Por: Ricardo Abud
El final del año llega siempre cargado de una extraña melancolía, esa que invita a hacer inventario de lo vivido mientras las hojas del calendario susurran sus últimas historias. Este ciclo que termina ha sido, más que cualquier otro, el año de las decisiones que definen no solo el futuro, sino la esencia misma de quiénes elegimos ser cuando la vida nos pone ante encrucijadas imposibles.
La casa, que alguna vez guardó voces y risas, hoy parece escucharme a mí… y a nadie más. Hay una nostalgia que se sienta conmigo, como si supiera que mis afectos están lejos, dispersos por el mundo, brillando donde yo no alcanzo, ni ya tengo cabida, simplemente he dejado de ser bienvenido.
La soledad no es nueva, pero en estas fechas camina más despacio, más cerca, casi tomándome del brazo. Y aun así, entre el vacío y el frío de diciembre, guardo el recuerdo tibio de quienes amo. Esa memoria tan tenue como una vela gastada, es lo único que me acompaña.
No tengo abrazos cerca, ni manos que toquen la puerta. Pero en mi corazón siguen viviendo los que están lejos, como pequeñas estrellas que no se apagan aunque el cielo esté oscuro.
Esta Navidad llega con las manos aún tibias de un año que me enseñó a elegir con el corazón y a aceptar lo incierto. Hubo una decisión que me hizo temblar: renuncié a una promesa de seguridad que no garantizaba nada y, en su lugar, tomé la pequeña maleta de mis deseos y crucé mapas que siempre habían sido mapas soñados. Atravesé tierras del centro de Europa como quien busca paisajes que le recuerden quién fui, y en esos paseos encontré dos voces antiguas, dos puentes que no sabían que seguían sosteniéndome.
Fueron días de calma que arrugaron el tiempo y le devolvieron color a recuerdos de mi querida juventud; como si la risa de entonces me hubiera concedido unos años extra de vida, creo así ha sido. Momentos en los que la existencia nos presenta opciones que parecen extraídas de un manual de filosofía práctica: la seguridad médica versus la libertad de los caminos inciertos. La decisión de abandonar una cirugía sin garantías y elegir, en su lugar, el viaje siempre soñado, representa mucho más que una simple elección de itinerario. Es la declaración silenciosa de que algunas veces el alma necesita volar antes que curarse, explorar antes que asegurarse.
Los caminos empedrados de Europa Central se convirtieron en las páginas de un libro no escrito, donde cada plaza antigua y cada café con historia fueron testigos de una transformación sutil pero profunda. Viajar solo, con el equipaje ligero pero el corazón pesado de expectativas, enseña lecciones que ninguna aula puede impartir.
En medio de esos paisajes extranjeros, el destino orquestó uno de esos milagros cotidianos que a menudo pasan desapercibidos: el reencuentro con dos almas hermanas que el tiempo había separado geográficamente, pero nunca emocionalmente. Leonid y posteriormente con Geraldo emergieron del pasado universitario como si el tiempo hubiera sido apenas una pausa necesaria, un intermedio antes del segundo acto de una amistad que siempre supo que se reencontraría. En medio de las luces y la alegría de esta Navidad, me detengo un momento a agradecer simplemente porque estamos aquí, compartiendo este instante conmigo a la distancia. A veces, la felicidad más pura viene acompañada de una conciencia profunda sobre el tiempo, y aunque suene nostálgico reconocer que, por ley de vida, a uno de los dos nos tocará llorar al otro (Frase sabia que me dijiste), esa certeza no me causa miedo, sino que me impulsa a quererte con mucha más urgencia y ternura. Que ese futuro lejano sea el precio que pagaremos por haber tenido la suerte de coincidir, pero que nuestro regalo hoy sea ese abrazo infinito en la distancia, esta copa alzada y la dicha inmensa de saber que en esta Nochebuena todavía seguimos en este plano.
Esos días compartidos fueron más que turismo o nostalgia; fueron una inmersión en la fuente de la juventud emocional, donde los recuerdos actuaron como máquinas del tiempo que otorgaron años adicionales de vida. La risa compartida en idiomas mezclados, las conversaciones que duraban hasta que las estrellas tomaban sus turnos de vigilancia, los silencios cómplices que solo la amistad verdadera puede sostener. Este viaje me reforzó el hecho de entender que aprender a comunicarse en otros idiomas es maravilloso, y te hace viajar liviano de alma.
Uno regresa con la impresión imborrable de una belleza femenina que es a la vez llamativa y singularmente elegante. En ciudades como las Repúblicas del Báltico o Praga, es común observar mujeres con una tez clara, a menudo enmarcadas por cabellos que van del rubio al castaño oscuro, y unos penetrantes ojos azules o verdes que reflejan la herencia eslava y germánica de la región. Esta belleza se complementa con rasgos faciales delicados y, a menudo, una notable estatura, proyectando una distinción natural y un aire de sofisticación que armoniza perfectamente con el entorno histórico y arquitectónico de estos países. Más allá del aspecto físico, se percibe una actitud que celebra la individualidad, combinando la seriedad y disciplina con una calidez genuina y una sonrisa radiante.
