El Salmo 3 nos presenta a un ser humano en crisis profunda. Tradicionalmente atribuido a David durante su huida de Absalón, este texto trasciende cualquier momento histórico específico para convertirse en el espejo de toda persona que se ha sentido acorralada por la vida.
"Muchos son mis adversarios, muchos se levantan contra mí". El salmo comienza con una admisión brutal de la realidad. No hay negación, no hay optimismo forzado. Hay, simplemente, el reconocimiento descarnado de que las cosas están mal. Desde una perspectiva cristiana despojada de dogmas, esto es profundamente revelador: la espiritualidad auténtica no requiere fingir que todo está bien cuando no lo está.
La vulnerabilidad del salmista es instructiva. Vivimos en una cultura que nos enseña a proyectar fortaleza constantemente, a mantener la composición incluso cuando nos desmoronamos por dentro. Este texto antiguo nos recuerda que existe otra forma: nombrar nuestro dolor, contabilizar nuestras pérdidas, admitir nuestra fragilidad.
"Muchos dicen de mí: 'No hay salvación para él en Dios'". Aquí encontramos algo más desgarrador que la adversidad externa: la crisis interna de significado. Las voces que rodean al salmista quizás externas, quizás el eco de sus propios pensamientos proclaman su abandono definitivo.
Esta es la experiencia del absurdo, del sinsentido. No es simplemente que las cosas vayan mal; es que parecen ir mal de una manera que sugiere que el universo mismo es indiferente. La persona de fe se encuentra cuestionando no solo su situación presente, sino la estructura misma de la realidad.
"Pero tú, oh Señor, eres escudo alrededor de mí". La palabra "pero" es el eje sobre el cual gira todo el salmo. No es una negación de la realidad dolorosa descrita anteriormente; esa realidad permanece intacta. Es, más bien, la introducción de otra dimensión de la realidad.
Desde una perspectiva cristiana no dogmática, podemos entender esto como el descubrimiento de que nuestra experiencia de desolación no es toda la verdad. Existe algo más, una presencia que no elimina el sufrimiento pero que nos sostiene dentro de él. El salmista no dice que sus problemas han desaparecido; dice que, dentro de ellos, ha encontrado un "escudo".
"Con mi voz clamé al Señor, y él me respondió". Esta es una de las líneas más conmovedoras del salmo. No describe una experiencia mística elaborada o una visión celestial. Es simplemente la experiencia de hablar en la oscuridad y sentir que algo, o alguien, escucha.
En nuestra época secularizada, muchos han perdido el lenguaje de la oración no porque carezcan de experiencias que la requieran, sino porque no tienen un marco para interpretarlas. El Salmo 3 sugiere que la oración, en su esencia, es el acto de articular nuestra experiencia más profunda con la confianza de que no se pierde en el vacío.
"Yo me acosté y dormí; desperté, porque el Señor me sostiene". En medio de la crisis, el salmista duerme. Esto no es trivial. Cuando estamos verdaderamente abrumado perseguidos por preocupaciones, acosados por el insomnio el sueño se vuelve imposible. Sin embargo, aquí hay descanso.
Este es el testimonio de que algo ha cambiado internamente. No las circunstancias externas, que siguen siendo amenazantes, sino la capacidad del salmista para confiar lo suficiente como para soltar el control. El sueño se convierte en un acto de fe: la disposición a ser vulnerable, a no estar vigilante.
"No temeré a diez millares de personas que se han puesto contra mí alrededor". Aquí vemos la paradoja central de la experiencia religiosa: el salmista, que comenzó abrumado por sus adversarios, ahora declara que no temerá incluso si se multiplican. ¿Qué ha cambiado?
En la situación externa los enemigos siguen ahí. Tampoco parece que el salmista haya adquirido nuevos recursos materiales. Lo que ha cambiado es su relación con el miedo mismo. Ha atravesado el miedo hasta llegar a algo al otro lado de él.
"Levántate, Señor; sálvame, Dios mío. Porque has herido a todos mis enemigos en la mejilla". Esta parte del salmo resulta incómoda para muchos lectores modernos. El clamor por la derrota de los enemigos parece vengativo, primitivo.
Pero quizás necesitamos escuchar esto de otra manera. El salmista no está actuando violentamente; está articulando su deseo de justicia, su anhelo de que el mal sea nombrado y confrontado. En una espiritualidad que evita dogmas rígidos pero valora la honestidad, hay espacio para reconocer que la ira ante la injusticia no es antítesis de la fe, es parte de ella.
"La salvación pertenece al Señor; que tu bendición sea sobre tu pueblo". El salmo termina con un movimiento notable: del "yo" al "nosotros". La experiencia personal del salmista no se queda encapsulada en su drama individual; se expande hacia una visión más amplia.
Esta es la madurez espiritual: reconocer que nuestra liberación personal está entrelazada con el bienestar de toda la comunidad. No podemos estar verdaderamente bien mientras otros sufren. La bendición que buscamos debe extenderse más allá de nosotros mismos.
El Salmo 3, leído sin la imposición de estructuras dogmáticas rígidas, emerge como un testimonio profundamente humano. Nos muestra a alguien que no pretende tener todas las respuestas, que no esconde su miedo o su dolor, pero que encuentra, en medio de todo eso, una fuente de sostén.
Desde una perspectiva cristiana, podríamos decir que este salmo nos enseña que la fe no es la ausencia de crisis, sino una forma particular de habitarla. No elimina nuestros problemas, pero transforma nuestra relación con ellos. No nos hace invulnerables, pero nos hace capaces de descansar incluso cuando las circunstancias sugieren que deberíamos estar en pánico constante.
En última instancia, el Salmo 3 nos invita a una espiritualidad de honestidad radical donde podemos traer nuestro peor miedo, nuestra más profunda desolación, nuestra ira más justa y encontrar que hay espacio para todo ello. No porque tengamos certezas inmutables, sino porque hemos experimentado, aunque sea fugazmente, que incluso en la oscuridad más densa, no estamos completamente solos.
Nos vemos en el espejo, donde las mentiras nos atormentan.
Los quiero hasta el infinito y más allá. Se les quiere que jode, y sobre todo de gratis.

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