viernes, 4 de octubre de 2024

Uh ah Ay ay ay Micaela se boto


Por: Ricardo Abud.  

Han sido algunos incidentes que he tenido en estos últimos tiempo, los que ha hecho retomar algunos proyectos y darle por fin una cara real y placentera a las letras.  

Desde unos años he venido recuperando y he refrescado la memoria histórica y decidí empezar un nuevo proyecto en el cual dejé la huella indeleble de los recuerdos para que los que vienen cabalgando de manera rápida, se respondan lagunas incertidumbres que los llevará a recordarnos y vivir nuestras experiencias a través de la Palabra Escrita, los Recuerdos de Alfredo y Ricardo. En este contexto paso a narrar algo me pasó en una de estas inmensas carreteras. Espero sea de su agrado. 

Uh ah Ay ay ay Micaela se boto


 En días pasados estaba realizando un viaje algo agotador y para no dormirme, busqué en Google desde mi teléfono, Salsa Clásica y de inmediato empezaron a sonar la Salsa que tanto me gustaba. A la hora más o menos de estar escuchando esas canciones, sonó un titulo que de inmediato me llevó a la Cañada de la Iglesia, al bloque 19 de mi querida e irrepetible urbanización. 23 de Enero. La maravilla del recuerdo. 


Vivimos en un piso 7, en la letra A del bloque 19 de la Cañada de la Iglesia. Los sábado religiosamente había fiestas en el edificio, y cuando papá lo permitía (muy raras veces, papá era muy jodido) salíamos al pasillo del piso 8, y si había alguna fiesta en el piso, ahí llegábamos, no para disfrutar la fiesta, sino para ver a los bailadores de salsa. Siempre recuerdo las

Fiestas ir se hacían en la casa de Miguel, no recuerdo cómo lo llamábamos, y su hermana Yolanda. Piso 8 letra A, al lado de la casa de Goyita jajajaja no te reías Alfredo. Ver cómo los más grandes bailaban Salsa era algo maravilloso, los pasos tan extraordinarios que hacían y las piruetas. En nuestra infancia era algo placentero ver, sobre todo porque las fiestas eran puerta abierta.  


En un rincón del barrio, donde las calles se llenaban de risas y el sol brillaba con una calidez especial, había un ambiente único que solo aquellos días de infancia podían ofrecer. Recuerdo aquellos momentos con una nostalgia que me envuelve, una mezcla de alegría y melancolía que evoca la simplicidad de ser niño, rodeado de música y amor.


Los sábado por la tarde,  se preparaban las

Fiestas. Recuerdo que empezaba la limpieza del bloque temprano en la mañana, empezaban en el piso 14 y poco q poco iban bajando piso por piso y cada quien limpiaba su escalera. Después de eso era la hora de bajar a planta baja a jugar hasta que se oía la voz a de papá o mamá llamándonos. La cocina olía a arroz con carne y preparada con mucho aceite de onoto La música, siempre presente, tenía un poder mágico que nos unía a todos. 


Los adultos, con su energía contagiosa, se organizaban en parejas, sus rostros iluminados por sonrisas y recuerdos de épocas pasadas. Ellos danzaban con una gracia que solo los años de experiencia pueden brindar. Observábamos desde un rincón como espectadores privilegiados de un espectáculo que no necesitaba escenario. La pista era cualquier rincón del apartamento. 


Los mayores se dejaban llevar, sus  pasos se entrelazaban, giraban y se deslizaban, como si el tiempo se detuviera solo para ellos. Había algo fascinante en cómo la música transformaba la rutina diaria en un festival de vida. Bobby Cruz y Richey Rey se abrían paso al ritmo de tocadiscos, Tito Rodríguez y Pete Conde Rodríguez. 


Nosotros, los niños, nos dejábamos llevar por esa energía. Aunque éramos pequeños, el ritmo de la salsa se introducía en nuestros cuerpos. Intentábamos imitar a los mayores, aunque nuestros movimientos resultaban torpes y risueños. Nos reíamos entre nosotros, disfrutando del momento, sin preocupaciones, sin la distracción de las pantallas que hoy parecen dominar la vida de los más jóvenes. En esos instantes, no había nada más importante que sentir la música y ver a los adultos disfrutar.


Algunas veces, la canción se repetía, y cada vez que llegaba el estribillo, todo al unísono levantaban las manos al aire, como si invocara a los espíritus de la música. Era un momento de conexión genuina, donde las historias se entrelazaban con cada paso de baile.


A veces, uno de los adultos nos invitaba a unirnos, y aunque nos sentíamos un poco inseguros, la emoción nos impulsaba a dar esos pasos, no todos, algunos salíamos corriendo asustados, los más valientes aprendían más rápido. Recuerdo a mi primo, que siempre terminaba tropezando, pero se levantaba riendo, como si eso fuera parte del espectáculo. En esos momentos, la música y la risa se convertían en el lenguaje universal de la 


La fiesta continuaba, y "Micaela" resonaba una y otra vez, convirtiéndose en la banda sonora de nuestra niñez. La música llenaba cada rincón, y cada persona parecía estar en sintonía, como si el ritmo fuera una corriente que nos arrastraba a todos.


A medida que los adultos se cansaban, comenzaban a contar historias de su juventud, historias que parecían tan lejanas y a la vez tan cercanas. Hablaban de amores perdidos y de sueños cumplidos, de bailes en el parque y de noches estrelladas. Nos sentábamos a sus pies, con ojos curiosos, absorbiendo cada palabra como si fueran cuentos de hadas. En esos relatos, la música siempre ocupaba un lugar especial, recordando la importancia de la salsa en sus vidas.


No había teléfonos que interrumpieran el momento, ni redes sociales que capturaran cada instante. Solo éramos nosotros, en el aquí y el ahora, disfrutando de la compañía y de la música. La salsa, con su cadencia y su energía, se convertía en el hilo conductor de esos recuerdos, creando lazos entre generaciones. 


Hoy, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de cuán afortunados fuimos. Aquellos días de baile, de música y de risas llenaron nuestra infancia de magia. Aunque el tiempo ha pasado y la vida ha cambiado, la esencia de esos momentos permanece en nuestros corazones. La salsa sigue sonando en mi mente, y cada vez que escucho "Micaela", no puedo evitar sonreír, recordando la alegría, la inocencia y la conexión que compartimos en aquellos días dorados. 


La vida puede ser compleja y, a veces, abrumadora, pero esos recuerdos nos enseñan que la felicidad se encuentra en los momentos simples: en un baile, en una canción, en la risa de los seres queridos. Y aunque hoy el mundo esté lleno de tecnología, siempre habrá un lugar para la música y el baile que nos recuerda nuestra niñez, esa etapa maravillosa que se siente tan lejana y tan cercana al mismo tiempo.


Uh ah Ay ay ay Micaela se boto…….


Se le quiere que jode, y sobre todo de gratis,.

Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan,.

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