El regreso a casa trajo consigo el inevitable encuentro con la soledad, esa compañera que inicialmente se presenta como enemiga pero que, con paciencia y sabiduría, puede transformarse en la mejor de las maestras. El miedo inicial de no estar con quien se deseaba estar se fue diluyendo en la comprensión de que la soledad bien vivida no es abandono, sino auto-compañía consciente.
Aprender a manejar el silencio propio, a disfrutar de las conversaciones internas, a encontrar paz en la ausencia de voces ajenas, representa una de las victorias más silenciosas y poderosas que un ser humano puede alcanzar. La soledad deja de ser una condición impuesta para convertirse en una elección deliberada de introspección y crecimiento.
La familia, esa primera tribu que nos acoge al nacer, se ha ido dispersando como semillas llevadas por vientos de oportunidad y necesidad. Los miembros del clan familiar han emprendido sus propias odiseas hacia geografías lejanas, dejando apenas dos ramas cerca del tronco original. Esta dispersión, aunque dolorosa, también habla de crecimiento, de la valentía de buscar nuevos horizontes, de la confianza en que los lazos verdaderos trascienden las distancias.
Mi hermana y mi sobrina que permanecen cerca se han convertido en las guardianes de la memoria familiar, en los custodios de las tradiciones que otros llevan ahora a tierras extrañas, sembrándolas en suelos diferentes pero manteniendo vivas sus raíces esenciales, islas luminosas en un archipiélago que antes era muy denso. El resto siguió sus rutas, y yo aprendí a nombrar la ausencia sin que me rompiera el pecho.
En medio de todas estas transformaciones, las palabras han servido como ancla y como vela, como refugio en los momentos difíciles y como impulso hacia nuevos horizontes creativos. Los proyectos literarios que esperaban pacientemente en cajones y archivos digitales han encontrado finalmente su momento de ser completados, de tomar forma definitiva.
Los concursos literarios, con sus resultados esquivos, me han enseñado una lección fundamental: el arte verdadero no reside en el reconocimiento externo, sino en el acto mismo de crear, en la disciplina diaria de sentarse frente a la página en blanco y llenarla de sentido. Cada palabra escrita es una victoria, cada proyecto terminado es un triunfo personal que trasciende cualquier premio o reconocimiento.
Dediqué muchas horas a terminar historias que llevaba cocinando por dentro. Entregué palabras a concursos y a escenarios que pedían ser leídos; no llegaron trofeos ni páginas con sellos de triunfo, pero sí la certeza de que la escritura es la brújula que me mantiene en movimiento, vale la pena señalar que me llego el día 12 de mayo del 2025, un reconocimiento de la Academia Internacional de las Artes Literarias y Poéticas (Roma – París – Buenos Aires), Diploma de Honor otorgado por la precitada Academia, como reconocimiento a mis 21 años de incansable dedicación a la promoción de la poesía y la literatura infantil a través del proyecto “Jugando con la Luna”, Al Ilustre Poeta y Escritor
Sr. Ricardo José Abud.
Cada rechazo fue una luz que me indicó un camino distinto, no un portazo definitivo. Vivo ahora con una quietud que sabe a aceptación: un día a la vez, con la serenidad de quien lleva más equipaje, de pasado, que de futuro, pero que camina porque caminar es la forma más honesta de existir hasta donde el destino y mi fe lo permitan.
Este año ha sido una escuela intensiva en el arte de vivir un día a la vez, de encontrar en cada amanecer suficiente razón para continuar. La conciencia de tener más pasado que futuro, lejos de generar melancolía, ha producido una extraña forma de liberación: la libertad de quien sabe que cada momento es un regalo, no una obligación.
La fe, esa compañera invisible que sostiene los pasos cuando el camino se vuelve incierto, ha demostrado ser más fuerte que cualquier duda o temor. Continuar adelante "hasta que Dios así lo permita" no es resignación, sino aceptación activa de un misterio que nos trasciende y nos abraza simultáneamente.
El año también ha estado marcado por las ausencias definitivas, esas partidas que llegan sin consultar calendarios ni pedir permisos. Una generación completa ha comenzado su retirada silenciosa, llevándose consigo los secretos de tiempos que solo ellos conocían, las historias que solo sus voces podían contar con la autenticidad de quien las vivió en primera persona.
Estas pérdidas duelen con esa intensidad particular reservada para los adioses sin retorno, pero también enseñan sobre la continuidad de la vida, sobre la responsabilidad de quienes quedamos de mantener viva la llama de la memoria, de ser dignos herederos de las lecciones aprendidas.
