Nuestro destino ha decido que nuestros caminos ya no se crucen más, el universo trazo líneas que nos lleven hacia horizontes distintos, quiero que estas palabras permanezcan contigo como un susurro eterno del alma. Quiero que sepas que te recuerdo con una ternura que trasciende el tiempo, esa primera vez en la DEM, no con la melancolía de lo perdido ni con la amargura de lo inconcluso, sino con la profunda gratitud de quien reconoce haber sido tocado por algo genuino, algo sagrado.
Gracias, infinitamente gracias, por haberme regalado un pedacito de tu historia, por abrirme las puertas de tu mundo interior con esa valentía que solo poseen las almas nobles. Por dejarme conocer tus risas, esas que iluminaban hasta los días más grises y convertían lo ordinario en extraordinario. Por compartir tus miedos, esos que guardabas en lo más profundo y que me confiaste con una vulnerabilidad hermosa, permitiéndome ver la humanidad pura que habita en ti. Por tus sueños, esos que pintaban el futuro con colores imposibles y que me hacían creer que todo era posible cuando los compartíamos.
Gracias por esas conversaciones que se extendían hasta la madrugada, donde el reloj perdía significado y el mundo exterior dejaba de existir. Esas charlas donde explorábamos el universo desde tu mirada y la mía, donde las palabras fluían como ríos interminables, llevando consigo nuestras esperanzas, nuestras filosofías, nuestras preguntas sin respuesta. Por los silencios cómplices que también decían tanto, esos espacios entre palabras donde las almas se comunicaban en un lenguaje que no necesitaba traducción, donde tu presencia era suficiente respuesta a todas mis inquietudes.
Gracias por cada abrazo que me regalaste, esos que hablaban sin necesidad de palabras, que sanaban sin prometerlo, que contenían en su calidez todo el consuelo que el mundo a veces nos niega. Por cada mirada que me dedicaste, por cada sonrisa que guardé como tesoro en la memoria del corazón.
Tal vez la vida, en su infinita sabiduría o en su inexplicable capricho, nos llevó por caminos distintos. Quizás el tiempo, ese artesano implacable, hizo su trabajo silencioso y la distancia se volvió costumbre, rutina, realidad. Puede ser que las circunstancias conspiraran contra nuestra cercanía, o que simplemente era parte del plan que no estuviéramos destinados a caminar juntos hasta el final. Y está bien. A veces las personas más importantes no están para quedarse toda la vida, sino para enseñarnos algo que necesitábamos aprender, para dejarnos una huella imborrable que nos transforme.
Pero no te negaré que en los rincones silenciosos de mi memoria, en esos momentos donde el corazón se permite recordar sin doler, todavía habita tu nombre. Aparece en las canciones que escuchábamos juntos, en los lugares que recorrimos, en las pequeñas cosas cotidianas que me hacen pensar "esto le gustaría a ella". Tu esencia permanece en las lecciones que me enseñaste sin proponértelo, en la forma en que cambiaste mi manera de ver el mundo, en la huella luminosa que dejaste en mi espíritu. Es probable que no termine la novela que empecé en tu nombre, hay episodios que no quiero tocar, es probable que te la haga llegar inconclusa, están escritas muchas verdades, no hay resentimientos ni odios, solo amor del bueno.
No fuimos eternos en el tiempo cronológico, es cierto. No escribimos juntos todos los capítulos que quizás alguna vez imaginamos. Pero fuimos verdad. Fuimos auténticos, reales, profundos. Y eso, esa verdad compartida, es algo que ni el olvido más persistente, ni la distancia más grande, ni el paso de los años más implacables podrán borrar jamás. Porque hay un tipo de verdad que se graba no en papel, sino en el alma misma. Un tipo de conexión que no necesita de la presencia física para seguir existiendo.
Hay personas que pasan por nuestra vida dejando apenas una suave brisa, y hay otras, como tú, que llegan como tormenta de luz y se quedan habitando para siempre en los espacios más íntimos del ser. No se quedan en la agenda, no se quedan en la rutina diaria, no se quedan en los planes de cada fin de semana. Se quedan mucho más profundo: se quedan en el alma, en esa dimensión sagrada donde residen los amores verdaderos, las conexiones genuinas, los encuentros que nos transforman.
Tú te quedaste ahí, en ese lugar donde el tiempo no tiene poder, donde la distancia es solo una ilusión, donde lo vivido permanece intacto, brillante, puro. Te quedaste en la parte de mí que sabe reconocer la belleza cuando la ve, la gratitud cuando la siente, el amor cuando lo experimenta en su forma más elevada.
Ya nuestros ojos no volverán a encontrarse, nuestras voces dejaran de escucharse mutuamente, pero quiero que sepas que llevaste a mi vida algo invaluable: la certeza de que el amor verdadero, en cualquiera de sus manifestaciones, existe. Que la conexión genuina entre dos almas es posible. Que la belleza de compartir la existencia con alguien especial vale cada riesgo, cada vulnerabilidad, cada momento de incertidumbre.
Gracias por haber sido mi compañera en ese tramo del camino. Gracias por tu luz, tu amor, tu presencia. Gracias por cada instante compartido, por cada enseñanza, por cada recuerdo que ahora forma parte del tejido de quien soy.
Donde sea que la vida te lleve, espero que encuentres toda la felicidad que mereces. Que tus sueños se hagan realidad. Que encuentres paz, amor, plenitud. Y si alguna vez, en algún rincón de tu memoria, aparezco yo, espero que sea con una sonrisa, con la misma gratitud con la que yo te recuerdo a ti.
Porque al final, eso es lo que éramos: gratitud mutua, amor genuino, verdad compartida.
Y eso, mi amor, permanece para siempre.
Con todo el amor y la gratitud que mi alma puede expresar,
Feliz Navidad y Prospero año Nuevo 2026
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá.
Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.


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