Hay una clase de personas en este mundo que poseen una fortaleza invisible. Son aquellos que aman con las manos abiertas, que dan sin medir, que permanecen cuando otros se habrían ido. Pero incluso los pozos más profundos pueden secarse cuando nunca son llenados.
Cuando una persona buena decide retirarse, no lo hace con estruendo. No hay portazos ni reclamos dramáticos. Su partida es un acto de amor propio que parece un susurro en medio del ruido. Es el silencio más elocuente que jamás escucharás.
No se van por orgullo, sino por dignidad. Comprenden que quedarse significaría traicionarse a sí mismos, aceptar migajas cuando ofrecieron un banquete. Y aunque duele, claro que duele, prefieren llevar consigo el dolor de la despedida que la agonía lenta de permanecer donde no son valorados.
Lo más paradójico es que su partida no es un castigo hacia ti, sino un acto de liberación para ambos. Te devuelven tu libertad porque han reconquistado la suya. No insisten, no regresan, no juegan al tira y afloja no porque hayan dejado de importarles, sino porque entendieron que lo que quedaba ya no alcanzaba para construir algo sólido.
Cuando una persona buena se cansa, no busca revancha. No malgasta energía en odio porque el odio es seguir encadenado a lo que te hizo daño. Prefieren transformar ese dolor en lección, en crecimiento, en paz interior. Su "venganza" es vivir bien, es sanar en silencio, es negarse a repetir patrones que los disminuyen.
Y sí, duele ser quien siempre apostó, quien vio más allá de los defectos, quien se quedó incluso cuando no era correspondido en la misma medida. Duele reconocer que tu capacidad de amar superó la del otro. Pero ese dolor eventualmente se transforma en sabiduría.
La gran ironía es que cuando estas personas se van, es cuando realmente regresan a sí mismas. Recuperan su esencia, su luz, su integridad. Y en ese regreso a casa propia, encuentran una paz que jamás hubieran hallado aferrándose a lo que las hería.
Si alguien bueno ha desaparecido de tu vida, comprende que no fue por falta de amor. Fue por un exceso de respeto hacia sí mismo. Te deseó lo mejor incluso al alejarse, porque el verdadero amor a veces significa soltar cuando quedarse significaría dañarse mutuamente.
Y si alguna vez te preguntas por qué no insistieron, la respuesta yace en que el amor no debería ser una batalla constante. Debería ser un puente entre dos voluntades, no un campo donde solo uno planta y otro cosecha.
Aprendamos a valorar a quienes nos eligen diariamente, no por necesidad, sino por convicción. Porque cuando una persona buena decide quedarse, es un regalo que merece ser atesorado. Y cuando decide irse, es una lección que merece ser entendida.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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