La vida, en su sabiduría misteriosa, ha traído también el reencuentro con personas que en algún momento cruzaron el sendero personal de manera significativa. Estos encuentros han tenido la precisión de un mecanismo de relojería: han ocurrido exactamente cuando debían ocurrir, han durado exactamente lo que debían durar, han compartido exactamente lo que debía ser compartido.
Ni más ni menos. Esta economía emocional, esta dosificación perfecta de los reencuentros, habla de una inteligencia superior que orquesta los encuentros humanos con una precisión que solo puede ser apreciada en retrospectiva.
En las noches de insomnio, cuando el sueño se niega a llegar y la mente se convierte en un teatro donde los recuerdos representan sus obras más intensas, aparece esa presencia etérea que una vez fue central en la vida cotidiana. Esa figura que partió cargada de resentimientos y amarguras que nunca le pertenecieron, que se llevó consigo una versión distorsionada de la historia compartida, ella se llevó la cólera y la dejó ahí, como un vestido ajeno que no me pertenece. Yo conservo, con la paciencia de un archivista, las partes luminosas de esos tiempos: las risas que no se borran, las manos que me enseñaron a leer el mundo, los gestos pequeños que fueron refugio. No necesito cargar con lo que no es mío; prefiero custodiar lo bello y dejar que lo amargo sea solo de quien lo eligió. Siempre supe porque ella nunca quiso que yo regresara, solamente que no quería aceptarlo.
Aquí, en el santuario privado del corazón, solo se cultivan las memorias más hermosas. Solo se preserva el oro puro de lo que fue genuinamente bello, permitiendo que el viento del tiempo se lleve todo lo demás. Este acto de curación selectiva de la memoria no es negación, sino sabiduría: elegir conscientemente qué recuerdos merecen ser honrados y cuáles deben ser liberados.
Así llega a su fin este año de transformaciones profundas y aprendizajes silenciosos. Ha sido un período de decisiones valientes, de reencuentros milagrosos, de aprendizajes sobre la soledad, de pérdidas dolorosas pero necesarias, de encuentros efímeros pero significativos.
El balance final no se mide en logros externos o reconocimientos públicos, sino en esa paz profunda que surge de quien ha aprendido a navegar tanto en la tormenta como en la calma, de quien ha encontrado en sí mismo el hogar más verdadero, de quien ha descubierto que la felicidad no está en la ausencia de dolor, sino en la capacidad de encontrar sentido y belleza incluso en medio de la incertidumbre.
Que el año que se acerca encuentre corazones más sabios, almas más serenas, y mentes siempre dispuestas a escribir nuevas páginas en el libro infinito de la existencia humana. Porque al final, lo que realmente importa no es cuánto tiempo nos queda, sino qué tan intensamente y auténticamente elegimos vivir cada día que se nos concede.
La única certeza es la gratitud: por los caminos recorridos, por las lecciones aprendidas, por las personas que llegaron y por aquellas que partieron, por la soledad que enseñó y por la compañía que consoló. Todo ha sido exactamente como debía ser, no es una lista de logros ni un inventario de pérdidas: es la recolección de un año que me enseñó a ser compañero de mí mismo, a viajar cuando hace falta, a terminar lo que promete alma y a soltar lo que promete sombra. Que en esta Navidad encontremos la posibilidad de mirarnos con más ternura, de reconciliarnos con los huecos y de celebrar las pequeñas victorias: un proyecto terminado, una llamada inesperada, una noche en la que el sueño llega sin prisas. Yo sigo aquí, en paz, con las manos dispuestas a escribir el próximo capítulo, sino es así desde el cielo brindaré risas y mucho amor, mi único temor es saber que este blog, dejará de ser, todo lo que siempre he querido que sea. Que la luz de estos días me permita avanzar con paso suave y corazón abierto.
Que esta Navidad, con toda su melancolía, al menos me permita sentir que todavía soy parte de algo, aunque sea del recuerdo de quienes un día compartieron techo, tiempo o vida conmigo.
PD. Días antes de empezar la navidad, me llegó la infausta noticia del fallecimiento de Gentil, hermano colombiano, con quien compartí, casi 7 años de Juventud, en nuestra Alma Mater, Universidad Amistad de los Pueblos ¨Patricio Lumumba¨. Recuerdo cómo con esa voz genuina y llena de vida, me decía ¨Viejo Ricardo¨ gracias a dios me permitió una última conversación días antes de su partida, Moscú seguro se vistió de fiesta, cuando Gentil decidió, en sus últimos alientos recorrer las calles de nuestra Moscú amada. Hasta el próximo encuentro. Cada día que pasa se hace muy difícil manejar la tristeza.
Que dios bendiga a todos los miembros de la familia y a mis afectos, les deseo una maravillosa y Feliz Navidad
Feliz Navidad y un venturoso año 2025, que dios premie a quien debe ser premiado (a)
Los quiero que jode, hasta el infinito y más allá, sobre todo los quiero de gratis.
Nos vemos en el espejo, el único lugar que nos juzga a pesar de nosotros mismos.
Nota: Va sin enmienda ni correcciones.


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