Hoy escribo con el corazón encogido para recordar a Eduardo, un compañero de trabajo que hizo mucho más que eso: fue un amigo verdadero que trajo a nuestra vida un cúmulo de emociones, risas, momentos de tensión y sobre todo, una inmensa calidez humana.
No era un hombre perfecto, pero sí profundamente auténtico, capaz de iluminar los espacios más grises con su personalidad única.
Fueron muchos años de compartir, de trinchera y de confidencias. Recuerdo con nitidez esos momentos donde su sentido del humor nos sacaba de situaciones complicadas, donde su apoyo incondicional era más que palabras: era un abrazo, un gesto, una mirada cómplice que lo decía todo. Tremendo compañero y amigo, como solíamos decir, Eduardo era ese tipo de persona que hacía la vida más llevadera, más alegre, más humana.
Su partida nos ha dejado un vacío inmenso, pero al mismo tiempo nos regala la paz de saber que ya descansa. Hoy imagino su reencuentro con La Negra, su amada esposa que nos dejó hace solo dos meses, y sonrío pensando en ese momento de reunión celestial donde seguramente ya estarán compartiendo, riendo, recordando. Su amor trascendió lo terrenal, y ese reencuentro parece ser más un encuentro que una despedida.
Hay tantas anécdotas, tantos momentos íntimos que prefiero guardar en el santuario del recuerdo, de esos que solo quienes realmente lo conocimos podemos valorar en su justa dimensión. Cada risa, cada conversación, cada desafío compartido es un tesoro que permanecerá intacto en nuestra memoria.
Hasta pronto, hermano del alma. Te despedimos con el corazón, pero sabemos que tu recuerdos vivirán en cada uno de nosotros, en cada risa que provocaste, en cada momento que compartiste, en cada gesto de bondad que nos regalaste. Descansa en paz, sabiendo que fuiste profundamente amado y que tu huella permanecerá indeleble en quienes tuvimos el privilegio de conocerte.
Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis,.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan,.
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