Las manecillas del reloj avanzan despacio hacia medianoche, como si supieran que cada segundo cuenta una historia. Afuera, las luces de la ciudad parpadean con la promesa de un nuevo comienzo, mientras adentro, el silencio abraza los recuerdos de doce meses extraordinarios.
Este año que se despide ha sido un cuadro pintado con colores intensos. Hubo mañanas que llegaron cargadas de esperanza, tardes que se estiraron como gatos perezosos al sol, y noches que susurran secretos al oído. Cada día trajo consigo pequeños milagros: el sabor del café matutino, la sonrisa inesperada de un extraño, el aroma de la lluvia sobre el asfalto.
Las estaciones pasaron como páginas de un libro bien amado. La primavera despertó con sus flores tímidas, el verano desplegó su generosidad dorada, el otoño pintó el mundo de ocres y cobres, y el invierno llegó con su manta de contemplación. En cada cambio, hubo crecimiento, transformación, aprendizaje.
Los desafíos también fueron maestros disfrazados. Esas mañanas difíciles que parecían montañas imposibles de escalar, se convirtieron en fortaleza. Los momentos de incertidumbre pulieron el carácter como el mar pule las piedras. Cada obstáculo superado dejó una marca invisible de valentía en el alma.
Hubo encuentros que cambiaron perspectivas, conversaciones que sanaron heridas antiguas, y miradas que dijeron más que mil palabras. Los libros leídos abrieron mundos nuevos, la música encontrada se convirtió en banda sonora de emociones, y las comidas compartidas alimentaron más que el cuerpo.
Las pequeñas victorias brillaron con luz propia: completar aquel proyecto pospuesto, aprender algo nuevo, perdonar una vieja herida, o simplemente encontrar paz en un momento de caos. Cada logro, por modesto que fuera, agregó una nota a la sinfonía personal del año.
Los atardeceres contemplados desde la ventana fueron obras de arte gratuitas. Las conversaciones telefónicas que se extendieron hasta altas horas fueron puentes invisibles que conectaron corazones. Los paseos sin destino se convirtieron en meditaciones ambulantes. Los momentos de risa espontánea fueron medicina para el espíritu.
Este año enseñó que la belleza vive en los detalles: en el vuelo errático de una mariposa, en el reflejo de la luna sobre un charco, en el aroma del pan recién horneado, en el sonido de las páginas al pasar. La vida se reveló en su magnificencia cotidiana, recordando que no hace falta buscar muy lejos para encontrar magia.
Los proyectos comenzados, algunos terminados y otros en espera, son semillas plantadas en el jardín del tiempo. Las ideas que germinaron, los sueños que tomaron forma, y las metas alcanzadas son testimonios de una voluntad que no se rinde.
Mientras las últimas horas del año se deslizan suavemente, hay gratitud por cada experiencia vivida. Por las lágrimas que lavaron el alma, por las risas que la elevaron, por los silencios que la tranquilizaron, y por las palabras que la expresaron.
El calendario está a punto de cambiar, pero lo vivido permanece. Cada momento de este año que termina se ha convertido en parte de una historia más grande, más rica, más humana. En el umbral de lo nuevo, se lleva consigo la sabiduría de lo vivido y la esperanza de lo que está por venir.
La medianoche se acerca, y con ella, la promesa de que cada final es también un comienzo.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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