre que amĂł profundamente,
que supo llorar en silencio,
y que dejĂł en cada letra,
el mapa de su alma.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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